miércoles, 17 de noviembre de 2010

HOY EN EL CALENDARIO CUBANO, 18 DE NOVIEMBRE


En Guanabacoa


• Santos católicos que celebran su día el 18 de noviembre:

- En el Almanaque Cubano de 1921:

La Dedicación de la Basílica de San Pedro y San Pablo en Roma, San Máximo, confesor y Santa Hilda, abadesa

- En el Almanaque Campesino de 1946:

La Dedicación de la Basílica de San Pedro y San Pablo en Roma, San Máximo, confesor y Santa Hilda, abadesa.



• Natalicios cubanos:

González Gutiérrez, Diego: -Nació en Mantua el 18 de noviembre de 1895. Doctor en Pedagogía. Profesor por oposición de la Facultad de Educación en la Universidad de La Habana, catedrático de Metodología Pedagógica. Publicó varias obras de historia y pedagógicas.



Rodríguez Lendián, Evelio: -Nació en Guanabacoa el 18 de noviembre de 1860. Doctor en Filosofía y Letras y en Derecho. Catedrático del Instituto de Matanzas y por oposición titular de la asignatura de Historia de América y Moderna del resto del mundo de la Facultad de Filosofía y Letras, de la que ha sido secretario y decano. Rector de la Universidad de La Habana. Director-fundador de la “Revista de la Facultad de Letras y Ciencias”. Presidente del Ateneo y Círculo de La Habana. Amigo del País y académico de la Historia, de la que fue presidente de honor, así como de varias otras corporaciones nacionales y extranjeras. Revolucionario ferviente que tuvo que emigrar a Estados Unidos durante la guerra de 1895 y en 1899 pronunció el discurso de apertura en el Alma Mater. Falleció el 31 de julio de 1939.



El 18 de noviembre en la Historia de Cuba

• 1895 -

- La Invasión Libertadora en Camagüey: Avanza de Ciego Najasa a Consuegra, en total 8 leguas recorridas.

• 1771 -

El Marqués de la Torre

Emeterio S. Santovenia en “Un Día Como Hoy” de la Editorial Trópico, 1946, páginas 651-652 nos describe los acontecimientos del 18 de noviembre de 1771 en la Historia de Cuba:

“- Felipe de Fonsdeviela, marqués de la Torre, tomó posesión de la Capitanía General el 18 de noviembre de 1771. Pero el Marqués no había esperado á asumir el mando para comenzar a observar la fortuna que a la Colonia le deparaban sus administradores. Así fue como, en escala que hizo en Santiago de Cuba viajando de Caracas a La Habana, notó y comprendió, en su noble celo por atajar el mal y contribuir al bien, que, por culpa del brigadier Antonio Ayanz de Ureta, gobernador de Santiago, "aquellos moradores estaban sujetos a violencias e insultos, y que el mando se ejercía allí sin el decoro y la circunspección que lo hacen respetable". Semejante juicio, expresado por el mismo Fonsdeviela, reflejó la índole de las inclinaciones de la nueva máxima autoridad de la Isla.

“El estado de La Habana en particular y el de la Isla en general eran deplorables. La capital de Cuba sólo tenía de ciudad, según la frase del historiador Antonio José Valdés, su denominación y las reales concesiones que la colocaban en ese rango, pues en nada lo parecía en lo material. Y acordes con las necesidades premiosas que en seguida advirtió estuvieron las providencias y tareas del Marqués para encauzar el país por la senda del progreso. Transformó casi por completo La Habana. A él se debieron el primer empedrado de las mejores calles, el ensanche de la urbanización, la sustitución por otras mejores de las casas de guano que aún existían, la ampliación del muelle, la construcción del Teatro Principal, la Plaza de Armas, la Alameda de Paula, primer paseo regular trazado en las playas habaneras, y la Alameda Nueva.

“Realizó numerosas obras públicas de carácter general, ya dando cima a fortalezas defensivas de las plazas de la Isla, ya levantando puentes sobre los ríos principales, ya cuidando el mejoramiento de los caminos. Recorrió a caballo zonas dilatadas, para mejor conocer y remediar sus necesidades. No se limitó a proteger la agricultura por esos solos medios. Conocía las depredaciones que constituían el patrimonio de los llamados visitadores de los partidos, y abolió la funesta práctica de nombrarlos, fundando su resolución en que los que obtenían semejantes comisiones no se ocupaban sino en hacer a los habitantes víctimas de sus violencias y rapacidad, "siendo lo más sensible que los excesos y desórdenes públicos quedaban de ordinario sin corrección ni reforma".

“Se dejó llevar de afán en afán. Se interesó por la fundación de poblaciones tan bien asentadas como Güines a la par que, atendiendo a la importancia que debía darse al cultivo del tabaco, creó la jurisdicción de Filipina. Combatió y persiguió el contrabando. Buscó ventajas para el tráfico mercantil. El primer censo de población oficial se formó en su período de gobierno. La enseñanza recibió impulso e innovaciones plausibles. El marqués de la Torre lo estudió todo, lo removió todo, en términos tales que, al dejar el mando de la Isla en junio de 1777, pudo estar seguro de que en Cuba había señales de regeneración material y social.”




Marta Abreu
en Patriotas Cubanas
por la Dra. Vicentina Elsa Rodríguez de Cuesta


Marta de los Angeles Abreu y Arencibia, nació en Santa Clara, el 13 de Noviembre de 1845, de opulenta y acaudalada familia.

Constituyó esta matrona ejemplar una excelsa figura cuya luminosidad espiritual ejemplariza con resplandores de gloria las altas virtudes de la mujer cubana, vibración exquisita de bondad, de nobleza y de abnegación que da a nuestra historia y a nuestra personalidad, como pueblo, una inconfundible tónica de espiritual elegancia y generosidad.

Desde muy joven viajó Marta Abreu por los Estados Unidos del Norte y Europa, donde conoció a plenitud las bondades del progreso y de la libertad de que carecían sus hermanos los cubanos.

Contrajo matrimonio con don Luis Estévez y Romero, abogado, publicista y catedrático de la Universidad de la Habana, quien en todo momento la secundó admirablemente en sus empeños de practicar la caridad a manos llenas y de lograr una patria libre y soberana.

La prócer dama fue, sin temor a equivocarnos, una de las precursoras del Servicio Social en nuestra isla. Amó con profunda intensidad a su ciudad natal y en ella dejó imperecederas obras ya para mantener la fe católica que practicaba, haciendo donaciones de dinero y objetos a la Iglesia o ya de carácter artístico u ornamental, como el Obelisco en memoria de los Presbíteros Martín de Conyedo y Francisco Hurtado de Mendoza, en el Parque Vidal de Villa Clara, llamado hoy, generalmente, con exquisita justicia, Ciudad Mana.

Construyó el gran teatro La Caridad, que donó con destino al sostenimiento del Asilo de Ancianos que también fundara. Instituyó el Asilo San Vicente de Paúl para él alojamiento de pobres sin albergue. Fundó la escuela “El Gran Cervantes”, donde recibieron educación e instrucción los niños de la raza de color, tan maltratados injustamente en aquella época por el gobierno, en su empeño inicuo de mantener la esclavitud. Estableció, dotándola de material científico, la Estación Meteorológica de Santa Clara. Construyó un cuartel para el Cuerpo de Bomberos. Donó la casa y el instrumental necesario para el establecimiento del dispensario “El Amparo”, negándose con extraordinaria modestia a que llevara su nombre, como era el deseo de los doctores Rafael Tristá y Eugenio Cuesta. En unión de sus hermanas Resa y Resalía, fundó las escuelas de “San Pedro Nolasco” y “Santa Resalía”, a quienes dieron los nombres de sus progenitores: Pedro Nolasco Abreu y Resalía Arencibia, bien amados en toda la región, a pesar de sus riquezas aladinescas, por sus virtudes cristianas y su probada munificencia.

Dio el dinero necesario para la construcción de un puente y arreglo del camino sobre el arroyo “El Minero”. En su afán de divulgar la enseñanza, tan atrasada entonces en toda la nación, fundó otro nuevo plantel que denominó “Escuela de Buen Viaje”.

En Marzo de 1895 apartó para siempre las tinieblas que envolvían a su amada comarca, dotándola de una planta eléctrica para el servicio del alumbrado público, y para ampliar el progreso de Villa Clara, estableció una fábrica de gas.

Designó profesor de su hijo Pedro, al sabio y nunca bien recordado naturalista don Carlos de la Torre y Huerta, haciendo posible que nuestro ilustre científico recorriera el mundo, ampliando sus conocimientos.

Compadecida de las mujeres pobres que lavaban las ropas ajenas y propias a la intemperie en las márgenes de los ríos, estableció cuatro Lavaderos Públicos con plenas comodidades, cuyos modelos tomó en uno de sus viajes a Suiza.

Aparte de todo lo reseñado, las puertas de su casa jamás se cerraron para los pobres de Santa Clara que a ella acudían en demanda de ayuda material.

Pero su obra magna fue su gran contribución monetaria y moral a la causa de la Revolución por la independencia, pasando de 240 mil pesos las donaciones de que se tiene conocimiento, hechas al Delegado del Partido Revolucionario Cubano, don Tomás Estrada Palma.

Por canales muchas veces desconocidos, hizo llegar su ayuda a los deportados de Ceuta y Chafarinas. Arrastró con su ejemplo a la colonia rica de cubanos en París, para que cooperaran a la causa de la libertad.

A la muerte de Antonio Maceo y presintiendo el decaimiento de la revolución, alentó a los cubano con sus palabras y nuevas aportaciones de dinero entregaba bajo el seudónimo de “Ignacio Agramonte”. Establecida la República, su ilustre esposo fue nombrado Vicepresidente y asistió conmovida en su amorosa compañía, el 20 de Mayo de 1902, al acto solemne de izar nuestra insigne y tricolor bandera en los muros centenarios de la histórica fortaleza del Morro.

Marta Abreu de Estévez, la gran benefactora, la insigne patriota, murió en París el 2 de Enero de 1909, y el compañero de aquella unión de amor no pudo sobrevivirla, y con el signo de lo trágico, la siguió pocos días después. Esta mujer extraordinaria merece ser conocida en toda la isla, ya que ella contribuyó a la obtención de la sagrada libertad de que hoy gozamos todos los cubanos.




POR: GUIJE CUBA

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