
Atardecer en El Malecón de La Habana
• Santos católicos que celebran su día el 4 de noviembre:
- En el Almanaque Cubano de 1921:
Santos Carlos Borromeo, arzobispo y confesor Nicandro, mártir y Santa Modesta, virgen
- En el Almanaque Campesino de 1946:
Santos Carlos Borromeo, arzobispo y confesor Nicandro y Santa Modesta, virgen
• Natalicios cubanos:
Saladrigas, Carlos: -Nació en Pedro Betancourt el 4 de noviembre de 1831 y falleció en La Habana el 8 de junio de 1899. Abogado, orador y político. Uno de los fundadores del Partido Autonomista y vicepresidente de su directiva. Fue presidente de la Diputación Provincial de La Habana.
El 4 de noviembre en la Historia de Cuba
• 1895 -
- La Invasión Libertadora en Oriente: Se encuentra en Río Abajo (en aquellos tiempos en el distrito de Holguín).
• 1893 -
- En Cruces se produjo el levantamiento del más tarde general Esquerrá y del valeroso ciudadano Federico Zayas y Santa Cruz, que no cuajó por prematuro, siendo presos algunos vecinos de este pueblo y desbandándose los restantes comprometidos.
• 1868 -
- Clavellinas y Guáimaro, comienzo de la Revolución en Camagüey.
Emeterio S. Santovenia en “Un Día Como Hoy” de la Editorial Trópico, 1946, páginas 623-624 nos describe los acontecimientos del 4 de noviembre de 1868 en la Historia de Cuba:
“La orden dada por Salvador Cisneros y Betancourt a los conjurados de Puerto Príncipe, para que el 4 de noviembre se reuniesen en las márgenes del Clavellinas, fue por todos acatada. Al amanecer de aquel día los setenta y seis comprometidos de la cabecera de la jurisdicción partían, de cierta manera organizados en grupos, con rumbo al lugar señalado. Ya se hallaban en rebeldía Manuel de Jesús Valdés, Bernabé de Varona y Fernando Agüero y Betancourt. Habían sido éstos los primeros en ponerse, en el seno del territorio camagüeyano y en la nueva empresa guerrera, frente al régimen colonial.
“A noventa y tres ascendía el número de hombres reunidos en Clavellinas la mañana del 4 de noviembre de 1868. Jerónimo Boza y Agramonte, asumiendo el papel de jefe, abrió los pliegos de instrucciones, dispositivos del alzamiento, en rigor ya consumado. Desde aquel instante la obra revolucionaria iniciada menos de un mes atrás por Carlos Manuel de Céspedes fue común a orientales y camagüeyanos. Quienes habían deliberado en San Miguel de Rompe acerca de la necesidad de rebelarse contra la dominación hispánica, como antes en el pensamiento, coincidieron entonces en la acción.
“Los reunidos en Clavellinas procedieron inmediatamente a la organización de las fuerzas. Ratificaron en la jefatura a Jerónimo Boza. Designaron lugartenientes suyos, para mandar los siete núcleos en que fue dividida la masa de los sublevados, a Ignacio Mora, Manuel Boza, Martín Loynaz, José Recio Betancourt, Eduardo Agramonte, Francisco Arteaga y Manuel Agramonte. Los acontecimientos no se desarrollaron por el momento tan bien como se esperaba, pues la operación proyectada para capturar el armamento que los españoles trasladarían de Nuevitas a Puerto Príncipe, por lo mismo que el Gobierno lo envió a Oriente, resultó fallida. Hubiese sido un refuerzo importantísimo la posesión de pertrechos en cantidad considerable, tenida en cuenta la decisión de los insurrectos camagüeyanos.
“El propio 4 de noviembre de 1868 Augusto y Napoleón Arango, puestos a tiempo fuera del alcance de las autoridades y sobre las armas, obligaron a rendirse a la guarnición de Guáimaro. La componían un teniente y treinta soldados de caballería. La sangre no corrió copiosamente en Guáimaro. El asalto dirigido por Augusto y Napoleón Arango revistió los caracteres de improvisada acometida, y los españoles apenas tuvieron tiempo para resistir. Lo que sí supieron, y de manera concluyente, los defensores del poder colonial, fue que había revolución en Camagüey.”

Rafael Morales y González
en Próceres
por Néstor Carbonel
“Nació el 28 de octubre de 1845.”
“Murió el 15 de septiembre de 1872.”
“Desde muy temprano comenzó a ser hombre Rafael Morales. Desde muy temprano se sintió paladín de la justicia y de la libertad, del saber y del bien; y por lo mismo, desde muy temprano apuró el cáliz amargo de la tristeza y el desencanto. Pequeño de cuerpo, tenía el corazón de un gigante. Joven, muy joven, era poseedor de la madurez de juicio de un viejo. No fue un militar, no fue, mejor dicho, un hombre de acción durante los años de sangrienta lucha en que le tocó vivir la vida del cubano rebelde; pero por su honradez de principios, por la rectitud de su carácter y por la grandeza de su inteligencia, supo conquistarse el respeto y la admiración de los revolucionarios que le rodeaban. De la pureza de sus principios dice bien que prefiriera la inquina de los más grandes a su afecto, si esto era en pago de la dejación de sus derechos. De su carácter, el que no pudieran intimidarle ni aun amenazándole. De su inteligencia poderosa, los innumerables discursos y escritos en que echaba a volar sus pensamientos. Moralitos -así se le llamaba- fue un grande de veras: sabía cautivar y repeler: sabía vencerse y sabía vencer!
“San Juan y Martínez, bello y rico florón de la provincia de Pinar del Río, fue su cuna. A los dos años escasos de nacido, murió su padre, por lo que, en compañía de otros hermanos, quedo al abrigo de la madre. Vio a los suyos despojados, por medio de malas artes, de los bienes heredados. Luego, vio como amenazaba la casa la miseria, y se encaro resuelto con la vida. Dando clases -niño aún,- enseñando lo que sabía, ayudaba a cubrir los gastos. Más tarde vino a la Habana, donde se puso a recibir educación gratuitamente, primero en el colegio de José Fors, después en el de Ramón Ituarte, nombrado Santo Tomás. En éste último curso las asignaturas superiores, y fue a la vez, profesor de los párvulos. Por su simpático aspecto, vivo talento y fina bondad, supo en poco tiempo ganarse el afecto de todos: de superiores, condiscípulos y discípulos. Moralitos, como maestro, fue, indudablemente, de los precursores. Sabía enseñar - enseñando lo fácil preparaba al educando para aprender lo difícil. Más de una ocasión recibió en público las felicitaciones entusiastas por la competencia con que desempeñaba el noble y generoso apostolado.
“En las aulas universitarias-desde su ingreso-sobresalió. La luz se hace notar porque ilumina y quema. Fue entonces que se abrieron para él puertas y almas en el hogar de José Victoriano Betancourt, patricio ilustre a quien la patria, o mejor dicho, sus paisanos, tienen relegado a injusto olvido. Allí, al lado del viejo forjador de ideales, y de sus hijos, Luis Victoriano y Federico, pudo Moralitos dar rienda suelta a sus cóleras de cubano, a su amor por la libertad y a su aversión por la tiranía. Allí se pensaba en la manera de librar a la patria de los grilletes y cadenas; allí se respiraba aire de redención... Estudiando el en la Universidad, tenía, hostigado por las necesidades pecuniarias, que dar algunas clases. Moralitos, en la Universidad, era como el abanderado y la bandera de toda idea liberal y digna. En las sesiones que, dos veces por semana, celebraban los estudiantes en el Aula Magna, dejaba oír siempre su palabra armoniosa y torrencial, juiciosa y razonada. Increíble parece que en el medio ambiente pobre de aquellos tiempos, surgieran hombres como él! Aunque esto no debe extrañar-ya que la flor de más puro aroma suele crecer mejor donde es mayor la podredumbre.
“En las propias barbas de los esclavistas y del Gobierno esclavizador, inició en secreto una propaganda abolicionista. Su objeto era reunir fondos que poner en manos de las madres esclavas que llevaban en el seno un nuevo ser, a fin de que pudiesen libertar su vientre. Incansable en su afán de hacer hombres, educaba gratuitamente a algunos obreros. En Santiago de las Vegas, aprovechando la festividad de un día tradicional, leyó un discurso que alarmó al Gobierno. Este discurso le valió que se le prohibiese volver a Santiago de las Vegas. Paria en su propia tierra, no tuvo más remedio que soportar el vejamen. Pero en el alma vigorizaba más y más el ansia de ser libre. Sumido en profundas meditaciones lo sorprende el grito de Yara, el levantamiento de Céspedes en la Demajagua. Al saber que ya se estaba peleando por el derecho, siente que el corazón le late apresuradamente. Y a las pocas semanas sale para Nassau, junto con otros jóvenes de la Habana, y en breves días, soldado a las órdenes del general Manuel de Quesada, desembarca en el estero del Piloto, cerca de la Guanaja.
“Desde su ingreso en la revolución comenzó a brillar, a sobresalir. Así lo vemos, primero, Secretario de la Corte Marcial que juzgara a Napoleón Arango; luego, miembro de la Asamblea de Guáimaro y Secretario de la misma; diputado a la Cámara, y por último Secretario del Interior del Gobierno en armas. No obstante desempeñar cargos de orden civil, nunca rehusó el puesto de soldado. Cuando las diferencias surgidas entre los poderes Legislativo y Ejecutivo, Moralitos fue uno de los más vigorosos y tenaces inculpadores de Céspedes. Su oposición al gran caudillo, y a Quesada, llegó a tomar proporciones de lucha personal. Tanto en la Cámara como en el periódico, fue inexorable; espíritu demócrata, forjado en la escuela de aquellos de la Revolución francesa -revolución matriz de todas las revoluciones-, quería el respeto debido para los derechos, para la República, madre a quien sólo el criminal puede ver con desdén, o posponer a personales ambiciones.
“En la guerra, como en la paz, demostró ser un fervoroso enamorado de la instrucción. Suyo fue el proyecto de ley sobre enseñanza primaria. Y de Agramonte y de él, vigilar para que en los asaltos a los pueblos no se entronizara el saqueo y el abuso, -que mal puede avenirse a ser ciudadano respetuoso quien en la fundación republicana no procede con limpieza y majestad. Con el título de La Estrella Solitaria fundó un periódico, en el cual derramaba a raudales la luz de su cerebro. En el periódico, como en la tribuna, era atrevido, valiente, fiero. Una vez, creyendo que el Ejecutivo había dispuesto que se prohibiese la censura de sus actos, dijo: -¡Sólo el despotismo español llegó a tal extremo!... La palabra es enteramente libre en todos los países constitucionales..." Por su actitud resuelta salvó en una ocasión la causa de la libertad, de la cobarde alevosía de un hombre que salió a servirla sin estar preparado para ello: José Caridad Vargas, esclavo conforme con su suerte, que creyó poder defender la libertad con alma de esclavo.
“En una reunión celebrada en el Horcón de Najasa, a la cual había convocado el general Manuel de Quesada, pidió éste más independencia para el poder militar, con lo que Agramonte, allí presente, estuvo de acuerdo. Pero como Quesada pretendiese en otra reunión, celebrada al siguiente día, obtener las facultades de una dictadura, Moralitos lo combatió, echando a rodar por el suelo los planes del general, como triturados por las manos de un Dios. Gigante era aquel hombrecito cuando se escudaba en la razón. Era él de los que creían que "los pueblos no deben tener más que un código, el de la razón; ni más que un trono, el de la justicia". Cuando en receso la Cámara, su amigo Aguileraa abandonó los campos de Cuba para ir al desempeño de una comisión a los Estados Unidos, Moralitos incorporóse a las fuerzas de Luis Magín Díaz, uno de los más bravos jefes de la revolución del 68. Combatiendo como simple soldado, en el potrero de Sebastopol de Najasa, una bala le penetró por el lado izquierdo de la cara, saliéndole por el derecho, después de haberle destrozado todas las piezas de la boca y la lengua. ¡Ah, qué martirio el de aquel homb1•(c que tanto y tan bien sabía hablar, tener que permanecer, como permaneció mucho tiempo, sin poder articular una palabra! Al principio se creyó que curaría, pero las hemorragias se hicieron continuas, y como no podía alimentarse, comenzó a morir. Sin dientes, flaco, esquelético, era como la caricatura del dolor y del espanto.
“Se pensó en que saliera de Cuba. Y tuvieron que vencerlo, vencer sus mil escrúpulos, para que aceptara el salir al extranjero a curarse. Mas cuando ya estaba decidido a marchar, una fiebre pertinaz se apoderó de él. Rodeado de sus compañeros y amigos, Julio y Manuel Sanguily, de una negra esclava que le siguió a la tumba, y de otros, expiró una noche, entre ronquidos y estremecimientos pavorosos. Allá, cerca de la Sierra Maestra, vasto cementerio de tantos mártires, en una huesa humilde, lo enterraron manos piadosas. ¿Dónde están ahora sus restos? No los busquéis bajo una losa de mármol: están ocultos por la tierra, o hechos polvo, esparcidos por el espacio!”
POR: CUBA GUIJE
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