martes, 11 de enero de 2011

SER RUSA EN CUBA


POR: José Ortega Amino


SER RUSA EN CUBA


Santa Fe, La Habana, 11 de enero de 2011, (PD) Durante los primeros 30 años de Revolución Cubana, todo aquel que quería comprar una lata de carne rusa, de col rellena búlgara, de perros calientes, zapatos, ropa (aunque de pésima calidad) en vez de acudir a un establecimiento comercial, todos propiedad estatal y vacíos, tomaba un ómnibus, se bajaba en el barrio de los rusos en Alamar, reparto compuesto de edificios de apartamentos construidos por el régimen al este de la capital habanera y tocaba a la puerta de una rusa.

Allí, pero en modernas e independientes residencias, vivían decenas de rusas casadas con militares o dirigentes políticos o profesionales cubanos. Cuando ellos no estaban en sus viviendas, las rusas se convertían en expertas vendedoras de vituallas por buenas sumas de dinero.

La venta de estos productos que venían directamente de la extinta Unión Soviética o de otros países ex socialistas, no sólo se realizaba en Alamar, sino en cualquier otra vivienda ocupada por estas parejas que gozaban de un nivel de vida mucho mejor que el de un pueblo necesitado de tantas cosas para vivir.

Hoy, todo ha cambiado. No sólo el socialismo del este europeo desapareció como el globo de Matías Pérez, sino también los matrimonios de cubanos con rusas, búlgaras, checoslovacas, polacas, etc.

Muchos cubanos que trabajaron, estudiaron o simplemente visitaron esos países, trajeron, además de sus maletas, a exóticas esposas extranjeras, que nada sabían de Cuba ni de nuestro idioma.

Según cifras de la embajada rusa en La Habana, en Cuba han quedado unas cien mujeres nativas de ese país -eran miles-, casi todas divorciadas de sus maridos cubanos, unas con hijos y nietos, y otras, en la calle y sin llavín.

Como nadie les envía artículos industriales para vender, viven como pueden, posiblemente peor que cualquier cubano de a pie. En primer lugar porque se han convertido en ancianas que ni siquiera reciben una jubilación decorosa.

Mima Rovenskaya, más conocida como ¨ la rusa de Baracoa ¨, que huyó del comunismo en 1917, tuvo mejor suerte. Se hizo de un hotel en esa ciudad oriental y vivió bien hasta el final de sus días.

Otra rusa que reside en el barrio chino de La Habana, conocida como Tatiana, de unos sesenta años, casada por segunda vez con un descendiente de chino y sin hijos, deambula por las calles habaneras como muchas otras, siempre en busca de un plato de comida caliente. Se dedica a indicarle buenos lugares para comer a turistas extranjeros o vender a sobreprecio productos que sólo se venden en divisas.

Pero el caso más doloroso es lo ocurrido en el año 2007 a Elena Varelevna Verselova, una rusa de 41 años que fue deportada a su país por presidir una organización del Movimiento de Derechos Humanos, a pesar de haber vivido durante veinte años en el municipio Isla de la Juventud, donde dejó a sus dos hijas, Diana y Dora Aguilar.

Lo más lamentable de esta historia es que la embajada rusa no ayuda económicamente a estas mujeres ni les brinda protección alguna ante arbitrariedades como la señalada, algo que demuestra que son muy distintos a los españoles, quienes se han agrupado en asociaciones con el fin de recibir no solo solidaridad y calor humano, sino además alimentos.

Las rusas, en cambio, andan desperdigadas, como a la deriva. Sin amparo alguno. Desearían regresar a su tierra natal, pero no pueden. Carecen de medios para sufragar los gastos del viaje y sobre todo, han perdido sus vínculos con el país natal.

Alguien que las conoce bien me dice que fueron estas mujeres rusas quienes enseñaron al cubano a inventar bajo el socialismo. Es posible que sea cierto. La venta de productos industriales de forma ilegal fue puesta en práctica por primera vez en la isla gracias a ellas, tratando de sobrevivir a la dura realidad cubana y liberadas seguramente del romanticismo político.

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