lunes, 28 de febrero de 2011

LA CUBA DE AYER

PUBLICADO PARA HOY 1 DE MARZO




jose mojica 1939 el capitan aventurero



En su tiempo fue considerado el mejor tenor de América Latina y su imagen de latin lover a lo Rodolfo Valentino desde las pantallas cinematográficas, encendía los corazones de sus miles y miles de admiradoras en muchas partes del mundo.

Así, pues, cuando se corrió la noticia de que José Mojica actuaría en la capital cubana, se suscitó un entusiasmo frenético, como pocas veces se había visto en la Isla.

La Habana toda soñó con aplaudir al astro mexicano.

Fue precisamente nuestro genial músico Ernesto Lecuona quien se apuntó el triunfo de su presentación en Cuba, por la que se le pagó al artista visitante mil dólares por función, suma que acaso pueda parecer ridícula si se le compara con lo que hoy perciben los grandes tenores, pero que, con todo, era una cantidad astronómica para la fecha.

Dicen que la noche de su debut, el 14 de diciembre de 1931, en el llamado entonces teatro Nacional, —hoy Gran Teatro de La Habana— era verdaderamente imposible transitar por las calles de Prado y San Rafael, totalmente inundadas de público, féminas, en su mayoría, empeñadas en contemplar en vivo y en directo al galán azteca, que tanta fama había alcanzado con sus películas, entre ellas El precio de un beso, que respondían , ni más ni menos, a los cánones melodramáticos de la época, y hoy, no obstante, pueden ser catalogadas de cursis por los críticos incluso más benévolos .

No por gusto desde ese tiempo hasta nuestros días han transcurrido más de siete largas décadas, pero nadie puede negar, sin embargo, que lo de Mojica en La Habana fue todo un suceso artístico, que aún se comenta en nuestros días.

Fue tanto el esplendor suscitado por su visita, que hizo perder hasta el miedo de las presagiadas demostraciones contra el régimen machadista, que podían forzar al público a abandonar el teatro a la estampida, como sucediera en 1920 al estallar una bomba, —que causó más ruido que nueces—, en el mismo escenario cuando cantó el mundialmente conocido Enrico Caruso.

"Desde mi arribo advertí —cuenta Mojica en su autobiografía— que tenía que enfrentarme a un público amigo al que debía tratar de manera especial."

"La recepción que me preparó Lecuona fue sensacional."

"Tenía que entregarme, sin reservas, a un público entusiasta."

"La seriedad y compostura no encajan con los cubanos, que aman la confianza, la franqueza, y se interesan por la persona."

"Me lo había advertido Esperanza Iris cuando me refería el trato familiar y cálido que le daban en toda la Isla."

A las nueve de la noche de aquel 14 de diciembre, como estaba previsto, en compañía de su pianista Troy Sanders, salía al escenario por primera vez en La Habana el divo mexicano, quien fue recibido con un verdadero torbellino de aplausos, que duró varios minutos.

La primera parte del concierto —con obras de Cavalli y Gounod, entre otros— tuvo una aceptación excelente.

Pero, hubo un momento en el programa en que el público de las lunetas —al decir del tenor en su autobiografía— "se levantaba y salía apresuradamente cubriéndose la nariz con pañuelos, tosiendo y gesticulando (...) Todo el recinto era ya un bullicio y desorden. Hasta mí llegaba el picante olor de las bombas lacrimógenas".

Es bueno aclarar, en honor a la verdad, que aquellas no eran precisamente bombas lacrimógenas, según las calificó el artista, sino "bombitas de peste confeccionadas a base de la llamada 'flor de pedo' y cuyo hedor torna insoportable la presencia de un local cerrado", como afirma el colega Ciro Bianchi Ross.

Rocambolesco asunto como para no olvidar.

Por 15 minutos se suspendió el concierto, Mojica se retiró de la escena para regresar como si no hubiera ocurrido nada 15 después y comenzarla de nuevo con su canto pese a lo viciado de la atmósfera.

Fue entonces, sin embargo, cuando el artista vivió uno de sus momentos más venturosos en la capital cubana.



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