martes, 15 de febrero de 2011
La proclama imperialista
Escrito por Julio Antonio Aleaga Pesant
El Vedado, La Habana, 16 de febrero de 2011,
(PD) Gracias al imperialismo cubano el cólera fue detenido en la vecina República de Haití. Cientos de médicos, llevados allí en condición semi esclava, trabajan arduamente para disminuir la enfermedad.
La presencia de galenos, maestros o entrenadores deportivos en el exterior, es una manera de proyectar internacionalmente la dictadura. No siempre fue así. Los deseos de influencia mundial, no siempre se presentaron de manera "tan humana".
Hace casi medio siglo, el dictador reunió simpatizantes en su locutorio principal, la Plaza Cívica, y proclamó en "Asamblea General", usurpando la voz de la nación, la Segunda Declaración de La Habana.
Quizás el mito más importante del encuentro, no se relaciona con la oratoria del dictador. Por segunda vez, el gobierno anunció la reunión de un millón de personas. Dato falso, si consideramos que en 1962, la isla contaba con algo más de seis millones de habitantes, dispersos a lo largo de toda su geografía; en la capital solo residía algo menos del 10% de la población del país.
No obstante esa "pecata minuta", incomparable con la manipulación de la información que rodeó el acto, ya con la mayoría de los medios ocupados por la contrarrevolución castrista, el caudillo se dirigió a la mansedumbre, con su imparable verbo y denostó las acciones diplomáticas llevadas a cabo por demócratas continentales en el seno de la Organización de Estados Americanos (OEA), para plantear el aislamiento del estado revolucionario, entendido como aquel que desafía el orden internacional y las reglas del derecho establecidas para la convivencia de las naciones.
Si en otra pachanga contrarrevolucionaria, la Primera Declaración de la Habana (septiembre de 1961), el Máximo Líder apostaba por la alianza con las dictaduras comunistas internacionales (Rusia, China y las colonias soviéticas en Europa oriental) ahora, seis meses después, allanaba el camino a la intervención militar castrista en los países democráticos del continente.
Su proclama, "el deber de todo revolucionario es hacer la revolución", enfatizada tras la acusación de exportación de la guerra por el gobierno cubano, fue solo el comienzo del discurso. La aptitud del Nerón tropical quedó sucinta:
"Frente a la acusación de que Cuba quiere exportar la revolución, respondemos: las revoluciones no se exportan, las hacen los pueblos. Lo que Cuba puede dar y ha dado ya es su ejemplo."
Mentira impía que la historia se encarga de no desmentir. Tupamaros (Uruguay), Ejercito de Liberación Nacional (Colombia), Ejercito de Liberación Nacional (Colombia, Bolivia y Venezuela), Montoneros (Argentina), Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC (Colombia), invasión a República Dominicana por hombres armados y entrenados en la Isla, Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), o el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) en Chile, Nueva Joya (Granada), Frente Sandinista (Nicaragua), Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN, El Salvador), son ejemplos del desmadre imperial y militarista encerrado en aquella "asamblea". No se incluye en el anecdotario la presencia armada cubana en África, Asia y el Medio Oriente.
La influencia desestabilizadora cubana desató golpes de estado, conflictos de baja intensidad, guerras sucias y paramilitarismo. Sólo en Argentina hubo cerca de treinta mil muertos o desaparecidos. En Colombia se mantiene el conflicto. En las guerras civiles en Nicaragua y El Salvador se cuentan más de veinte mil muertos por país.
La Operación Cóndor, una de las respuestas operativas de los gobiernos democráticos cooptados en el cisma violento, se vincula directamente a la Segunda Declaración de La Habana, como Ulises Estrada, Ulises Rosales o Abelardo Colomé, fueron la acción ejecutiva del imperialismo insular. Especies intermedias entre los Cruzados de Pio II y los Caballeros Templarios.
Los deseos imperiales del caudillo proclamados en la Segunda Declaración, no obstante, llevaron el sello de la confrontación pan-socialista. Cercana por su esencia a la Doctrina de la Revolución Permanente, de León Trostki, un apestado en la dictadura soviética post-leninista, se oponía a las tesis de Moscú sobre las vías pacíficas de construir el socialismo.
A diferencia de lo repetido hasta la saciedad por los censurados medios del gobierno militar, la Segunda Declaración agrió también sus relaciones con Moscú, aunque pocos meses después la Isla se convirtiera en silo insumergible para las ojivas nucleares soviéticas, lo que trajo la guerra atómica hasta nuestras puertas.
aleagapesant@yahoo.es
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