PUBLICADO PARA HOY 27 DE MARZO
Generación Y es un Blog inspirado en gente como yo, con nombres que comienzan o contienen una "i griega". Nacidos en la Cuba de los años 70s y los 80s, marcados por las escuelas al campo, los muñequitos rusos, las salidas ilegales y la frustración. Así que invito especialmente a Yanisleidi, Yoandri, Yusimí, Yuniesky y otros que arrastran sus "i griegas" a que me lean y me escriban.
¡Adiós para siempre Juraguá!
En nuestra pequeña salita, nos contó aquella madrugada sobre el tiempo que había pasado en la URSS. Llevaba apenas unas horas en la Habana, después que un avión de Aeroflot lo había regresado de su larga estancia por la tierra de Gorbachov. Venía con su título universitario de letras góticas, graduado de una ingeniería que mi mente infantil no podía entender. Fue la primera vez que escuché hablar de la central nuclear de Juraguá, que se construía en Cienfuegos desde 1983. La voz del recién llegado describía al enorme reactor VVER 440 enclavado en el centro de Cuba como si fuera un dragón vivo que lanzaría sus bocanadas de aliento sobre nosotros. Allí irían a trabajar, como científicos del átomo, cientos de jóvenes formados en centros de estudio a más de 9 mil kilómetros de distancia de sus hogares. Millones y millones de rublos llegados desde el Kremlin ayudaban a levantar la que sería la obra cumbre de nuestro “socialismo tropical”, el pilar fundamental de nuestra autonomía energética.
Después supe que aquel joven entusiasta nunca llegó a ejercer como ingeniero nuclear. La Unión Soviética se desmembró justo cuando la primera de las dos unidades que se planeaban construir estaba terminada en un 97 % de su estructura. La hierba cubrió una buena parte del lugar y a la intemperie quedaron trozos del núcleo, los generadores de vapor, las bombas de enfriamiento y hasta las válvulas de aislamiento. Juraguá se convirtió en una ruina nueva, en un monumento a los delirios de grandeza que nos había legado el imperialismo soviético.
Con las sienes encanecidas y mientras corta metales en su nueva profesión de tornero, el otrora experto me dice ahora: “Fue una suerte que no se echara a andar”. Según calculó junto a otros colegas, las posibilidades de un accidente nuclear en Juraguá eran de un 15 % más que en cualquier otra planta nuclear del mundo. “Hubiéramos terminado con la Isla partida a la mitad” me dice sin dramatismo. Yo delineo en mi mente un trozo de nación por aquí y otro por allá, mientras un hoyo humeante se empecina en cambiarnos la geografía nacional.
Ahora que la planta de Fukushima lanza sus residuos y con ellos expande también el miedo, no puedo dejar de alegrarme de que en Cienfuegos ese reactor no haya despertado, que bajo ese sarcófago de concreto la reacción nuclear no haya comenzado a efectuarse. Presiento que de haber sucedido, todos nuestros problemas actuales nos parecerían pequeños, menudas insignificancias ante el avance pavoroso de la radioactividad.
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Desde el agradecimiento
De haber contratado una agencia de promoción o un ágil publicista que difundiera la labor de los bloggers alternativos, probablemente no habríamos logrado un reconocimiento tan amplio de nuestra existencia –hacia el interior de Cuba– como el alcanzado gracias al programa sobre la “Ciberguerra”, proyectado el lunes pasado en la tele oficial. El resultado palpable es que mi teléfono no para, me he quedado afónica de tanto hablar con la gente que viene a mostrarme su solidaridad y mis gafas de sol –grandotas como ojos de lechuza– no son ya suficiente camuflaje para pasar inadvertida en mi ciudad. Cada pocos metros, la gente se me acerca en la calle, me brinda sus palabras de ánimo y hasta abrazos apretados, de esos que cortan la respiración.
¿Qué está ocurriendo en esta Isla, que los “lapidados” por insultos oficiales se han vuelto tan atrayentes? ¿Dónde han quedado aquellos tiempos en que un agravio en los medios estatales representaba años y años de ostracismo y satanización? ¿Cuándo fue que se disolvió la ira espontánea contra los calumniados, el puño sincero sobre el rostro del estigmatizado? Juro que no estaba preparada para esto. Me imaginé que 24 horas después de la sarta de mentiras dichas en ese émulo de Big Brother todos se apartarían, mirarían hacia la telaraña en la pared cuando yo pasara. Sin embargo, ha resultado tan diferente: el guiño cómplice, la palmada en el hombro, el orgullo de los vecinos que se sorprenden porque cierta callada y enclenque mujercita, que vive en el piso catorce, parece ser el enemigo público número uno –al menos durante esta semana– hasta que aparezca el próximo lapidado.
Y no soy la única. Casi todos los otros bloggers que salieron en imagen y nombre en la “telenovela del MININT” están pasando por situaciones similares. Vendedores del mercado agrícola que les regalan una fruta al pasar y conductores de taxis colectivos que les dicen: “usted no paga hoy señor, va por la casa”. Si los guionistas de ese tribunal televisivo hubieran calculado semejante respuesta a nivel popular, creo que se habrían abstenido de sacar nuestros rostros en la tele. Pero ya es tarde. La palabra “blog” está ahora irremediablemente ligada a nuestras caras, pegada a nuestra piel, asociada con nuestros gestos, atada a las inquietudes populares y se ha vuelto sinónimo de esa zona prohibida de la realidad que es cada día más magnética y más admirada.
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