viernes, 29 de abril de 2011

De Castromalo a Castropeor



Los derechos laborales no existen en la isla. No hay sindicatos independientes, y poco se habló en el Congreso del derecho de los trabajadores a organizarse con independencia del Estado.

Rolando Cartaya/ Especial para martinoticias 29 de abril de 2011

Foto: REUTERS/Enrique De La Osa

¿Están los trabajadores cubanos mejor bajo la terapia de choque (sin privatizaciones) de Raúl Castro, que bajo el Estado totalitario y paternalista de su hermano Fidel?

Convendría distinguir entre quienes están aprovechando el río revuelto de las reformas para aventurarse en una especie de parque temático de mercado, y aquellos –la mayoría-- que no saben hacer otra cosa que depender de Papá Estado.

Los primeros, los nuevos “cuentapropistas”, están corriendo los riesgos inherentes al despegue de cualquier pequeña empresa (en Estados Unidos las llaman “de garaje”; en Cuba sería más exacto llamarlas “de ventana”) pero también los añadidos por la avaricia, la manía de control y el sarampión anticapitalista de la gerontocracia. No obstante, una fracción de ellos debería poder nadar hasta la otra orilla.

Los trabajadores estatales, en cambio, deben sentirse como si sus antiguos benefactores les estuvieran obligando ahora a caminar la tabla de los piratas sobre una mar picada y saturada de peligros.

Al respecto, Workers Liberty publicó en días pasados un artículo de James Bloodworth titulado “Reformas cubanas, un paso atrás para los trabajadores”.

La publicación es órgano de la Alianza para la Libertad de los Trabajadores, agrupación británica que lucha como parte del movimiento obrero por una alternativa socialista --con propiedad común y democracia-- al capitalismo y el estalinismo.

El autor señala que, finalizado ya el Congreso del Partido Comunista, el gobierno de Raúl Castro sigue adelante con sus planes de despedir a cerca de 500.000 trabajadores estatales y abrir la economía aún más a la empresa privada. Agrega que el gobierno también proyecta reducir la red de seguridad social, y eliminar eventualmente la libreta de racionamiento y todos los subsidios a los alimentos.

(Subsidios que, dicho sea de paso, provienen de la plusvalía que nunca les ponen en el sobre con su sueldo mensual. En una reciente edición de “Razones ciudadanas”, la mesa redonda alternativa que modera en La Habana el periodista Reynaldo Escobar, el sicólogo y Premio Sajarov Guillermo Fariñas recordaba que cuando era sindicalista, le tocaba negociar los contratos de trabajo con la administración de un hospital habanero. Fue entonces cuando descubrió que el Estado se embolsillaba sistemáticamente un 33 por ciento del salario de los trabajadores para “fines sociales”. Con las máscaras de la doble moneda la mordida debe ser hoy mucho mayor).

Volviendo al artículo de Workers LIberty, el articulista, que conoce Cuba, afirma que como están las cosas los derechos laborales no existen en la isla. No hay sindicatos independientes, y poco se habló en el Congreso del derecho de los trabajadores a organizarse con independencia del Estado. Mucho menos, de asignarles un papel más protagónico en la gestión de sus empresas.

Agrega que tampoco planean abrir los medios de comunicación, y cita al desaparecido periodista y disidente argentino Jacobo Timmerman, quien describió el Granma y otros medios oficiosos impresos como "una degradación del acto de leer”.

Tampoco hay forma de obviar --dice Bloodsworth-- el hecho de que la economía cubana, plagada de ineficiencia y corrupción, como todos los sistemas fabricados con el molde soviético, está en serios apuros.

Cita en ese sentido un coloquio informal en La Habana en el que diplomáticos de los principales socios comerciales de Cuba coincidieron en que la situación financiera de la isla podría llegar a ser letal en un plazo de 2 a 3 años. Eso fue en 2009.

Respecto al modelo chino, el columnista asevera que, si existe algún plan activo para desplazarse en esa dirección, sería un mal augurio para los trabajadores cubanos. Tras 50 años soportando una burocracia estalinista, confrontan ahora la perspectiva de perder en la restauración capitalista muchas de las modestas prestaciones sociales adquiridas con la revolución.

Para ellos –concluye diciendo James Bloodsworth en Workers Liberty-- la espera por una auténtica democracia socialista continúa.

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