lunes, 2 de mayo de 2011
La nueva ley del tránsito
Escrito por Frank Cosme Valdés Quintana
Santos Suárez, La Habana
2 de mayo de 2011
(PD) No soy experto en leyes, desconozco como se formulan en otros países, pero en el caso de Cuba, por lo menos la nueva ley del tránsito, con sus 324 artículos, resulta muy engorrosa para el profano
.Como la anterior ley del tránsito, (la 60 del 28 de septiembre de 1987), esta, la 109 del 17 de septiembre de 2010 y que empezó a distribuirse en los estanquillos de periódicos este mes, abarca desde la construcción de carreteras hasta la de automóviles, pasando por lo esencial que todo el mundo debe conocer, como circular por las calles, tanto transeúntes como conductores, sin cometer imprudencias que originen accidentes.
En estos 324 artículos que me llevó casi una semana leer, no encontré ninguna modificación que simplificara el simple hecho de reconstruir las calles y las aceras, porque el estado en que se encuentran las vías secundarias, excepto en la zona diplomática y congelada para jefes, de Miramar, es deplorable en toda la ciudad de La Habana.
Seis organismos tienen que ver con esto, el Ministerio de Transporte, el Consejo de Administración Provincial del Poder Popular, el Consejo de Administración Municipal del Poder Popular, el Misterio del Interior, el Ministerio de la Construcción y el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente. Este último se incluye porque toda obra vial debe incluir un estudio de impacto ambiental y es el organismo autorizado a entregar la licencia ambiental de las obras viales.
Como a simple vista se lee, desde el artículo 5 hasta el 42, el esquema asignado a las funciones de todos estos organismos es en esencia el mismo que la ley 60 de hace 23 años, una infernal burocracia que malamente resuelve algunos problemas en las vías nacionales y provinciales. Al parecer, el llamado del actual presidente de “tener pies y oídos pegados a la tierra” fue echado en saco roto. Según los términos legales, existe uno que se define en la frase “oído el parecer” que no aparece en esta ley. ¿A cuántos choferes profesionales, por simple lógica un grupo que puede aportar mucho, o a técnicos en viales del Ministerio de Transporte o del Interior se les oyó el parecer?
Tiempo atrás, ya en época de la revolución, cuando todavía existía el desaparecido Ministerio de Obras Públicas, este y el Departamento de Tránsito de la policía, oído el parecer de todos los organismos, asociaciones de propietarios y vecinos y demás interesados, realizaban el trabajo sin tanto papeleo.
Ahora que tanto se habla de impuestos, nada se dice sobre el del transporte terrestre, que nunca se ha dejado de cobrar desde 1959, tanto a estatales como a particulares, y cuyo importe es precisamente para el mantenimiento de estas vías utilizadas por todos.
Y es aquí donde otra pregunta cae por su peso, ¿acaso en casi cuatro décadas no ha habido recursos para reparar calles y aceras?
Para el observador no pasa desapercibido que todo el peso de esta ley recae en las espaldas de los choferes. No es menos cierto que hay algunos que por su conducta cañonera y falta de cortesía en la vía originan accidentes, pero está demostrado también por estudios hechos no solo en Cuba que los peatones y ciclistas, los cuales no van a tener la paciencia de leer este código como los choferes, originan más accidentes de lo que se suele suponer.
En todas las leyes de tránsito hay prohibiciones específicas dirigidas a los peatones que recogen casi todos los códigos del mundo, pero en Cuba se originan otras por el mal estado de las aceras y malas costumbres que desde hace unos años se han hecho tan habituales que casi nadie, excepto los choferes, se percatan. Niños que corretean a lo loco por las calles y no solo grandes sino chicos, personas que beben ron en los contenes, jugadores de dominó en las calles o aceras. A esto se agrega empresas que por reparación de agua, gas, etc, tienen que romper calles o aceras y así las dejan cuando se van, vecinos que rompen las aceras para hacer canales, otros que siembran plantas en las intercepciones que impiden ver.
Ninguna multa es impuesta al peatón, los padres irresponsables, los rompedores de acera y calles, estatales o particulares. Los que pagan los platos rotos siempre son los choferes aunque no hayan tenido la culpa, sobre todo si hay un fallecido.
Algunos optimistas esperaban también la aprobación de las ventas de vehículos entre particulares cubanos (los extranjeros siempre han tenido ese privilegio), y la derogación del o los artículos en que expresamente se prohíbe la construcción de vehículos a los particulares, no así a los estatales.
Infortunadamente, en este tema como en otros, se siguen poniendo cortapisas a la gente emprendedora que al final es la que puede echar a andar un país, y que cansada, termina por emigrar.
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