miércoles, 13 de julio de 2011

Después de la muerte


Escrito por Frank Correa


Jaimanitas, La Habana


13 de julio de 2011


(PD) La necrópolis de Colón constituye un objetivo turístico obligado en la ruta histórica y arquitectónica, por su valor cultural y la cantidad de personajes notorios que reposan allí.

Pero el reverso de la moneda tiene mutilado su brillo. Miles de tumbas derruidas por el tiempo y el olvido, y violadas por el vandalismo nocturno, vitrales rotos, capillas saqueadas, tumbas con sus tapas abiertas, sitios donde salta a la vista el espacio vacío donde antes hubo ángeles, cruces, dinteles y policromías.

En una de las tumbas pertenecientes a la Academia de Ciencias de Cuba, hace poco robaron piezas de mármol y granito alemán. Para repararlas, mutilaron el panteón cercano de Celestino Barrizán, coronel de la Guerra de Independencia.

La tumba del poeta Julián del Casal también ha pagado el rigor de la indolencia y el olvido.

Muchas capillas, aparentemente abandonadas y con sus muertos adentro, son utilizadas como almacenes por los trabajadores del cementerio. Existen áreas que parecen salir de una película surrealista, sarcófagos desenterrados que a las claras muestran sus muchos años en contacto directo con la podredumbre, esqueletos a medio podrir con sus manos reposando en poses mórbidas, el calamitoso olor de la cremación y el humo que envuelve el entorno en una neblina gris, estibas de ataúdes sin orden ni control y la posible confusión de guardar un muerto ajeno como suyo.

Cuando una familia tocada por la desgracia contrata con la administración una tapa para su panteón, tiene que ir a la fábrica de granito y hacer una solicitud, pero como ésta entidad no cuenta con cargadores, la familia se ve obligada a contratar un camión particular y varios hombres para traer la tapa y colocarla. La fábrica de granito ni siquiera abre los huecos para colocar las agarraderas, lo que constituye un contratiempo.

Comúnmente se considera profanación de tumba el corrimiento de tapas, el saqueo, el robo de huesos, vitrales, esculturas y cualquier acto contra panteones y demás construcciones del camposanto, pero en el código penal cubano no se contempla como figura delictiva.

El pasado año rompieron la pared del panteón de un miembro de la Cámara de Representantes de la década del 50. Robaron el Cristo de bronce que lo adornaba, sacaron los restos y se llevaron parte de la osamenta.

Hace dos años se efectuaron dos entierros de una misma familia con diferencia de solo unos días. En la segunda ocasión, se comprobó el robo del cristal del ataúd anterior y que ¡habían sustraído el cadáver!

Juan Ríos, diácono de la capilla del cementerio Colón desde hace 15 años, manifiesta, que en tiempos recientes ha existido interés por mejorar la situación, pero en el último año han pasado ocho administradores, lo que provoca una repercusión negativa en la disciplina.

El área de la necrópolis es muy extensa, y al parecer son los delincuentes quienes vigilan a los custodios para cometer sus fechorías. Existe una mala organización administrativa. Por falta de presupuesto se suspendió la técnica canina que en otros tiempos ayudaba a preservar el lugar. El trabajo en el cementerio no es muy agraciado y se dificulta mucho la contratación de personal.

De noche, el silencio sepulcral es roto por los estruendos de las pedradas contra vitrales y jarrones y los ruidos de las incursiones de fanáticos en busca de huesos para trabajos de santería. Al parecer, a los muertos se les dificulta enormemente el descanso allí.

Foto: Marcelo López

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