El castigo como prevención
www.cubanet.org -Según la filosofía del
régimen cubano, la delincuencia es un fenómeno ajeno al socialismo, un vicio
heredado de la sociedad anterior a 1959, y el sistema que impera en la Isla es
el único capaz de suprimir la criminalidad.
Pero pasan los años, y al régimen le resulta cada vez más difícil mantener su teoría. Entre los esfuerzos por disminuir la criminalidad, el más errado consistió en el recrudecimiento del Código Penal, catalogado ya con anterioridad como extremista.
En 1999, aparecieron en la legislación nuevas figuras delictivas y se elevó la cuantía de las sanciones penales que castigan las variantes del robo. El aumento de la estructura penal intentó detener el crecimiento de la corrupción y la multiplicación de los robos que afectaban la seguridad pública.
Con esta política, la magnitud del delito dejó de ser un elemento básico para adecuar la sanción. Las prisiones se saturaron de ladrones sancionados como si fuesen asesinos, en un total desequilibrio entre el delito y el rigor de la sanción. “Las penas deben ser proporcionales a la gravedad de los delitos. Si todas las penas son igual de rigurosas, el delincuente cometerá siempre un delito mayor”, sentencia Error! Hyperlink reference not valid., filósofo y jurista italiano, que ubicó sus análisis en los actuales fundamentos del derecho.
Por un tiempo, esta estrategia del régimen cubano logró disminuir el robo, pero a costa de privar al Estado del carácter coercitivo de la pena para controlar la criminalidad. Tal privación, asociada con las causas que provocan el delito, violentó la criminalidad.
En el pasado mes de septiembre, tres asesinatos de carácter proditorio alarmaron a la población habanera, que no cuenta con datos reales sobre el comportamiento del delito, debido al secretismo de los medios oficiales sobre el tema.
Dos de los crímenes sucedieron en el mismo edificio, ubicado en la esquina de 23 y O, una de las más concurridas y de mayor actividad nocturna en la capital. Después de dispararle un tiro en la cabeza a la víctima, el delincuente, un joven de 19 años, escondió el cuerpo debajo de la cama y prendió fuego al apartamento. El móvil del asesinato fue el robo de la mercadería que se almacenaba en el “clave”, o sea, la tienda clandestina de ropa.
Dos semanas después, en un apartamento de renta a extranjeros del propio edificio, asesinaron a un ciudadano ruso. El turista fue degollado para robarle 3 000 euros y dos computadoras portátiles.
Los hechos que pudieran declararse coincidentes se suman a otro similar, ocurrido al mismo tiempo, en el colindante municipio de Centro Habana, donde el asesinato de una anciana, con la intención de robarle un televisor, marcó el ascenso de los niveles de violencia en la capital.
En igual sentido, los delitos contra la administración pública, que indican los niveles de corrupción, se han consagrado en las altas esferas del gobierno. Dirigentes históricos de la revolución se han visto involucrados en redes de malversación y tráfico de influencias, casos que por su repercusión, llegan al conocimiento público.
La diferencia de clases, agudizada en los últimos años, es un factor determinante del desorden social. Mientras millones de cubanos se sienten incapaces de mantener su economía doméstica, surge de la elite gobernante una nueva clase alta que atesora fortunas.
Existen estratos sociales imposibilitados de participar en la nueva política económica del gobierno, que intenta salvarse con las ruinas del pueblo. Esta política de “sálvese quien pueda”, después de destrozar la economía del país, ha propiciado el incremento del delito, agravado por los errores cometidos en materia de Derecho Penal.
El fenómeno de la delincuencia es universal, varia en dependencia de las complejidades sociales. Optando por el recrudecimiento de las sanciones, como hipotética solución, el gobierno pretende ignorar la verdadera causa del aumento de la violencia: el alarmante recrudecimiento de la crisis socio-económica que por medio siglo ha dominado en Cuba. Mostrar interés por la realidad social es uno de los factores fundamentales para disminuir la criminalidad; pero para nuestro dictadores, obviamente, el camino hacia la prevención resulta menos atractivo que que el del castigo.
acesar2004@gmail.com
LA HABANA, Cuba, octubre, Pero pasan los años, y al régimen le resulta cada vez más difícil mantener su teoría. Entre los esfuerzos por disminuir la criminalidad, el más errado consistió en el recrudecimiento del Código Penal, catalogado ya con anterioridad como extremista.
En 1999, aparecieron en la legislación nuevas figuras delictivas y se elevó la cuantía de las sanciones penales que castigan las variantes del robo. El aumento de la estructura penal intentó detener el crecimiento de la corrupción y la multiplicación de los robos que afectaban la seguridad pública.
Con esta política, la magnitud del delito dejó de ser un elemento básico para adecuar la sanción. Las prisiones se saturaron de ladrones sancionados como si fuesen asesinos, en un total desequilibrio entre el delito y el rigor de la sanción. “Las penas deben ser proporcionales a la gravedad de los delitos. Si todas las penas son igual de rigurosas, el delincuente cometerá siempre un delito mayor”, sentencia Error! Hyperlink reference not valid., filósofo y jurista italiano, que ubicó sus análisis en los actuales fundamentos del derecho.
Por un tiempo, esta estrategia del régimen cubano logró disminuir el robo, pero a costa de privar al Estado del carácter coercitivo de la pena para controlar la criminalidad. Tal privación, asociada con las causas que provocan el delito, violentó la criminalidad.
En el pasado mes de septiembre, tres asesinatos de carácter proditorio alarmaron a la población habanera, que no cuenta con datos reales sobre el comportamiento del delito, debido al secretismo de los medios oficiales sobre el tema.
Dos de los crímenes sucedieron en el mismo edificio, ubicado en la esquina de 23 y O, una de las más concurridas y de mayor actividad nocturna en la capital. Después de dispararle un tiro en la cabeza a la víctima, el delincuente, un joven de 19 años, escondió el cuerpo debajo de la cama y prendió fuego al apartamento. El móvil del asesinato fue el robo de la mercadería que se almacenaba en el “clave”, o sea, la tienda clandestina de ropa.
Dos semanas después, en un apartamento de renta a extranjeros del propio edificio, asesinaron a un ciudadano ruso. El turista fue degollado para robarle 3 000 euros y dos computadoras portátiles.
Los hechos que pudieran declararse coincidentes se suman a otro similar, ocurrido al mismo tiempo, en el colindante municipio de Centro Habana, donde el asesinato de una anciana, con la intención de robarle un televisor, marcó el ascenso de los niveles de violencia en la capital.
En igual sentido, los delitos contra la administración pública, que indican los niveles de corrupción, se han consagrado en las altas esferas del gobierno. Dirigentes históricos de la revolución se han visto involucrados en redes de malversación y tráfico de influencias, casos que por su repercusión, llegan al conocimiento público.
La diferencia de clases, agudizada en los últimos años, es un factor determinante del desorden social. Mientras millones de cubanos se sienten incapaces de mantener su economía doméstica, surge de la elite gobernante una nueva clase alta que atesora fortunas.
Existen estratos sociales imposibilitados de participar en la nueva política económica del gobierno, que intenta salvarse con las ruinas del pueblo. Esta política de “sálvese quien pueda”, después de destrozar la economía del país, ha propiciado el incremento del delito, agravado por los errores cometidos en materia de Derecho Penal.
El fenómeno de la delincuencia es universal, varia en dependencia de las complejidades sociales. Optando por el recrudecimiento de las sanciones, como hipotética solución, el gobierno pretende ignorar la verdadera causa del aumento de la violencia: el alarmante recrudecimiento de la crisis socio-económica que por medio siglo ha dominado en Cuba. Mostrar interés por la realidad social es uno de los factores fundamentales para disminuir la criminalidad; pero para nuestro dictadores, obviamente, el camino hacia la prevención resulta menos atractivo que que el del castigo.
acesar2004@gmail.com
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