Como él, hay muchos que pertenecen a los Testigos de Jehová, una religión que estuvo prohibida en Cuba hasta hace muy poco, por orden de Fidel Castro.
Pese a sus sesenta años, Emilio pedalea el día entero en su bici taxi en busca de pasajeros. Viste como un mendigo y anda descalzo o en chancletas rotas.
Se considera, gracias a la religión que profesa desde 1993, un hombre completamente nuevo. Me confiesa que el otro Emilio, el que murió dentro de él, no le agrada para nada. Por qué, le pregunto y como si rompiera un dique en su alma, brotan sus palabras en tropel, sin detenerse ni para pensar.
-Yo fui un hombre violento, amante del alcohol, de la fajatiña. Era un ser desesperado: No sé si porque me sentía discriminado económicamente o porque era un imbécil. Hubo un momento que hasta me creí que yo era el más guapo del barrio.
-¿Participaste en alguna de las guerras de Fidel?
-No quiero hablar de eso. Ya te dije: me gustaba la violencia, ser un revolucionario. Hasta bombas hubiera puesto en los cines en la época de Batista. Pero era un niño entonces.
-¿Entonces, ya no eres revolucionario?
-Soy un hijo de Jehová. A su reino pertenezco. Ya no me interesa la política.
-¿Por qué?
-Porque siendo revolucionario me ocurrieron cosas muy desagradables. Fue un mundo tenebroso para mí. Por ejemplo, jamás olvidaré que cuando joven, en la Plaza de la Revolución, en medio de una multitud inconciente, me dejé arrastrar por las palabras y los gritos de Fidel Castro y pedí paredón para mis semejantes y llamé gusano a los hermanos que querían abandonar el país. Me fui de allí lleno de un odio tan profundo, que sólo de recordarlo siento el mismo miedo de aquella vez. Hoy, gracias al Señor, trato de ser mejor cada día, de nutrirme de pensamientos sanos, de analizar mi ser interno para ser mejor cada día. Nada de eso me enseñaron las ideas revolucionarias, saturadas de violencia, de terrorismo y sobre todo de odio de clase.
-¿Te consideras entonces una víctima de aquellas ideas?
-Sí, pero no guardo rencor. Todo fue consecuencia de las circunstancias. Aunque siga siendo pobre, he aprendido a sentirme rico de buenos sentimientos, de amor al prójimo, a mi esposa, a todos los de mi familia.
-¿No robas cuando no tienes dinero para comer?
-Lo hice. No porque haya sido un ladrón, sino porque en Cuba eso es lo más natural del mundo. ¿No dice Fidel que los trabajadores son dueños de los medios de producción? Son muchos los que se creen eso. Yo también me lo creí.
-¿Y ahora que haces cuando sientes hambre y no tienes dinero?
-Muy sencillo: me froto y me froto la barriga y sigo pedaleando en mi bici taxi.
Para Cuba actualidad: vlamagre@gmail.com