La escaramuza de la mortadella
CORRALILLO, Cuba, noviembre, www.cubanet.org -Los jerarcas del municipio de
Quemado de Güines, en Villa Clara, al centro de Cuba, se la vieron difícil ante
las madres de los estudiantes de la Secundaria Básica Delfín Sen Cedré. Y aún
mucho más difícil se la vieron los del Ministerio de Educación.
Más de treinta madres de estos estudiantes se presentaron en la escuela, para quejarse, agitada y agresivamente, por el hambre que estaban padeciendo sus hijos, encerrados en las aulas durante más de ocho horas diarias, bajo prohibición, por reglamentos impuestas en el plantel, de salir en busca de los alimentos que no se les ponía a mano.
La bulla formada por estas madres atrajo a un numeroso público, que enseguida tomó participación en el asunto, gritándoles a los dirigentes, desde la calle, que todo lo que decían era mentira y que los estudiantes estaban desnutriéndose, pues la poca comida que les daban era admás pésima.
Desde luego que siempre apareció quién llamara por teléfono a los agentes de las fuerzas represivas, los cuales llegaron con una demora de más de una hora, pero haciéndose sentir, con sus negros y pavorosos palos de goma, y repartiendo agresiones y palabrotas a todo el que se les pusiera por delante.
No obstante, la bulla del público no se aplacó fácilmente. Y muy en especial la de las madres de los estudiantes, que no abandonaron el lugar hasta que el director de Educación, a nivel municipal, vino a dialogar con ellas. Entonces, ni cortas ni perezosas, se lanzaron sobre él para bombardearlo con sus quejas y demandas.
El diálogo, que, según pensaron los del régimen, se llevaría a cabo con pasividad por parte de las madres, no alcanzó transcurrió así, sino todo lo contrario.
Las madres, visiblemente exaltadas, denunciaron, delante de la cara de los funcionarios, que en diferentes días de las semanas de clases -registrados y anotados en papeles que mostraron allí-, sus hijos habían recibido el yogurt descompuesto, caliente y aguado. Y que el pan era siempre de días anteriores y horneado con harina apestosa, y que en muchos casos, los panes venían sin su habitual compañera, “la diminuta lasca de mortadella”… Y que así y todo, los alumnos habían tenido que seguir obligadamente dentro de las aulas, con la barriga vacía, mientras el carro nuevo de transporte de alimentos, un camión ZIL, que hacía su segundo viaje a la escuela, giraba en redondo y se perdía a gran velocidad.
Al final, la escaramuza, después de tanto jaleo, se quedó en suspenso, como la mayoría de las cosas que ocurren por aquí. Y el documento que las madres le exigieron al Director de Educación, para que quedara evidencia de aquella “reunión” y de sus planteamientos, también quedó en suspenso.
Por su parte, las madres, que desde allí fueron disparadas para la sede del PCC Municipal, para patentizar también sus demandas, terminaron saliendo aún más desanimadas de allí que de la escuela. Lo único que lograron con aquella escaramuza por el pan y la mortadela es que ahora suele verse a menudo a los estudiantes saltando la cerca de la secundaria básica para ir comprar meriendas a las cafeterías particulares, mientras los maestros se hacen los ciegos para no verlos escapar.
Más de treinta madres de estos estudiantes se presentaron en la escuela, para quejarse, agitada y agresivamente, por el hambre que estaban padeciendo sus hijos, encerrados en las aulas durante más de ocho horas diarias, bajo prohibición, por reglamentos impuestas en el plantel, de salir en busca de los alimentos que no se les ponía a mano.
La bulla formada por estas madres atrajo a un numeroso público, que enseguida tomó participación en el asunto, gritándoles a los dirigentes, desde la calle, que todo lo que decían era mentira y que los estudiantes estaban desnutriéndose, pues la poca comida que les daban era admás pésima.
Desde luego que siempre apareció quién llamara por teléfono a los agentes de las fuerzas represivas, los cuales llegaron con una demora de más de una hora, pero haciéndose sentir, con sus negros y pavorosos palos de goma, y repartiendo agresiones y palabrotas a todo el que se les pusiera por delante.
No obstante, la bulla del público no se aplacó fácilmente. Y muy en especial la de las madres de los estudiantes, que no abandonaron el lugar hasta que el director de Educación, a nivel municipal, vino a dialogar con ellas. Entonces, ni cortas ni perezosas, se lanzaron sobre él para bombardearlo con sus quejas y demandas.
El diálogo, que, según pensaron los del régimen, se llevaría a cabo con pasividad por parte de las madres, no alcanzó transcurrió así, sino todo lo contrario.
Las madres, visiblemente exaltadas, denunciaron, delante de la cara de los funcionarios, que en diferentes días de las semanas de clases -registrados y anotados en papeles que mostraron allí-, sus hijos habían recibido el yogurt descompuesto, caliente y aguado. Y que el pan era siempre de días anteriores y horneado con harina apestosa, y que en muchos casos, los panes venían sin su habitual compañera, “la diminuta lasca de mortadella”… Y que así y todo, los alumnos habían tenido que seguir obligadamente dentro de las aulas, con la barriga vacía, mientras el carro nuevo de transporte de alimentos, un camión ZIL, que hacía su segundo viaje a la escuela, giraba en redondo y se perdía a gran velocidad.
Al final, la escaramuza, después de tanto jaleo, se quedó en suspenso, como la mayoría de las cosas que ocurren por aquí. Y el documento que las madres le exigieron al Director de Educación, para que quedara evidencia de aquella “reunión” y de sus planteamientos, también quedó en suspenso.
Por su parte, las madres, que desde allí fueron disparadas para la sede del PCC Municipal, para patentizar también sus demandas, terminaron saliendo aún más desanimadas de allí que de la escuela. Lo único que lograron con aquella escaramuza por el pan y la mortadela es que ahora suele verse a menudo a los estudiantes saltando la cerca de la secundaria básica para ir comprar meriendas a las cafeterías particulares, mientras los maestros se hacen los ciegos para no verlos escapar.
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