miércoles, 27 de febrero de 2013


La lluvia de los muertos
MIÉRCOLES, 27 DE FEBRERO DE 2013 04:47 ESCRITO POR HUGO ARAÑA 0 COMENTARIOS


... la lluvia. Siempre la lluvia. La lluvia que a veces nos ayuda a no ser vistos...a confundirnos con los árboles y sus las sombras en medio del fugaz chorro de agua que aparece de pronto y nadie pudo conocer de dónde vino, para después desvanecerse en el espacio. La lluvia. La lluvia que aquí en Hoyos del Naranjal cae, salpica, envuelve y rueda y abre nuevos cauces en la tierra para destruir los conocidos. La lluvia...

...ésta, que ahora nos atrapa... mientras tratamos de buscar una salida y burlar el cerco que nos tienden para aniquilarnos porque deben ser muchos como siempre..., y darle permiso a la cincuenta y así comience su concierto de la muerte porque a lo mejor ni nos quieren vivos... o a lo mejor sí, principalmente a mí. Sólo que no me conocen. Y ninguno nos dejaremos coger vivos...porque la lluvia, amiga o enemiga está aquí...ahora...cerrando más la noche...borrando nuestras huellas por estos montes despojados de un color...Y no nos detenemos. Sabemos que nos cierran más el cerco, donde a veces oímos sus voces, sus órdenes, sus gritos, o si no todo se sumerge en el ruido de esta lluvia imperante y caminamos y caminamos, yo al frente abriendo los laberintos de la maleza, buscando la espesura encubridora, guiando a mis hombres que me siguen como un jubo que previene el peligro y se desliza detectando cualquier movimiento, cualquier ruido impredecible para transmutarse en un abandonado tronco tumbado seco hora húmedo por el agua que cae...

*La versión es que los cercaron poco a poco, a pesar de la cabrona agua que caía. Pero no podían escapar. El era una pieza clave para acabar con estos bandidos que tanto daño hicieron por aquí. A él había que cogerlo vivo o muerto. Y organizamos un doble cerco. Si escapaban de uno, los muy hijos de putas tenían que enfrentarse a otro todavía con más milicianos que los esperaban como cosa buena. La orden consistió en ir avanzando lentamente. Y hasta cierto punto, la misma lluvia nos ayudaba, porque así no podían vernos, porque sabíamos que estaban en Hoyos del Naranjal, y hacia ellos emprendimos la operación sin excusas ni pretextos, ni aunque cayeran raíles de puntas, a pesar de que algunos milicianos protestaron porque por momentos, con tanta agua cayendo y la noche encima...
Detectar ese grupo de bandidos nos había costado mucho trabajo, más del pensado, pero con la información que teníamos, no podíamos fallar. Era su mejor confianza, ¡una mujer!, ¡bah!, una mujer como otras, que hablan lo que no deben cuando la tienen *metía*

- Ya yo no vivo allá arriba, en las lomas-me aclara. Y no le quedó otro remedio que mudarse para el pueblo.
- ¿Mudarme? ¡No, hijo! ¡Me mudaron con la única ropa que tenía puesta!-
- ¿Nunca más ha vuelto allí?- ella levanta las cejas y un sin número de arrugas paralelas parecen en su frente, para agregarle más años que los aparenta.
- ¡Más nunca! Aunque también para qué. Allí no queda nada. Nada.-suspira y al echarse para atrás en la recta butaca, me da la impresión como de pretender
buscar un amparo y no sentirse desarmada, o quizás menos sola de lo que parece
- ¿Lo recuerda?-le pregunto muy bajito.
- Imagínese...Uno como él es imposible olvidarlo- y busca o rebusca a través de su mirada, la presencia o la huella de algo o de alguien, que bien pudiera estar ahora aquí, quizás como halo o como polvo presente, viajando o deteniéndose a través del fino rayo de sol que penetra por la ventana abierta, teniendo como fondo y algo lejos, las lomas queridas y angustiadas del Escambray. Cerca, los cencerros de un árrea de mulos ponen una cuota de soledad a la conversación- Conocí a muchos de ellos. Buenos y malos. Para que sepa, no crea que todos eran santos, pero...yo no sé..., los de su grupo ninguno mató a nadie, así, como dicen esta gente. ¡Claro!, si había que combatir, se combatía de hombre a hombre, y en un combate, o se mata o te matan-
La observo y por momentos, la veo allá arriba, más joven, guiando a sus mulos, y hasta pronunciar alguna palabra fuerte que sólo se adjudican a los hombres.
- Me traicionaron, hijo. Y eso es lo que más me ha dolido de todo esto. ¡Me
traicionaron! -
- ¿No lo vio más?-
- ¿A quién?-
- ¿Al que la traicionó?-
- Cuando caí presa. Una...o dos veces. Después se esfumó, el muy...-se detiene. Una rabia sorda ya menguada por los años y la impotencia suaviza los recuerdos, conversaciones, algo, aunque quizás no pueda olvidarlo del todo- Me sacaron de allí. Me quitaron todo, ¡hasta mis mulos! Y mi casita, la convirtieron en un cuartel-
- ¿Y de qué vivió aquí?-
- ¡No! ¡Qué va! Primero me exhibieron por todo Caracusey, y me pasearon por las calles para que todos me vieran y se enteraran lo que había hecho. Y a él...A él, primero lo tiraron como un pedazo de bofe en el parque del pueblo, junto al busto de Martí para que todos lo vieran. ¡Ay, hijo! Si hasta trajeron a los niños para que lo escupieran y le dieran patadas. Así, ¡muerto y todo!-

...la lluvia no da tregua, dificulta el paso, se confabula con la oscuridad reinante... caminamos con mucho trabajo y sigilo y prohíbo que se hable...a veces oímos como nuestras botas chapotean en el fango...

*Quiero alumbrarlos y no puedo. Y así podría guiarlos y salir del cerco que contemplo como lo cierran para capturarlos. Si aunque sea cesara un poco la lluvia, pero no, ella es así, cuando dice a caer, no hay quién la detenga o la desvíe por una corriente de aire. Sin embargo..., intento penetrar por sus dientes o de sus hilos para hallar un resquicio salvador y huyan del señor peligro, sórdido amigo del que no debería ser amigo, yo, siempre acusada por algunos de brindar mi opaca luz de plata vieja para poner, dicen, un toque ceniciento en los rostros de la tragedia, o descubrir lo que no debiera, o, a veces soy el símbolo del amor prohibido bajo mi aparente complicidad que ahora reniego, para que no me cojan más como la alcahueta de la noche, porque mi deseo es que se esfumen y no lo logro, porque esta lluvia de finales de febrero no le basta con lo que ha desatado, y ya comienza a extender su manto para entrar en marzo, banqueteándose en su fuerza y a la vez, cómplice para hacer todavía más difícil la fuga de estos hombres, ya posiblemente condenados a entrar en el macabro pasadizo de la muerte, y...*

Fueron cayendo uno tras otro, pese a establecerse un combate casi a ciegas, sólo alumbrados repentinamente por los chasquidos luminosos de la cincuenta, que cercenó cuanto a su paso encontró, y la noche se llenó de tiros, gritos, de manos húmedas aferradas a los rifles que apuntaban y tiraban a las posibles formas humanas de cada lado, parapetadas detrás de lo que fuera y sí cubrirse, o al inciencio perturbador de la pólvora, para que de muchos contra pocos, y los pocos cayendo sobre la tierra, a veces con movimientos contraídos al sentir como los plomos al entrar en los cuerpos empapados, trazaban los caminos del dolor y desataban cauces para que la sangre desembocara en un frenesí de brotar y quitar la vida, y volverse de calientes a cálidos y de cálidos a fríos, a pesar de la frialdad del lugar y del agua que entonces, iniciaba un triste bautizo para no bendecirlos, sino para adueñarse ya para siempre de esa muerte que había ayudado a implantar un poco, desde el comienzo de la noche y la madrugada, cantada por las ráfagas de la cincuenta, y de los rifles, e irlos envolviendo en el grupo del silencio áspero, total, de que ninguno saliera libre de sus dominios.

- Según un degraciao de ellos, de los que tomaron parte en la cacería, porque eso es lo que hicieron, ¡cacería!, se emborrachó días después en la cafetería la Sin Rival de aquí, y lo contó en alta voz, para que todos lo oyeran. Que Dios me perdone, pero algún día esta gente tiene que pagarla-

Y no hizo otra cosa que enmudecer las armas, la lluvia ¡ésa! ahora en plan de traición, se alejó emitiendo una polifonía suave casi apagada según de donde se estuviera abrazada a la noche juntas, para que la luna ya inerte ya triste se refugiara en su corola de pétalos fúnebres, y así al amanecer turbio y pobre de intensidad permitiera que los del cerco cautelosos temiendo una emboscada se acercaran al lugar donde éstos hombres, con los vientres abiertos, con las rodillas desbaratadas, con los cuellos que provocaron que sus cabezas saltaran y se desprendieran por el aire sin dejar de pestañear con sus rostros, desfigurados por las huellas del dolor al emitir gritos de inclementes signos,que hicieran saltar sus ojos de las cuencas que ya no verían más ni podrían ver quiénes los volteaban con las puntas de sus armas en movimientos lentos tratando de encontrar al Buscado hasta que...

-Supimos que era. Primero, por la cuarenta y cinco que tenía colgada en la cintura. Y esa arma sólo podían llevarla los llamaos comandantes entre los bandidos. Además, su cara ya nos era conocida a pesar de lo destrozada que la tenía. Y nos lo llevamos, sólo que verdaderamente no recuerdo cómo, ¡ah, sí!, en un helicóptero, con mucho trabajo, ¿sabe?, porque a la verdad, estaba que no había por dónde cogerlo. Pero El no, El tenía que venir con nosotros. ¡Un trofeo como ese había que exhibirlo para servir de escarmiento!-

mejor sí muerto, todavía con el cañón algo caliente de tantos tiros tirar,
aunque por otra parte, nunca podrá saberse a cuántos eliminó.
mejor así, con su sombrero negro de ancho alón puesto, aunque un poco
salido de la cabeza como acostumbraba ponérselo, como aparece en la
foto que tengo frente a mí, sonriente, con una juventud envidiable puesta
al servicio de un ideal sin pedir nada y ofrecerlo todo, hasta su muerte, y
esa eterna sonrisa que lo acompañó siempre.
mejor así y dicen para más cosas de la vida, los de allá, los que lo
conocieron que ya no son muchos, y sumidos en la creencia de almas y
espíritus errantes, comentan siempre en baja voz, que a veces, cuando
cogen por un trillo solitario llenos de silencios, cubierto por esa lluvia fina
que cae sobre el Hoyo del Naranjal a finales de los febreros y comienzos
de las sombras, lo acompaña, lo protege, para que aparezca arengando a su gente a pesar de sus escasos veinte y tres años de vida, un joven llamado Tomás David San Gil Díaz

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