LUNES, 04 DE FEBRERO DE 2013 00:28
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Cuba actualidad, Santos Suárez, La Habana, (PD) A simple vista parece no haber nada de extraño en el hecho de que a un opositor lo acusen del delito de resistencia. Es un ser humano, y errar es parte de su naturaleza. Quizás el opositor, al levantarse por la mañana, pisó las lozas de su cuarto con el pie izquierdo.
De ahí en adelante su día se torció. Casualmente lo detuvo un policía malhumorado en una esquina para un chequeo de rutina, el opositor se resistió a la grosería policial, y terminó acusado ante un fiscal.
La nariz entrenada de un opositor percibiría en ese hecho el tufo a orina de un perro de presa de la policía política, marcando su territorio. Pero con un poquito de buena voluntad, se puede afirmar que el incidente anterior no constituye una prueba sólida de que la mano de la Seguridad del Estado esté detrás de ese arresto. Tampoco que la misma haya orquestado esta escena con el objetivo de neutralizar a su enemigo, sin que sus manos se hagan visibles al monitoreo de las detenciones arbitrarias y las violaciones de los derechos humanos.
Si a los dos días del arresto anterior, una decena de caracteres informaran en Twitter que otro opositor también fue acusado del delito de marras, los más perspicaces exclamarían: "¡Qué casualidad! Ya son dos opositores acusados del delito de resistencia".
Pero cuando aparece un tercer caso de acusación por el mismo delito, cuando esos arrestos comienzan a repetirse ya de una manera predecible, se está indudablemente ante un patrón.
Y los patrones de represión actuales parecen indicar que la táctica para neutralizar a la oposición ha variado de forma, al menos temporalmente. De las largas condenas a prisión se ha pasado a la imputación de delitos menores. Sanciones cortas, multas, o reiteradas detenciones arbitrarias por periodos cortos de tiempo. Represalias efímeras, para que las garras no se muestren demasiado tiempo en el radar internacional. Y para calzar eso, parece que ya los opositores, cautivos en su propio país, podrán entrar y salir de él cada vez que lo deseen.
Mientras el gobierno tenga el control político y económico, como lo tiene ahora, no pierde nada con jugar a lo que parecería una reforma a la represión, un espejismo de cambio. De todas maneras, no se le puede pedir peras al olmo. Suprimir la represión política en una dictadura es como eliminar las paredes de carga de un edificio: se cae.
Después de tantos años de represión salvaje, sin un minuto de respiro, cualquier conformista pudiera decir: del lobo un pelo, ¿no?
Para Cuba actualidad: ajuliocesar68@gmail.com
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