martes, 2 de abril de 2013


PEDRO CORZO: La transición castrista

PEDRO CORZO
Sin dudas que el proceso de sucesión en Cuba ha culminado exitosamente para el régimen y en consecuencia los Castro, los amos del juego, han determinado que es obligatorio iniciar un proceso de transición que les garantice a ellos y a toda la nomenclatura la impunidad de sus crímenes y la conservación de las riquezas adquiridas.

La transición que procuran no está orientada a cambios políticos o ideológicos en el liderazgo del país, por lo que no es de esperar que conduzca al establecimiento de un gobierno democrático y respetuoso de los derechos humanos.

No hay semejanza con lo que ocurrió en España o bajo las dictaduras militares latinoamericanas de los ochenta, porque el propio Raúl Castro, la máxima representación del antiguo régimen, se ha auto conferido cinco años más de gobierno, tiempo suficiente para atar, al menos por unos años más, a los herederos designados, que inexorablemente se irán distanciando de las ideas y postulados de los mentores que los condujeron al gobierno.

La gerontocracia cubana intenta realizarse una cura en salud. Están conscientes de que la biología se impone y desde hace cierto tiempo aspiran a blindarse dejando en el poder a dirigentes jóvenes en edad, pero caducos en pensamiento como sus mentores, aunque en realidad la práctica ha demostrado que los elegidos eran genuinos representantes de la obra más acabada del régimen, “individuos con doble moral”.

La decisión en la última reunión de la ilegítima Asamblea Nacional de Cuba de designar un segundo jefe de gobierno mucho más joven que la cúpula en el poder, es una estrategia que está prevista desde hace cierto tiempo, porque desde hace muchos años los Castro vienen situando en lugares claves a potenciales herederos, que aunque inflexibles e intolerantes como sus jefes, ocultaban muy bien sus propias ambiciones y planes en lo que respecta al poder, y en consecuencia como conducir la nación cuando arribaran al poder real.

Hay que tener presente a funcionarios como Felipe Pérez Roque, del que se dijo era quien mejor interpretaba el pensamiento del Comandante en Jefe.

Pérez Roque, como su par Roberto Robaina y el más encumbrado Carlos Lage, entre otros defenestrados con anterioridad, llegaron a creerse que habían ascendido a las altas esferas por méritos propios, que tenían autoridad para tomar decisiones, hacer propuestas y pensar con independencia, ilusión que pagaron con creces.

La realidad es que la ingeniería social del castrismo ha sido otro fracaso más entre los muchos empeños de la dictadura.

La convicción de la nomenclatura de que las nuevas generaciones, en particular los que ocupan posiciones claves en las instituciones del estado, compartan su visión e intereses, ha sido frustrada en numerosas ocasiones. Sin embargo no tienen otra alternativa que seguir procurando, en el marco del Gobierno y del Partido, encontrar el imprescindible relevo que les garantice en alguna medida la prolongación del proyecto.

En Cuba no se han producido cambios estructurales que permitan avizorar un proceso genuino de transición. El poder continúa en manos de los moncadistas; los generales y doctores que asumieron la conducción de la República hace más de cinco décadas, siguen controlando de forma absoluta el poder.

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