Cooperativas: con la gritería delante del muerto
LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org -Una muy breve estancia en el parque habanero El Curita (calles Reina y Galiano), basta para conocer la opinión de los usuarios de la nueva cooperativa de transporte público que cubre el trayecto Habana-Boyeros-Santiago de las Vegas, entre los más populosos de la capital. En general, el criterio es que los pequeños ómnibus de esa ruta funcionaban mejor antes de ser pasados al cooperativismo, sin que, para colmo, ni siquiera les hayan rebajado el precio del pasaje.
Teniendo en cuenta que antes de integrarse en cooperativa, estos ómnibus operaban bajo la administración directa del Estado, ya podremos calcular cuán bueno era su funcionamiento hasta hace poco, y cuán malo resulta en la actualidad.
En Artemisa, otra de las provincias escogidas para ensayar la aplicación del cooperativismo en el transporte público, el bombardeo de quejas de los usuarios atrajo ya la atención de la prensa independiente. Mientras, los propios cooperativistas, apenas transcurrido algo más de un mes de trabajo, apelan a las insuficiencias de base de la organización (no poseen vehículos propios sino en usufructo, y no disponen de mercados mayoristas donde adquirir suministros) para justificar el mal servicio y las alteraciones en los precios del pasaje.
Los caciques de Cuba creen haber hallado en las “nuevas” cooperativas una fórmula mágica para cerrar sin sofocos el último ciclo de su dictadura totalitarista.
Entendido al modo en que lo entiende la fatua progresía internacional, o sea, como un movimiento para organizar nuevas relaciones sociales y de producción, basadas en la equidad, la ayuda mutua y la solidaridad, el cooperativismo debió parecerles caído del cielo para reactivar sus planes con el fin de seguir siendo dueños de todo, a la vez que aparentan buscar vías novedosas para elevar la eficiencia y la productividad, desarrollando un atinado proceso de descentralización económica.
Quienes se han mostrado desconcertados ante el aluvión de prohibiciones y ante el acoso con que el régimen arremete hoy contra los cuentapropistas, en momentos en que muchos esperaban que apoyara y aun fomentara el desarrollo de sus actividades, bien podrán explicarse el desconcierto con una palabra: cooperativismo. Los caciques se cayeron de la mata al descubrir que ya no necesitan correr el riesgo de la privatización (aunque sea a pequeña escala), ni de la empresa particular, que de alguna manera siempre van a constituir vías para el libre pensamiento y la independencia.
Al crear cooperativas con las dos manos, los caciques (aplicando otra vez la socorrida frase de Lampedusa) pretenden hacer creer que todo cambia para que siga como siempre estuvo. Y tan ingenuamente convencidos parecen estar del triunfo de su plan, que se gastan el lujo de menospreciar y arrinconar a los cuentapropistas, los únicos que, mejor o peor, estuvieron sacándoles las castañas del fuego en los últimos tiempos.
Con la gritería delante del muerto, como es su estilo, promocionan ahora la existencia de 124 cooperativas, puestas en funcionamiento desde el día primero de julio, en sectores como el transporte, la construcción, la recogida de desechos y los mercados agropecuarios.
Desde luego, el proyecto forma parte de la graciosaactualización de (su) modelo económico, y está recogido en esa momificación en blanco y negro a la que llaman los Lineamientos del VI Congreso del Partido Comunista de Cuba. Una de sus principales promotoras, Grisel Tristá, quien se gasta un cargo de tres kilómetros (Jefa del Grupo de Perfeccionamiento Empresarial de la Comisión Permanente para la Implementación y Desarrollo), dijo, literal y graciosamente, que el cooperativismo “le permite al Estado irse desprendiendo de asuntos que no son trascendentales en el desarrollo de la economía”.
En tanto, otro sesudo, el Presidente de la Sociedad de Cooperativismo de la Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba, Alberto Rivera, hablaba, no menos graciosamente, sobre la necesidad de capacitar a la población para que entienda el chasco y la engañifa que representa, justo ahora, el fomento de estas cooperativas, creadas como llantas de auxilio, y a las cuales se les otorga desde su praxis un rol pasivo y de corto aliento, sencillamente porque las estructuras de una verdadera cooperativa (incluso como la entiende la progresía internacional) resultan incompatibles con el sistema burocrático, antidemocrático y asfixiante del régimen cubano.
Lo más risible es que en el cacareo ordenado a la prensa oficial para la publicidad de este acontecimiento, se insista en que las cooperativas están siendo organizadas a partir de la voluntad y los aportes individuales de sus miembros.
De las primeras 124 que se han formado, 112 surgieron del sector estatal, lo que equivale a decir de empresas fracasadas, insolventes, con administradores corruptos e inútiles, que automáticamente han pasado a ser presidentes de cooperativas. Doce solamente proceden del sector no estatal, constituidas –dicen ellos- por cuentapropistas. Rogelio Regalado, miembro de otra cosa a la que llaman Comisión de Implementación de las Reformas, ha expresado con claridad el manejo turbio al declarar que en ciertas empresas estatales en bancarrota se les propone a los obreros que se asocien “voluntariamente” en una cooperativa, y: “Si no existen obreros dispuestos a asociarse, el inmueble y los medios son sometidos a licitación pública”.
222 pequeñas y medianas empresas del Estado, todas deficientes, improductivas y en crisis general, serán transformadas en cooperativas, teóricamente autónomas a 100 %. Una amplia gama de servicios, incluidos el transporte público, mercados de frutas, restaurantes y hasta centros de crías de camarones, se llevarán a cabo mediante esta nueva gestión a la que ya engancharon el gracioso slogan de “economía solidaria”. En fin, más de lo mismo: artimañas para demorar, mientras puedan, el libre acceso a la propiedad privada, para seguir amordazando a los reales agentes del progreso económico del país, al tiempo que se burlan de los consumidores, lo que es decir de la población, la cual no encuentra alternativas para satisfacer sus propias demandas, pero debe continuar costeando las del explotador, que es el régimen.
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