Cartas desde el cielo: soñar al filo de la muerte
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- Publicado el Lunes, 09 Septiembre 2013 04:40
- Por Café Fuerte
Por Luis David Fuentes
Este epistolario es una batalla del corazón. Una batalla desde la vida y por la vida que se escapa en plena juventud.
Fernando Fueyo Moya fue un entrañable amigo que enfermó de cáncer con solo 26 años y por casi otros tres luchó contra la enfermedad de manera valiente y decidida, utilizando su condición de paciente para regalar optimismo y un caudal de enseñanzas a todos los que le rodearon.
Con las cartas que Fernando me envió desde que yo emigrara a Chile y luego viniera con mi familia a Kentucky, Estados Unidos, se ha compuesto este libro de amistad, dolor y esperanza. Cartas desde el cielo, publicado recientemente, reúne las misivas enviadas a su amigo antes y después de su enfermedad.
Lo más revelador de esta experiencia epistoral no es el signo de la tragedia que gravita sobre el autor, sino cómo una experiencia triste puede convertirse en caudal de enseñanzas positivas, un homenaje al amor y a la dicha de vivir plenamente.
Fernando nació en La Habana el 30 de septiembre de 1972. Tuvo la dicha de crecer en un medio sano y espiritualmente rico, lo que le sirvió para convertirse en un adolescente extrovertido, inteligente y emprendedor. De excelente constitución física, era un explosivo competidor en todos los deportes y pasatiempos que practicó: kárate, baloncesto, voleibol, béisbol, cancha, ciclismo, ajedrez, billar y dominó. Fue un magnífico estudiante, un líder carismático que supo cultivar durante toda su vida el amor a su familia, a sus amigos, a las buenas obras y a José Martí.
El mejor bailador
Aprendió el idioma inglés de manera autodidacta y tenía una especial habilidad para hacer negocios. Su carácter jovial y dinámico, unido a su buen porte, le permitieron vivir intensamente su juventud. Fue el más bailador entre todo su grupo de amistades y vivió fogosas relaciones de amor.
En 1998 se enmarcaron los momentos más importantes de su vida. En marzo, Fernando contrajo matrimonio con una muchacha cubanoamericana que por entonces visitaba la isla. Cuatro meses después de su unión conyugal, se graduó de abogado por la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana, en julio. La felicidad que parecía sonreirle a plenitud tuvo un duro tropiezo en octubre de ese año, cuando se le detectó un tumor canceroso (Sarcoma Sinovial Grado III) en su pierna derecha, que obligó a una inmediata amputación de la extremidad afectada con el fin de evitar la diseminación de la enfermedad a otras partes del cuerpo.
Al poco tiempo del infortunio, logró reunirse con su familia -madre, hermana y padre de crianza- en Puerto Rico. Los familiares habían emigrado un par de años antes y desde entonces estaban a la espera de la reunificación.
En Puerto Rico, Fernando fue sometido a los tratamientos indicados por los médicos. La imprevista situación provocó que su matrimonio fuese un pasaje fugaz en su vida, sin convivir con la esposa ni procrear descendientes.
Redescubrir la belleza
Durante la etapa de su enfermedad, apeló a cuanta opción física y espiritual estaba al alcance para intentar superar su situación. Con conocimiento pleno del fulminante tipo de cáncer que padecía, y con la fe y el optimismo en su sanación como principales armas para contrarrestarlo, se sometió a fuertes sesiones de quimioterapia, a dos complicadas cirugías, rogó a saltos populares, visitó sanadores, paleros y especialistas en medicina natural. Y se aferró finalmente a Dios.
No se amilanó. Con el mismo espíritu y entusiasmo que siempre lo acompañó, se dedicó entonces a compartir sus experiencias con lo que le rodeaban, tratando de hacernos redescubrir lo bello y positivo de la vida, el agradecimiento por cada momento de felicidad y la fortuna de poder soñar.
Sus últimos momentos de vida fueron una lección de entereza, altruísmo y perseverancia. Murió tranquilo, sin quejarse, en el verano del 2000.
Las cartas de este libro recorren muchas anécdotas, cuentos y pasajes que ambos amigos vivieron juntos en la Cuba de los años 90, así como la posterior relación entre ambos fuera de la isla. En cada una de las correspondencias, sobre todo en las escritas durante su condición de paciente, resaltan su alegría, su carácter batallador, su amor a la familia y amigos, así como su inmenso optimismo en el futuro.
No parece que quien escribe es un hombre enfermo que sabe que la muerte lo acecha. Cada texto es un canto a la vida, a la amistad, al optimismo, salpicado de picardía y humor.
Inyección de fe
Para cualquier ser humano, la lectura de este volumen es una inyección de fe y disposición contra la tristeza y los “pequeños problemas cotidianos” que apilamos constantemente a nuestro alrededor. Lo que nos queda al final de la lectura es la importancia de disfrutar con más intensidad los gratos momentos y de restar valor a los insignificantes detalles negativos que nos abruman a diario.
“Después de esto, nada me asusta. Todos tenemos una historia triste que contar y de ella los demás nos nutrimos. La mía no es triste, es un hecho que te comento; míralo así, como lo bueno que has de llevarte, como el soporte para que cuando te quejes de algo tonto y pasajero, recuerdes a este amigo que entre tinieblas ve luces verdes y doradas”, escribió Fernando en una de sus misivas.
La historia de Fernando es tal vez una de las más terribles tragedias personales de su generación. Un joven acosado por las carencias y las infamias del llamado "Período Especial" que busca un aliento de bienestar y libertad, y a quien la suerte le juega la peor partida.
Sin embargo, Cartas desde el cielo es también, paradójicamente, el libro de la tenacidad de una juventud cubana que conservó valores por encima de la podredumbre que marcó la época. Una lección de vida cuando todo parece perdido. Para comprobarlo solo tiene que atreverse a leer la primera carta.
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