martes, 1 de octubre de 2013

CDR o la vida de los otros


CDR o la vida de los otros

 | Por Orlando Freire Santana
LA HABANA, Cuba, septiembre, www.cubanet.org -Si alguna de las organizaciones políticas o de masas que actúan en la sociedad cubana constituye una fiel medidora del estado de salud del castrismo, no dudamos de que tal condición deba reservárseles a los Comités de Defensa de la Revolución (CDR). Durante la etapa de aparente esplendor de la revolución cubana, a los CDR se les exigía que cumplieran todas las tareas medibles para ser destacados. Debían acometer la guardia cederista— que incluía, además de las rondas nocturnas, el chequeo de la vida de cada vecino—, el cobro de la cotización, las donaciones de sangre, el trabajo voluntario, y la recogida de materias primas, entre otras actividades.
Sin embargo, como parte del proceso previo al VIII Congreso de esta organización se constató una situación diametralmente distinta. Así lo reconoció el propio coordinador nacional de los CDR, Carlos Rafael Miranda— ratificado en su cargo por la magna cita cederista—, en una de las Mesas Redondas de la televisión cubana. El funcionario declaró que, en estos tiempos, un comité que tuviese una parte de sus cargos cubiertos, que aplicara alguna que otra modalidad de guardia revolucionaria, y que además cumpliera con determinada tarea medible, ya podía aspirar a que lo consideraran destacado. De igual forma, admitió la existencia de muchas instancias de base— cuadras y barrios— donde los CDR apenas funcionan.
Semejante estado de cosas, en el que las propias estructuras superiores de la organización se conforman con que los comités trabajen a media máquina si lo comparamos a como lo hacían en los años 60, 70 y 80, es calificada por la propaganda oficialista como “adecuación del funcionamiento de los CDR a los nuevos tiempos que vive la sociedad cubana”. Claro, eso no es más que un eufemismo, o un simple consuelo de aquellos que no quieren— o no pueden— dar su brazo a torcer. Porque este pobre desempeño de los CDR es una consecuencia de la decadencia del sistema político imperante. Por tanto, el eslogan con que la maquinaria del poder pretendió contextualizar este VIII Congreso, bien pudo expresarse de la siguiente manera: “Lo que queda de los CDR en la fase de crisis general del castrismo”.
La noche de este 27 de septiembre, vísperas del 53 aniversario de la creación de los CDR, y contrario a lo que sucedía en los tiempos del esplendor cederista, la mayoría de las cuadras y barrios habaneros permanecieron en silencio, sin la acostumbrada caldosa, ni la reunión de vecinos en espera de la efeméride. En esta ocasión, como mismo ha sucedido en los últimos años, fueron nulos o muy escasos— y también de poca calidad— los recursos alimenticios que el Estado pudo ofrecerles a los comités para que celebraran la fecha. Una señora de La Habana Vieja, por ejemplo, nos comentó que no pudieron confeccionar la caldosa porque la cabeza de puerco que les asignaron estaba podrida.
Y en lo referido propiamente a las sesiones del VIII Congreso, ni en las comisiones, ni en la reunión plenaria, hubo acontecimientos que acapararan la atención de los observadores. Mucho se habló de la incorporación de jóvenes a las estructuras de dirección de los CDR, y también de atraer a esa masa juvenil a las tareas generales de la organización. Para ello fue creada la secretaría de Cultura, Deporte y Recreación. En el caso de mi cuadra, después de varios meses de creado ese cargo, todavía se espera por la realización de la primera actividad vinculada con esos perfiles.
Ah, y por supuesto, la presencia en el Congreso del gobernante Raúl Castro no podía ser desaprovechada para tratar el tema del enfrentamiento a la pérdida de valores y las indisciplinas sociales. Más de un delegado repitió la sentencia del General-Presidente, en el sentido de que hay que buscarse problemas en el combate contra tales anomalías. Confieso que eso de “buscarse problemas” siempre me ha parecido simpático. Claro, Raúl Castro puede buscarse muchos problemas porque cuenta con un cuerpo de guardaespaldas quizás mayor que el propio Ejército Occidental. Pero, ¡ay de aquel que se dedique a buscarse problemas, y no tenga quien lo proteja permanentemente de la reacción de la persona afectada!

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