SANTIAGO DE CUBA
Los legados de Sandy
Destrucción, corrupción, cólera y dengue. El huracán que arrasó los árboles en octubre de 2012 dejó a la vista el paisaje desolado de la ciudad.
El 25 de octubre de 2012 Santiago de Cuba sufrió el embate de lo que para muchos ha sido el huracán más fuerte de su historia. Los más viejos recordaron el Flora de 1963, que provocó las mayores inundaciones recordadas, pero Sandy fue el primer ciclón que produjo verdaderos momentos de terror en la ciudad.
Doce meses después, Santiago es diferente. El ciclón acabó con la aureola verde de las calles al derribar más del 80 por ciento de los árboles. Dejó a la vista un fondo habitacional decadente, con viviendas en franco estado de deterioro, ya sea por su antigüedad o por sus precariedades constructivas.
En un esfuerzo por maquillar esta visión, en el año en que se conmemoró el "60 aniversario del Moncada", el gobierno local aceleró una avalancha constructiva encaminada a hacer desaparecer los barrios más pobres e insalubres, sobre todo el de San Pedrito, en la zona que bordea la avenida del cementerio, donde descansan los restos de Martí y se espera que también los de Fidel Castro.
Al final, las celebraciones del 60 aniversario dejaron una ciudad vitrina: las principales avenidas fueron restauradas —pinturas, asfaltos y luminarias—, mientras en los barrios pobres continúan los monumentos al ciclón: casas sin techo, a punto de derrumbarse con sus habitantes dentro.
En barrios como Los Pinos, Altamira, Marimón o San Pedrito adentro, es común ver estas maltrechas viviendas, la mayoría remendadas por sus dueños: la ayuda oficial no llega, detenida por problemas burocráticos y de corrupción.
Según Ileana, damnificada del barrio de San Pedrito, el proceso para obtener los materiales no solo es demorado sino también engorroso: "Primero acudimos a las oficinas para los damnificados, donde hicimos colas de hasta doce horas para solicitar la ayuda. Después tenías que hacer otra cola en el banco para el crédito de los materiales. Te ponían en espera de quince días a un mes por la aprobación de tu planilla, que después llevabas a la tienda, donde revisaban todo otra vez para hacerte una nueva planilla final de aprobación. Todo eso para que al final yo tuviera que resolver por detrás porque esta es la fecha en que todavía no ha llegado mi turno".
Para muchos, el problema no ha sido tanto la carencia de materiales como la corrupción, que a pesar de las medidas tomadas por el Gobierno, es la vía más rápida y barata de resolver lo que falta.
Francis, damnificado de Los Pinos de 42 años, dice: "si la gente hoy tiene un techo no es por una gestión del Gobierno, muchos aquí, cuando vieron la demora y los precios estatales, recuperaron sus tejas maltrechas y las volvieron a poner. La gente se ha tirado a resolver sus problemas, hoy por hoy las casas que quedan sin techo son de la gente más pobre, que no tiene cómo pagar nada. Así que con lonas y pedazos de tejas resuelven parte de la casa, y la otra parte… cuando aparezca".
Los testimonios concuerdan en que los precios de los materiales son excesivos a pesar de la rebaja del 50 por ciento. "Imagínate que una casa como mínimo lleva diez tejas, que son a 250 pesos cada una", continua Francis. "Más las vigas que son al mismo precio, cuando vienes a ver estás montado en una deuda interminable a la que se suman las deudas por los equipos chinos [electrodomésticos entregados en la batalla por la revolución energética]. Con un sueldo promedio de 250 pesos mensuales [10 dólares], no da la cuenta".
Según datos publicados por el periódico local, Sierra Maestra, el 50.2 % del fondo habitacional de la ciudad fue afectado, y de eso solo se ha solucionado el 41 %, lo que nos deja con la interrogante del tiempo que le tomará al Gobierno resolver la semidestrucción restante.
El legado silencioso
La ciudad de Santiago, como toda Cuba, ya venía siendo afectada por el dengue hemorrágico. Sandy legó una segunda epidemia, ahora endémica: el cólera. Nadie posee la información exacta de cómo se introdujo y de su evolución. La prensa nacional sólo se ha referido a casos aislados en Bayamo y Manzanillo; en Santiago de Cuba, solo en julio, ante la urgencia de los carnavales, el Sierra Maestra publicó un escrito preventivo sobre las enfermedades diarreicas.
Pero los santiagueros sabemos que este es un secreto a voces, plagado en sus inicios de rumores de enfermos y muertos bajados de la cárcel de Boniato. En la actualidad, la presencia del cólera se evidencia por las constantes pesquisas domiciliarias en busca de síntomas, y sobre todo por las curiosas mesas con botellas y cubos que presiden la entrada de todos los establecimientos estatales de la ciudad, que obligan a lavarse las manos con agua, jabón y cloro antes de acceder a los inmuebles.
No hay estadísticas. En la última edición del Sierra Maestra apenas apareció una nota sobre la preocupante situación epidemiológica de la provincia. El doctor Jorge Miranda Quintana, director provincial de Salud Pública, advierte sobre "el incremento de la focalidad del aedes aegytis en el municipio", y "sobre la necesidad de mantener las acciones preventivas de 'enfermedades diarreicas agudas'".
Así —enfermedad diarreica aguda— se anuncia el cólera en los carteles que aparecen en las salas especiales de emergencias creadas en todos los policlínicos y hospitales. El posible eufemismo obedece, al parecer, a la "mutación" que presenta la bacteria cubana con respecto a la tradicional. Sin embargo, para la mayoría es un intento de ocultar el fracaso del muy promocionado sistema de salud nacional, en franco deterioro.
Santiago de Cuba es hoy una ciudad de contrastes, con edificios coloridos por su reciente pintura alternándose con viviendas maltrechas de relucientes tejados de zinc, en su mayoría mal colocados, donde se encuentran las mayores incidencias de cólera y dengue.
Esas son las verdaderas vitrinas de "la cuna de la revolución".
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