Cuba actualidad, El Vedado, La Habana, (PD) Tatiana, una joven negra licenciada en Psicología en la Universidad de La Habana, dice: "Con los negros la vida es más sabrosa, pero con los blancos es más fácil. Mi difunta abuela tenía el vientre sucio, algunos de sus hijos son tan negros como el azabache. Yo he decidido adelantar la raza y no peinar pasitas".
Sandra es una mujer blanca de 55 años, torcedora de tabacos, natural de San Juan y Martínez, en Pinar del Río. En su rostro se asoman los rigores de una vida marcada por la desesperanza. Refiere: "La necesidad hace parir hijos mulatos. A mí, Dios me castigó dos veces, mi hijo es negro y maricón".
El blanqueamiento y los prejuicios acosan a esta isla desde los tiempos de José Antonio Saco, uno de los padres fundadores de la nación. Recuerdo durante mi infancia como mi tía, descendiente de jamaicanos, y quien se vendía como una mulata de pelo bueno, nos recordaba a mi primo y a mí constantemente que teníamos que "adelantar", que debíamos conquistar mujeres blancas, "comer coco, aunque sufriéramos un empacho
Nos cuenta el escritor Reynaldo González en su libro "Contradanza y Latigazos", una lectura crítica sobre Cecilia Valdés, que el historiador Manuel Moreno Fraginals le decía con picardía, en algunas de sus conversaciones privadas, que" en Cuba no había problema de raza, sino de color y pelo".
La sociedad cubana aun no es esa cazuela abierta que muchos quisiéramos. Es aún muy difícil que la gente se reconozca desde su propia identidad.
Muy recientemente, el programa Mesa Redonda apenas rozó el tema del mestizaje. En él, afirmaron que Cuba no es negra ni blanca, sino mestiza.
Las rígidas claves que naturalizan el mestizaje no fueron descifradas por ninguno de los especialistas invitados al programa informativo.
El discurso del mestizaje siempre ha sido una aplanadora cultural muy bien utilizada por el nacionalismo criollo para negar las tensiones raciales que sufren los otros. La narrativa hegemónica no ha dejado construir diferencias y diferentes.
La política de la igualdad y el discurso del mestizaje son dispositivos que han sido muy bien utilizados durante los últimos 50 años para silenciar la problemática racial y las tensiones al interior de la sociedad cubana y a su diáspora transnacional.
La clave martiana "Cubano es más que blanco, más que negro, más que mulato", la transculturación de Don Fernando Ortiz y la utopía filosófica del "Color Cubano" propuesta por el poeta Nicolás Guillen son rígidos dispositivos muy bien acomodados por la hegemonía revolucionaria para preservar la unidad y negar la existencia del racismo.
El mestizaje propuesto desde la narrativa revolucionaria siempre ha incorporado lo negro anclado en los recuerdos, la herencia y la ritualidad.
Aun somos un pueblo que no hemos aprendido a abrazar la diferencia. Si muchos hemos aprendido a ser racistas, pues eso forma parte de nuestra mala educación sentimental.
El racismo y los prejuicios aun tiñen el razonamiento de muchas personas. Aun muchas familias viven el trauma de la abuela escondida, pues tener una abuela negra para muchos es una vergüenza.
También he sido testigo de confesiones de personas blancas sienten orgullo al referirse a su madre de leche que fue una mujer negra.
Para algunas mujeres, haber vivido con un hombre negro es una mancha en el expediente. Otros han decidido "no quemar petróleo".
Mi vecina Rosario se identifica como trigueña tostada y no permite que los rayos del sol la acaricien, pues podría ser traicionada por la genética.
Mientras el discurso oficial intenta vendernos a todos públicamente como mulatos y mestizos, los negros continuamos siendo víctimas de la injusticia económica al estar subrepresentados en la economía emergente y no dejar de ser reprimidos selectivamente por la imaginaria característica policial.
Aunque muchos aparentemente blancos y mulatos arrepentidos continúan negando sus ancestros africanos, el negro no deja de aportar esencias firmes al coctel de nuestra identidad.
Para Cuba actualidad: madrazoluna@gmail.com
Foto: Juan A. Madrazo
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