jueves, 24 de abril de 2014

Turistas incautos siguen viniendo

Turistas incautos siguen viniendo

Entre el mecanismo kafkiano del gobierno y la pillería popular, La Habana se ha convertido en un mal lugar de paso

Habana, turistas en La Habana_foto tomada de internet
Habana, turistas en La Habana_foto tomada de internet
LA HABANA, Cuba.- Un peruano que lleva menos de un mes en nuestra isla me cuenta que ha pasado ya por tres alquileres y no puede más… Por curiosidad indago en sus peripecias.
Se confiesa el rey del regateo. En su país se usa mucho en las ferias de la calle, en los pequeños negocios y en disímiles tiendas, en fin, una práctica que no hace mal a nadie, pero aquí en La Habana la gente no suele negociar, dicen que eso no da resultado, pues casi siempre los que venden son solo intermediarios y no los verdaderos dueños de la mercancía que se oferta.
Un día salió a la Habana Vieja a comprar algunos libros de uso, pero nunca quisieron hacerle rebajas. Compró libros viejos, y se gastó casi 60 cuc (moneda oficial equivalente al dólar).
Allí era asediado constantemente por vendedores de tabaco, de bebidas; también le ofrecían mujeres y variantes sexuales. Lo más curioso fue que mientras pedía la carta en un restaurante de la zona, el mismo camarero le sugirió acompañarlo a “otro” restaurant –por supuesto que privado–, a la vuelta de la esquina. A lo que el extranjero accedió, pensando que iba a salirle mucho más económico. La comida era pésima y los precios triplicaban al primer establecimiento, por lo que tuvo que pagar más, incluyendo la propina que se le carga al cliente. Este mismo camarero se hizo su amigo y le pidió incluso algún dinero, alegando que tenía que comprar leche para su hija, y su salario era muy bajo. A lo que mi amigo por lástima le entregó un billete de 10 cuc.
Una mañana, quiso visitar la finca La Vigía, otrora propiedad de Ernest Hemingway, y el taxi le cobró 40 cuc, precio previamente concertado por la empleada que trabaja en una mesita del hotel Raquel, en reservaciones y excursiones –la misma que le recomendó a un taxista amigo–, cobrando ella misma el dinero. O sea, que nunca supo el precio real de dicho taxi.
De los almendrones, ni hablar; algunos le cobraban 50 pesos por el recorrido, otros 3 cuc , y los más considerados el precio normal de la carrera.
Al arribar a Cuba pagó 35 cuc por una habitación; luego un conocido le habló de una renta menor, la cual usó por un tiempo no muy prolongado. Pero como es su costumbre, necesitó algo mucho más barato, y este mismo muchacho le halló el cuarto ideal.
Es comprensible que el forastero nunca sospechó que se trataba de un alquiler ilegal, que también a la semana tuvo que dejar, pues a esta “supuesta arrendataria” le apareció un mejor postor, y avisándole en medio de la noche que debía irse, pues la policía iba a hacer una redada en la zona. Cogió sus maletas y con tan mala suerte que se le quedó un par de zapatos. Ahora se encuentra en la duda, si buscar un alquiler más caro, o cambiar el boleto de avión y regresar a Perú.
La historia de Helen, una canadiense, fue mucho más triste. Primero conoció a un amigo, que le sirvió de asistente personal; todos los días se presentaba en su alquiler para acompañarla a almorzar, a hacer las compras, incluso usaba el mismo taxi (pagado por ella), para regresar a su casa. Este compañero, extremadamente misterioso, le dijo que se era entrenador de natación y tenía algunos alumnos. Pero nunca le dio ni siquiera la dirección de donde residía. Entre ellos no había sexo, solo amistad. Hasta que un día le pidió prestados 700 cuc para hacer una pequeña piscina en el patio de su casa.
Helen también tuvo la desgracia de tropezar y enamorarse de un botones de un motel turístico, que ensayó un con ella un breve romance. Mucha pasión, dos o tres salidas a restaurantes, a la playa… A su regreso, en el segundo viaje, ella le trajo cosas que él le había pedido: un dvd, un reloj de pulsera automático, un coche para niños, ropas.
En esta última visita, no pudo encontrarse con él, estaba sumamente ocupado, pues su esposa estaba recién parida. Su niño pequeño, su trabajo, le impedían verla en su breve estancia en Cuba. Al profe de natación nunca más le vio el pelo.

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