Silvia y la Seguridad.
Por Orlando Luis Pardo Lazo.
Por Orlando Luis Pardo Lazo.
La arrestaron dos veces, las dos con violencia.
Todo por caminar a mi lado en las calles de una Habana casi ya a punto del Cadáver en Jefe de Fidel Castro. Se llama Silvia. Mi Silvia.
La botaron de su primer trabajo como dentista, en la consulta cautiva de una fábrica de tabacos, donde los obreros no pueden ni alzar la nuca de las hojas odiosas que deben torcer por un salario de miseria. Por cierto, la expulsó un agente de la Seguridad del Estado que hoy funge o finge como abogado disidente, en una asociación jurídica independiente (se lo advertimos así al director de dicha agencia, pero quedamos como dos paranoicos, Silvia y yo).
La botaron de su primer trabajo como dentista, en la consulta cautiva de una fábrica de tabacos, donde los obreros no pueden ni alzar la nuca de las hojas odiosas que deben torcer por un salario de miseria. Por cierto, la expulsó un agente de la Seguridad del Estado que hoy funge o finge como abogado disidente, en una asociación jurídica independiente (se lo advertimos así al director de dicha agencia, pero quedamos como dos paranoicos, Silvia y yo).
La obligaron a desnudarse en la Estación policial de Regla, durante la visita vil del ex Papa Benedicto XVI, que arrasó con la sociedad civil cubana y besó la diestra del Excomulgado Máximo, mientras se pactaba en silencio el atentado contra Oswaldo Payá, donde el Cardenal de los mil y un pecados a ras de pubis bajo la sotana sumó apenas un mea culpa más (luego el propio Jaime Ortega y Alamino se lavaría las manos al lapidar a Payá en la capilla ardiente, como si Dios lo hubiera llamado a su lado y no fuera un despacho de la Seguridad del Estado).
Le infiltraron la familia. Aterraron a su madre, la mamá de Silvia Corbelle Batista. Le hicieron creer que yo era pagado por la CIA. Luego, le dejaron sobreentener que yo trabajaba también para ellos. Que era infiel (lo era). Le dijeron que soy maricón (podría serlo: es más, lo soy) y que tenía SIDA (podría tenerlo, pero no es cierto por el momento, según la serología). El castrismo sólo sabe usar la realidad y el lenguaje como fuente de estigmatización, como fobia no al otro sino a sí mismo. A la mamá la coaccionaron y la obligaron a robarle documentos a su propia hija, y también a delatar sus movimientos ante los agentes de la Seguridad del Estado. Ya lo era un poco por vivir en Cuba, pero hicieron de la madre de mi exnovia un guiñapo humano. Ella, que se preciaba en privado de anti-castrista, terminó convertida en fidelista de facto.
Enloquecieron a su padre, el papá de Silvia Corbelle Batista. Lo humillaron ante su propia hija. Lo forzaron a amenazarme de muerte (es un delito, pero jamás yo denunciaría a nadie dentro de Cuba) para que me alejara de quien entonces era no sólo mi amor, sino el amor. Ya lo era un poco por vivir en Cuba, pero el pobre papá guiñapo contrató entonces los servicios de un babalao para hacerme un “daño”. Y luego envió a aquel delincuente analfabeto a advertirme, a nombre de sus espíritus escabiosos, que yo tenía que irme del lado de Silvia o me caería un “mal” que me llevaría en una semana a la tumba. Tengo que decir tal cual lo que le respondí. Me toqué la pinga, como muchos de los fusilados sin juicio en Cuba, que morían gritando Viva Cristo Rey con la fuerza que les quedaba tras haberles quitado la sangre como trofeo de guerra. Le dije al ratero santero a sueldo del G-2, como la mayoría de los que practican esa “religión”: Pendejo, dile a Fidel que venga a decírmelo él.
Infiltraron a sus colegas de la Facultad de Estomatología. La filmaron en sus relaciones de pareja, durante y después de mí. Coaccionaron a nuestros amigos cercanos para que nos espiaran. Algunos accedieron, otros huyeron sin confesarnos su espanto. Nos asesinaron a dos gatos de manera cruelísima, en dos momentos críticos de nuestras vidas, casi como mensaje siciliano de que estaban cayendo cabezas muy cerca de nuestra alcoba. Presionaron a la persona que nos prestaba un cuarto para estar lejos de Cuba (la persona resistió, entonces le quitaron sus terrenos con una trampa del Instituto de la Vivienda). Hasta a la hora de operarme (gratis) de miopía, se nos apareció un oficial en el salón del hospital Ramón Pando Ferrer y puso a temblar el bisturí laser de la doctora. Pero Silvia no estaba sola. Silvia me decía: “lo hacen para que te cagues del miedo, Landy, porque saben que tú eres bueno y quieres vivir. No les des ese gusto”.
Pero yo siempre se los daba, siempre sentía el vértigo de los intestinos. No soy mejor que el Cardenal de Cuba, la complicidad de esa cobardía constitucional es nuestra íntima comunión. Pero mi odio en estado puro me salva; mientras que a Jaime Ortega y Alamino el amor lo ha hecho ruin (y ruino). Y es ese mismo desprecio por los verdugos del Ministerio de la Cuba Interior, es ese diamante loco lo que brillaba siempre en los ojos aguados de una personita libre llamada Silvia. La misma que ayer por la noche me pidió por teléfono que la ayudara a llorar. Sólo eso. Voy a estar bien. Ayúdame a llorar.
Las dos veces que estuvo presa, en el 2012 terrible, recuerdo a Silvia gritando su insulto a los policías y agentes. Haciendo ostensible cuán ignorantes son. Cuán descarados y libidinosos (el castrismo, como Castro en sí, es un fenómeno pacato antes que patriótico: la fidelidad mala sustituye al buen fornicar; la incontinencia verbal es síntoma de la eyaculación precoz; mientras más poder te impone, menos se le para la piltrafa al déspota impune, menos lubrica la vaginita de verde olivo; el uniforme como borrón del cuerpo).
Hoy se acaba el juego y emerge la verdad.
La fotógrafa y bloguera Silvia Corbelle Batista ha sido citada por los extremistas estériles de la Seguridad del Estado cubana, a las dos de la tarde totalitaria de Cuba. Pueden dejarla presa sin juicio, como a la Dama de Blanco Sonia Garro, que ya lleva más de dos años encerrada de manera ilegal. Pueden ponerle cargos. O ponérselos a sus padres, para descolocar sicológicamente la ecuación. Pueden amenazarla de ser violada esta noche (a mí me lo hizo el agente Ariel en la Estación Policial de Aguilera, en Lawton, a finales de marzo de 2009: me dijo “te vas al calabozo hasta que venga el Instructor, ¿trajiste condones?”). Pueden imponerle un Acta de Advertencia Oficial, como a miles de miles. Pueden decirle que todo fue un error y que vuelva otro día (el horror es éso, un no saber).
Hagan lo que mejor les plazca. Silvia es sabia. Silvia sabe quiénes son ustedes y qué le he han hecho a la memoria no sólo de nuestro amor, sino del amor. El resto no importa. Den en paz ahora sus coletazos en esa escenografía sin corazón que se llama Cuba. Son sólo los síntomas de lo que los cubanos nos haremos a los cubanos un minuto después de cantar el himno nacional en el entierro inminente de Fidel.
Silvia, vas a estar bien. Pero no dejes de llorar. Casi nadie en Cuba se acuerda de cómo hacerlo.
[Publicado en el Blog de Orlando Luis Pardo Lazo]
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