Malecón, playa de pobres y destino funerario
No hace mucho tiempo que uno podía encontrar grupos de bañistas sobre el muro, en las zonas donde menos trabajoso resulta bajar y subir
miércoles, julio 30, 2014 | Ernesto Santana Zaldívar | 1 Comentario
Foto-galería de Ernesto Santana
LA HABANA, Cuba. – El calor arrecia y parece querer incinerarnos como a difuntos. En los días más ardientes del verano, muchos vacacionistas, sobre todo los más jóvenes, creen que ha llegado el momento de ir a alguna playa para aliviar este bochorno extremo.
No obstante, ir y regresar de las playas del este —las mejores en las cercanías de La Habana— puede resultar una hazaña que cualquiera no está dispuesto a realizar, sabiendo lo difícil de la situación del transporte en esta época. Siempre está mal, pero ahora se pone peor por la enorme cantidad de gente que quiere hacer lo mismo.
Los pocos que pueden pagar las piscinas en los hoteles, quizás pasen una jornada agradable.
Pero siempre quedan unos kilómetros de litoral a lo largo del muro del Malecón. Históricamente, esa ha sido la “playa de los pobres”. En la actualidad, pese a las prohibiciones, la contaminación y el peligro del arrecife, sigue siéndolo.
No hace mucho tiempo que uno podía encontrar grupos de bañistas sobre el muro, en las zonas donde menos trabajoso resulta bajar y subir desde el borde inferior que da al mar. Era posible hasta encontrar algo que pudiéramos llamar “deporte de alto riesgo”: los surfistas que, aprovechando una zona de oleaje entre los altibajos del arrecife, cabalgaban las olas, aunque terminaran heridos.
No hace mucho tiempo que uno podía encontrar grupos de bañistas sobre el muro, en las zonas donde menos trabajoso resulta bajar y subir desde el borde inferior que da al mar. Era posible hasta encontrar algo que pudiéramos llamar “deporte de alto riesgo”: los surfistas que, aprovechando una zona de oleaje entre los altibajos del arrecife, cabalgaban las olas, aunque terminaran heridos.
Pero, si bien siempre la policía tenía sus temporadas en que hostigaba con mayor insistencia a los bañistas, en esta época lo hace con más constancia que nunca, e incluso impone multas también a las personas que se lanzan al agua con un rudimentario equipo submarino para cazar pequeños pulpos o peces.
Hay quienes, para evitar ese castigo, llegan al muro en short, camiseta y tenis y se lanzan al agua asimismo, de manera que no dejan nada en el muro a donde tengan que regresar y, si viene un policía, simplemente se alejan nadando, porque, aunque parezca mentira, esos pequeños peces y pulpos que capturan, casi siempre con arpones improvisados, les sirven para alimentarse o para conseguir un poco de dinero.
Buscando pulpos dentro de algo sagrado
-La policía puede ponerte hasta mil quinientos pesos (60 dólares) de multa-, me dice Luis, que lleva muchos años practicando ese tipo de pesca submarina rudimentaria. -Y decomisarte el equipo. Los que tienen licencia para la pesca submarina solamente lo pueden hacer el fin de semana-, dice.
Según él, en un tiempo la policía prohibió incluso pesca con anzuelo desde el muro, con el pretexto de las epidemias que andaban y andan por ahí, pero fracasaron. No tenían suficiente personal para perseguir a los pescadores de orilla.
-Hay demasiada gente en La Habana que se dedica a eso-, dice Luis. –Gente que hasta sobrevive gracias a lo que pescan, si son suertudos.
Al parecer, las autoridades lo que quieren es que no se vea a la gente sobre el muro del Malecón, que los extranjeros que pasan por allí de camino a la Quinta Avenida no vean a esa cantidad de personas pobres que no tienen una opción mejor para pasar un buen rato, o para buscarse dos o tres pesos.
-Es verdad que a veces se ahogan muchachos que se meten en el agua cuando hay un frente frío-, afirma Luis-, pero lo que debieran hacer es poner una bandera roja cuando hay mal tiempo. No sé, algo más práctico. El Malecón ha sido toda la vida la playa de los pobres. Claro, los hijos de los jefes pueden ir lo mismo a Varadero que a Acapulco, en México, si les da la gana, pero nosotros lo único que tenemos es esto-, y se encoge de hombros.
Me había llamado la atención, desde hace días, la cantidad de urnas cinerarias que se veían en el agua baja, a los pies del muro, y ahora pregunto, señalando dos que se encuentran cerca.
-La gente llega al muro, echa las cenizas en el agua y tira ahí mismo la urna-, me cuenta Luis, añadiendo:
-Antes había más que ahora. Yo siempre las reviso porque a veces los pulpos pequeños se meten dentro.
No sé qué pensar sobre las urnas cinerarias arrojadas tan cerca de la orilla, pero creo que nuestra obsesión por escapar de “la maldición del agua por todas partes” merece que la ceniza de los difuntos sea esparcida más lejos, para que las olas no la devuelvan tan pronto. Pero ya sabemos lo difícil que es aventurarse mar adentro.
“Prohibido pescar en balsa”, advierte el letrero.
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