sábado, 2 de agosto de 2014

Entre lo visible y lo intangible

Entre lo visible y lo intangible

Emerio Medina Peña en la presentación de uno de sus libros. (ECURED)
Emerio Medina Peña empezó a escribir tarde, ha ganado importantes premios de narrativa, y habla aquí de su obra, Juan Rulfo, Ángel Santiesteban, Guillermo Vidal y la fantasía heroica.
Este mayaricero fue descubierto gracias al Premio Iberoamericano de Cuentos Julio Cortázar 2009, con Los días del juego, y al año siguiente recibió el PremioCasa de las Américas de Cuento. Ha obtenido además el Premio UNEAC de Cuento y un premio de novela para niños y jóvenes que otorga la editorial Oriente.
Emerio Medina Peña (Mayarí,  1966) es graduado de Ingeniería Mecánica por  la Universidad de Tashkent, en la antigua Unión Soviética, y comenzó a escribir a los 37 años de edad.
Sé que tienes en proyecto escribir un libro de ensayos sobre la narrativa cubana contemporánea. ¿Eso significa que te vas a alejar del cuento?
Es cierto que tengo algunos apuntes por ahí, y es cierto que pienso escribir un ensayo sobre la narrativa cubana actual, pero ni siquiera es un proyecto. Eso solo es una idea, y una idea muy vaga. De concretarse la idea y el proyecto, no creo que signifique un alejamiento de las cosas que estoy haciendo ahora, básicamente del cuento. Yo lo veo como una manera de acercarme.
Escribir ensayos supone un dominio total de esos temas. No creo que los ensayos te quiten tiempo ni te malogren ideas. Si puedo ensayar sobre la narrativa cubana contemporánea eso solo puede significar un reto, y un reto grande, y los retos te llevarán siempre a una etapa superior.
En la manera que yo veo el cuento cubano actual es necesario dominar no solo el abecé de la escritura y las técnicas narrativas, sino también todo el universo cultural que gira en torno a esa pieza fundamental de la narrativa cubana contemporánea. Sería difícil concebir a la Cuba de estos tiempos sin sus cuentistas mayores, sin Onelio Jorge Cardoso y sin Alejo Carpentier, sin Enrique Labrador Ruiz y sin Félix Pita Rodríguez.
Sería difícil también no tener en cuenta a los cuentistas más recientes. El caso de Guillermo Vidal, por ejemplo, merece cualquier atención. Resulta que muy pocas veces te encuentras un cuentista como Vidal. Se va haciendo necesario acercarse a la obra de estos grandes hombres con la agudeza que exige el ensayo. Al mismo tiempo, uno se va armando con lecturas de muchísimos escritores contemporáneos. Uno empieza a mirar alrededor con ojos críticos.
Cuando lees un libro de Laidi Fernández, o de Ernesto Pérez Chang, o de Ángel Santiesteban, por solo citar algunos, descubres que hay un universo muy ancho en cuanto al cuento cubano actual se refiere. Te encuentras distintas formas de escribir y hacer, y te encuentras miradas disímiles y muy válidas, tanto que te quedas pensando: por qué no ensayar sobre los contemporáneos. Yo quisiera hacerlo alguna vez. Y, en general, te digo que resulta difícil no motivarse a escribir sobre ese fenómeno cultural del que uno se siente parte activa.
¿Para ti  escribir hoy en Cuba es un acto de resistencia o un acto de heroísmo?
Escribir es, y siempre será, un acto placentero. Aun cuando a veces las cosas no salgan bien y uno tenga que sacar alguna fuerza extra para seguir adelante, escribir es un acto placentero.
Quizá en las condiciones de Cuba el placer se disuelva un poco entre todas esas cosas que uno debe enfrentar. Cosas materiales, quiero decir: no tienes dónde teclear el texto, no tienes las hojas necesarias, no tienes dónde imprimir, no tienes el sobre o las presillas o lo que haga falta, no tienes dónde revisar determinada información, no tienes cómo asistir a una reunión que te interesa. Es común que te enteres por la prensa de la celebración de determinados eventos y entonces quieres ir allá como simple espectador y te decides a hacerlo y empiezas a chocar con todas esas trabas: transporte, dinero, alimentación, hospedaje.
En mi caso particular, súmale a todo eso el hecho de vivir relativamente lejos de cualquier centro urbano. Es fácil verme a pie en el camino de Valle Dos, muchas veces bajo la lluvia, o al sol, en viajes de vira y bota en las carreteras interminables de Oriente. En ese sentido, escribir pudiera ser un acto de heroísmo y uno mereciera tener su propia estatua en algún lugar solitario y todas esas cosas que deben tener los héroes. Pero hay demasiado placer en lo que uno hace. El placer siempre es mayor que las privaciones, te lo aseguro.
Puedes llamarle placer, o quizá le llames simplemente satisfacción interior. Creo que el acto de escribir en Cuba o en cualquier lugar del mundo es únicamente eso: una fuente de satisfacción inagotable donde uno bebe y olvida todo lo demás.
¿Qué le aportaron a tu narrativa esos cinco grandes cubanos: Guillermo Cabrera Infante, Reinaldo Arenas, Severo Sarduy, José Soler Puig y Guillermo Vidal, a pesar de que es muy difícil encontrar los libros de alguno de ellos?
No he leído nada de Cabrera Infante. Solo conozco su obra por referencias, porque alguien me habló de sus novelas y de su vida. Yo no soy un seguidor de corrientes o de modas. No me leo a un autor por cumplir con determinada exigencia. Cabrera Infante simplemente no estuvo a mi alcance en esos primeros años de formación y ya hoy sería difícil incorporarlo, sobre todo porque me parece que compartimos un tipo de mirada sobre la realidad y entonces correría el riesgo de imitarlo. Lo estoy dejando para después.
Con Arenas ocurre algo diferente: esa visión del campo me interesa. Las cosas que he leído de Arenas me han gustado y ya hoy soy un seguidor de su obra. No podría decir que me ha aportado algo, porque lo leí hace muy poco. Todavía no me he visto obligado a utilizar cualquier cosa que Arenas haya dejado en mí.
A Severo Sarduy no lo he leído. Te garantizo que lo buscaré después: creo que es cosa necesaria.
El caso de Soler Puig resulta interesante: no me han gustado sus cosas. Fíjate, digo que no me han gustado. No quiero decir que esté evaluando nada. Simplemente, sus novelas no me han resultado interesantes. Alguien me habló de El pan dormido diciendo que no se parecía en nada a sus otras producciones. Ya me he conseguido el libro y lo leeré pronto. Veremos qué resulta de ahí. Leí un libro de cuentos que publicó Ediciones Oriente y me pareció bien. Hay algo en su lenguaje que me interesa. Algo que uno puede reproducir, y ya eso es una huella.
Me queda Vidal, y creo que ahí sí hay cosas que aportan bastante a cualquier narrador cubano contemporáneo. Resulta que Vidal tiene una forma de tratar la realidad que yo solo había encontrado en Juan Rulfo. Su lenguaje, incluso, me recuerda bastante al de Rulfo.
Hoy considero a Vidal como un escritor de culto. Creo que muy bien puede estar junto a Carpentier en cuanto se refiere a crear escuelas y abonar caminos. Vidal es ese escritor cuya manera de hacer resulta pegajosa, tanto que uno debe cuidarse mucho porque fácilmente se deja llevar y, sin percibirlo, estaría escribiendo como él. Por supuesto que me he cuidado mucho de eso, pero el tunero siempre está ahí, vigilante, y es muy bueno que sea así.
 ¿Qué acontecimientos, personas o lecturas te marcaron en tu afán por ser escritor?
Tengo que aclararte algo: yo nunca tuve un afán por ser escritor. Cuando yo decidí escribir ya estaba marcado, pero no de esa forma que tú lo dices. Ya era viejo, te repito. El problema era abrirse camino, y eso es algo diferente. Y el hecho de abrirse camino te pone en contacto con mucha gente, con mucha narrativa diversa. Pero yo tenía mis dudas. No sabía exactamente qué escribir.
Estaba perdido en el llano, como decimos los orientales del campo. Y entonces, allá por el 2003 ó 2004, me cayó en las manos un ejemplar de Los hijos que nadie quiso, de Ángel Santiesteban, y ya entonces, leyendo aquellos cuentos tan osados, supe que yo quería escribir cuentos.
Fue como un aviso: "Oye, guajiro, se puede escribir a sí, y se puede escribir de estos temas, y se puede hacer lo que a uno le dé la gana sin miedo a que la gente se ponga a hablar lo que la gente habla cuando descubre que uno escribe estas cosas". No conozco a Santiesteban, jamás lo he visto, pero puedes decirle que yo dije eso.
Después conocí a Mariela Varona. Ya ella era una escritora reconocida. Me atreví a ir a su casa y pasamos un buen rato hablando. Me recibió como se recibe a un amigo viejo. Ese día fumamos como locos y tomamos un café frío mientras ella leía algunos cuentos míos. Su opinión fue importante, me confirmó que estaba en el buen camino.
Y después conocí a Rubén Rodríguez, el Gran Rubén, el-que-dondequiera-gana. Esos dos autores definitivamente marcaron mi mundo escritural. Dicho así, ellos me señalaron un camino. Acontecimientos hubo muchos, y muy variados, pero la publicación de mi libroPlano secundario en 2005 fue algo crucial. Fue una confirmación.
Me pasó lo mismo cuando gané el Premio de la Ciudad de Holguín en 2006 con Rendez-vous nocturno, y el Regino Boti, en ese mismo año, con Las formas de la sangre. La Feria del Libro de 2006 en Santiago fue un momento importante. Yo fui invitado porque Plano secundario mereció el Premio a la Mejor Ópera Prima. Imagínate, era la primera vez que estaba en una feria del libro. Llegué allá por la tarde sin saber de qué se trataba todo. Teresa Melo me dijo en qué consistía el premio: "Te vas a pasar aquí los siete días de la Feria, vas a conocer a los escritores cubanos de vanguardia".
Y realmente fue así. Conocí a Nancy Morejón, a César López, a Pablo Armando Fernández, a Roberto Manzano, a Carlos Esquivel, a Ernesto Pérez Chang, a los poetas Carlos Augusto Alfonso, Arístides Vega Chapú y Reinaldo García Blanco. Todo fue muy bueno. Genial.
Conocí a otros escritores que estaban comenzando, y conocí, por supuesto, a Aida Bahr y Teresa Melo, que me parecieron encantadoras. Como ves, ese fue un momento importante. Me dio aliento. Después de eso he participado en algunos eventos, otras ferias. Todo deja su huella en uno. Una lectura, por ejemplo, me dio una herramienta fundamental: El año de la muerte de Ricardo Reis, de José Saramago. Me enseñó a mirar la oración desde otro ángulo, a jugar con el sonido de las palabras, cierta métrica que hay ahí, y todo eso uno lo agradece.
El último libro que leí fue El hombre que parecía no querer nada, una recopilación de textos de Javier Marías, y eso también me dejó algo porque me puso en contacto con un espectro narrativo diferente a las cosas que uno comúnmente se encuentra. Pero también leí hace unos meses una novela de Geovanys Manso, La isla inmersa, y me sirvió para posar los ojos en aspectos de la vida en Cuba que yo no había tenido en cuenta anteriormente.
Todo sirve. Todo regresa. Cualquier lectura te deja siempre una huella, y cualquier escritor que conozcas te revelará algo nuevo. Así me pasó con la obra de Juan Rulfo, cosa curiosa, yo no pude leer a Rulfo en la adolescencia porque esa forma de escribir y esos temas no me interesaban, no me gustaban, los cuentos me parecían cansones y aburridos, y resulta que lo leí ya cuando tenía treintipico, y entonces pasó algo, una aventura mágica, un descubrimiento que me marcó, seguro me marcó.
Hoy es mi autor favorito, vuelvo sobre cualquier línea que haya escrito Rulfo, tengo a "Luvina" grabada en la memoria, cierro los ojos y me imagino el cerro y la neblina densa y un hombre de edad mediana, de pie sobre el terreno duro, mirando a las cimas del monte con los ojos secos, gastados, con esas arrugas que el sol hace aparecer temprano en los rostros curtidos, y entonces creo que ese hombre soy yo, que ese cuento en particular fue escrito para mí.
Que me perdonen, no puedo evitar esas palabras melodramáticas. Como ves, el melodrama me persigue, pero hablando de Rulfo, quizá sea mi influencia mayor. Por supuesto, ha habido otras influencias. Sería largo de contar.
¿Tienes una antología personal de autores o de libros?
En general, no me gustan las antologías. Siempre queda alguien sin nombrar. Un poco injusto todo eso por la naturaleza propia de ese tipo de selecciones. Pero... sí. Tengo una antología personal. Un periodista de Radio Habana Cuba me hizo esa misma pregunta y la respuesta fue la siguiente: si tuviera que irme a una isla desierta me llevaría los dos libros de Rulfo, un volumen de cuentos de Cortázar, una novela de García Márquez, y, por supuesto,La Ilíada, para seguir conversando con Héctor y Aquiles.
Como ves, falta mucha gente en esa lista. Falta, por ejemplo, Carpentier, de quien soy deudor eterno. Me llevaría El reino de este mundo a cualquier lugar que fuera, y un volumen de cuentos de O'Henry, y otro de Mark Twain, y otro de Maupassant.
Entre las novelas escogería El año de la muerte de Ricardo Reis, de Saramago; El viejo y el mar, de Hemingway; El perfume, de Patrick Suskind; una novela que leí en ruso y que se llama Altín tolobás (el título está en el idioma tártaro, significa algo así como La bolsa del oro), de Víctor Akunin, y la trilogía de Alexéi Tolstói sobre la guerra civil.
Si me dieran a escoger cuentos sueltos escritos por cubanos me quedaría con dos cuentos de Ángel Santiesteban, "Sur latitud 13" y "Sueño de un día de verano" (a mi juicio, uno de los mejores textos de la nueva narrativa cubana) y el cuento de Ernesto Pérez Chang que ganó la última edición del concurso de La Gaceta de Cuba, "La escalera infinita".
Me llevaría todo eso a mi isla, y aun buscaría sitio para toda la fantasía heroica inglesa y escocesa, desde las leyendas más antiguas hasta los libros de Tolkien y las Crónicas de Narnia, y seguro que no me aburriría. Claro, siempre faltarán nombres en esa lista, por eso creo que cualquier antología es siempre injusta.
Una última pregunta. ¿Crees que la fantasía heroica como género puede encontrar un público en el lector cubano de estos tiempos?
Esa es una buena pregunta. No la esperaba, ni estaba preparado para responder. Creo que nunca estaré preparado. Estás hablando de algo que no está a mi alcance. Yo no sé si el lector cubano aceptará mi novela Sarubí, el preferido de la luna, y mucho menos puedo decir si la fantasía heroica encontraría un público en Cuba. Nosotros vivimos en un país donde se da muchísima importancia a la historia, y eso puede ir en contra de algunos gustos o preferencias.
Estamos educados en una filosofía que enaltece al héroe real en detrimento del héroe imaginario. Hace poco, durante la Feria del Libro en Holguín, surgió la idea de presentar algunos libros en el motel El Bosque. Fuimos invitados Mauro Mulet y yo. Mauro presentó su excelente libro de testimonios Jaque Mate, y yo presenté Sarubí, el preferido de la luna.
Como ves, se trata de cosas bien diferentes. Pero allí, oyendo a Mauro relatar su epopeya en Angola, vi alguna luz en mi novela. Mauro estaba hablando de seres reales y eventos históricos importantes. Yo solo podía hablar de seres fantásticos y hechos ficticios. El público (cubanos adultos de ambos sexos y diferentes generaciones) se conectó con el testimonio de Mauro Mulet de la misma forma que lo hizo con las andanzas de Sarubí.
Yo creo que el hombre necesita de una cosa y de la otra. Creo que el lector cubano necesita conocer su historia de la misma forma que necesita soñar un poco. Esa novela mía está escrita para adolescentes en edad  temprana, pero la mayoría de las personas que la han leído son adultas, bien adultas, y la historia les funciona muy bien. El lector cubano promedio no es muy diferente al europeo: una dosis de fantasía nos vendría muy bien a todos. El héroe fantástico cumple su función en cualquier parte del mundo. Por lo que a mí concierne, creo que siempre tendré alguna fantasía heroica que escribir.
Pero me has hecho una pregunta que requiere pensar un poco. Habría que examinar la historia de la literatura cubana para saber en qué momento nos separamos de la fantasía heroica. En Cuba el género fantástico ha tenido sus mayores exponentes en las leyendas sobre güijes y cagüeiros. Fíjate, han sido presentados como personajes negativos. Pero hubo un tiempo en que se daba importancia al héroe. Revisa la obra de Martí y verás si no es así. Pero, aun teniendo a un visionario como Martí entre los fundadores de nuestra literatura, la fantasía heroica no se abrió camino en Cuba. Hubo casos, y todavía los hay, en que se quiere importar determinados códigos de la tradición europea que no tienen nada que ver con nosotros.
Yo apuesto por héroes fantásticos que respondan más a nuestras realidades. De hecho, ya terminé las tres partes restantes de Viaje a la orilla de un cuento. Pero  no quiero quedarme ahí: he comenzado a escribir otra novela fantástica que ocurre en Europa Central en un tiempo ambiguo, algo sobre príncipes, princesas, guerreros, demonios y salvadores del mundo.
Si al lector cubano le gustan esas cosas o no, ya eso no es asunto mío.

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