sábado, 30 de agosto de 2014

Entre regulaciones

Entre regulaciones

Maletas de viaje.
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El castrismo endurece las regulaciones aduaneras ante el peligro de perder el lucrativo monopolio estatal de la importación.
A pesar de los muchos años que llevan detentando el poder absoluto, las autoridades castristas jamás han podido satisfacer las necesidades de los cubanos, tanto en productos agrícolas como industriales. Las carencias de todo tipo siempre nos han acompañado. Los artículos que se importan son insuficientes, de mala calidad, poca variedad, y se ofertan a precios exorbitantes, varias veces superiores a sus costos.
Ante esta situación, al autorizarse la realización de algunas actividades por cuenta propia, algunos ciudadanos con iniciativa para los negocios montaron pequeños comercios para satisfacer estas carencias con artículos de calidad, variados y a mejores precios que los estatales. Al no poder importarlos ni comprarlos en comercios mayoristas estatales, dada su inexistencia, estos emprendedores optaron por abastecerse del exterior, a través de viajeros que los traían en cantidades reducidas, pasando por la Aduana y pagando las tarifas establecidas.
Las autoridades, debido a esta competencia y ante el peligro de perder el lucrativo monopolio del comercio —en el cual obtienen fabulosas ganancias con mínimo riesgo económico—,  hicieron lo que mejor saben hacer: prohibir.
Aunque muchos locales fueron obligados a cerrar, el comercio casa a casa y persona a persona continuó, ahora con más dificultades, pero utilizando la misma fuente de abastecimiento. Esta realidad hizo que las autoridades reaccionaran con el establecimiento de nuevas y más rígidas regulaciones de Aduana, que se aplicarán a partir del próximo primero de septiembre.
Las regulaciones, en lugar de estar dirigidas sólo contra quienes entran al país ilegalmente artículos con fines comerciales, van contra todos los cubanos, pues a todos, de una u otra manera, los afectan. Como siempre, sus autores olvidaron el justo medio de las cosas y se pasaron del límite. Además, como por casualidad, aumentaron también las tarifas a pagar por los artículos electrodomésticos y de otro tipo que se importan sin fines comerciales, con el objetivo de obtener más ganancias. ¡A río revuelto, ganancia de pescadores!
Esto de que los cubanos, tanto los de afuera cuando vienen, como los de dentro cuando regresan, parezcan almacenes ambulantes, no sucede con los ciudadanos de ningún otro país, por pobre que sea, ya que en sus países existe todo lo necesario para la vida, y puede ser adquirido, a diferentes precios según su calidad, en los comercios nacionales. Estos ciudadanos viajan ligeros de equipaje y no llaman la atención. La nota discordante en los diferentes aeropuertos la dan los cubanos: son fáciles de reconocer por los numerosos bultos y equipajes que acarrean.
Si las autoridades asumieran la responsabilidad que contrajeron al apropiarse de todo, y aseguraran la vida normal de los ciudadanos, así como la satisfacción de sus necesidades, la Aduana Cubana pudiera funcionar como cualquier otra aduana del mundo, dedicándose a controlar que no entraran al país artículos prohibidos como armas, municiones, drogas, etcétera, y que no salieran bienes patrimoniales ni otros. Dejaría de ser entonces el antipopular instrumento represivo y recaudador de divisas que es actualmente, logrando que sus funcionarios fueran menos prepotentes, dejaran de lado los abusos y el maltrato y no se ofrecieran a dejarse sobornar sutilmente, cuando  acercándose a algún viajero le dicen en voz baja, a modo de seña: "¿Puedo ayudarlo en algo?" La respuesta, que funciona como contraseña, es regularmente: "Si me ayudas, te ayudo". Esto no es ningún secreto y sucede más a menudo de lo que parece, sin entrar a detallar los sobornos de mayor envergadura, que han obligado hasta a tener que cambiar al personal aduanero.
Las nuevas regulaciones no resolverán el problema que pretenden solventar, aunque sin lugar a dudas complicarán y encarecerán aún más el abastecimiento sin fines comerciales de los ciudadanos que reciben artículos de sus familiares y amigos residentes en el extranjero, o que traen ellos mismos cuando viajan y regresan.
Más aún, se dificultará el tránsito de viajeros en los aeropuertos cuando haya que abrir los equipajes buscando mayor cantidad de blumers o calzoncillos que los autorizados (por señalar sólo dos artículos), con el deprimente y bochornoso espectáculo que ello representa, tanto para el viajero como para el funcionario de Aduana.
Estas regulaciones lo único que hacen es consolidar el generalizado criterio de que, en Cuba, el viajero es considerado culpable de ilegalidad desde que baja del avión, debiendo demostrar posteriormente su inocencia.
El camino para la solución de este problema anda por otro lado: el cese del férreo monopolio estatal sobre la importación comercial de artículos, demostrado como está su fracaso, y la autorización de la importación, con las debidas regulaciones, a diferentes proveedores vinculados con los comercios establecidos en Cuba, tanto estatales como particulares. Mientras esto no suceda, la Aduana podrá cambiar todos los meses sus regulaciones, pero los resultados serán los mismos: continuarán entrando, de una u otra forma, legal o ilegalmente, los artículos, porque las necesidades se mantienen sin satisfacer.
Hasta ahora el cambio constante de regulaciones sólo ha servido para crear malestar, que nadie las conozca y, menos aún, las entienda. Tantos cambios sólo conducen al caos y le quitan respetabilidad a la institución.

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