lunes, 29 de septiembre de 2014

La tragedia de la inmigración ilegal y la chivatería


La tragedia de la inmigración ilegal y la chivatería

Estreno de Panorama desde el puente, de Arthur Miller. Oportuno que una obra que trata la vileza del chivato sea estrenada en otro aniversario de los CDR


Fotos Ernesto Santana
LA HABANA, Cuba -A pesar de la lluvia, en la noche del viernes 26 se estrenó la pieza Panorama desde el puente, de Arthur Miller, por el grupo Vital Teatro, en el Complejo Cultural Raquel Revuelta, celebrando los veinte años de la agrupación dirigida por Alejandro Palomino.
Opuesto a lo que consideraba un creciente conservadurismo, Miller hizo de la crítica social su principal carta desde el principio, yendo en este aspecto ideologizante mucho más allá que Ibsen, quien, según Harold Bloom, tuvo una “abrumadora influencia” sobre su arte, como puede verse en Muerte de un viajante, la obra que, en 1949, le ganó un primer Premio Pulitzer, que lo consagró mundialmente y que, por cierto, fue estrenada en Cuba en 1959 por Vicente Revuelta.
Aunque fue víctima de la caza de brujas macartista de los años 50 por su simpatía hacia Elia Kazan, nunca reveló los nombres de los miembros de un círculo literario sospechoso de vínculos con el Partido Comunista y aseguró no profesar esa ideología, aunque en verdad tuvo sus devaneos con el marxismo.
Esa atmósfera de persecución la reflejó en Las brujas de Salem, de 1953, y fue en medio de ella que publicó precisamente Panorama desde el puente, en 1955, que fue llevada con éxito a las tablas y al cine y que le dio su segundo Pulitzer. La acción transcurría en esos mismos años, en los suburbios portuarios de Nueva York y el decorado del estreno estaba dominado por la imponente presencia del puente de Brooklyn —a que hace referencia el título— que contempla este drama de unos inmigrantes ilegales, una turbia pasión amorosa y una delación.
La versión que ahora presenta Vital Teatro fue escrita por Amado del Pino y Alejandro Palomino —quien también dirige la puesta en escena— y será presentada hasta finales de octubre, con un elenco que reúne a varios de los actores involucrados antes en la puesta de Cuatro manos, del mismo Del Pino.
El elenco en la noche del estreno estuvo integrado por Kelvyn Espinosa como Eddy, Enrique Bueno como Rodolfo, Alina Molina como Beatriz, Yía Caamaño como Catherine, Marlon López como Marco y Alejandro Palomino como el abogado Alfieri. El Diseño Escenográfico correspondió también al director y el Diseño y Dirección de la Producción fueron de Bobby Estany.
Si bien la aguda postura crítica contra la sociedad norteamericana de su época hizo, posiblemente, que Arthur Miller fuese más aclamado en Europa, sobre todo en Inglaterra, que en su propio país, no cabe ninguna duda sobre su importancia en la cultura de Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX y de su condición de clásico, alcanzada en vida, por la profunda vitalidad de su creación dramática y la fuerza de los personajes que creó.
No obstante, estas cualidades del gran artista no son fáciles de encontrar en la puesta de Palomino, aunque trata de jugar efectivamente con el tema de los inmigrantes ilegales en Nueva York (que recuerda a los que se lanzan desde las provincias hacia La Habana o desde cualquier lugar de Cuba hacia cualquier lugar del mundo, principalmente Estados Unidos), con el sueño de la visa americana o, más todavía, con el de la ciudadanía (como el personaje de Rodolfo), con la bajeza implícita en la delación (en un momento, uno de los personajes, señalando hacia el público, asegura que “cualquiera de ellos puede ser un chivato”).
Pero es de lamentar que —luego de, acertadamente, simplificar un tanto la trama y abreviar un poco el texto— las adaptaciones a nuestro contexto no parezcan siempre pertinentes ni congruentes, y que, sobre todo, personajes como el de Marco —este en primer lugar, que parece una errada elección de reparto—, Catherine y Beatriz dejen mucho que desear. Como la escenografía y la iluminación son casi inexistentes, acaso por falta de imaginación más que de presupuesto, se procura llenar la escena con intensidad dramática, acaso porque para Miller “el teatro es el único arte donde la humanidad se enfrenta a sí misma”, pero la fuerza es solo apariencia en raptos de guapetonería y algunas humoradas.
“¡La verdad no es tan mala como la sangre, Eddy!”, exclama Beatriz en el clímax del relato, cuando se aproxima la venganza por la delación, pero la tragedia, el verdadero espíritu de la tragedia nunca ha levantado el vuelo y no lo hará ni siquiera en el desenlace fatal. De hecho, esa muerte final no es conmovedora y carece de verosimilitud dramática en su realización, al margen del desarrollo de la trama.
Como a los actores no les falta la pasión colectiva y el público se mostró propicio, es posible que en las representaciones siguientes la obra cobre vigor y convicción y se torne orgánica. De todas formas, como un guiño socarrón, no viene nada mal que una obra que trata la vileza del chivato sea estrenada en el fin de semana en que se celebra otro aniversario de los CDR, esa organización que institucionaliza una chivatería pagada por los mismos vigilados.

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