martes, 30 de septiembre de 2014

Los demonios del béisbol cubano


Los demonios del béisbol cubano

Nuestros peloteros escapan a Grandes Ligas. En EE.UU.a ninguno de estos millonarios se le ocurre caerle a batazos a otro jugador. La violencia la dejan en la Isla


violencia en el beisbolLA HABANA, Cuba -La pasada Serie Nacional de Béisbol dejó un recuerdo amargo para las autoridades de ese deporte y para la opinión oficial. En la actual temporada regular, que recién comenzó el pasado domingo, regresa el temor porque los juegos de pelota presentan, cada vez con más frecuencia, escenas de violencia.
No se trata de simples riñas entre dos jugadores que se van a las manos. Es cada vez mayor la tendencia de los peloteros cubanos a salir disparados del dogout con un bate a cuestas cuando se calienta el terreno, dispuestos -literalmente- a “reventar” al contrario. Basta un lanzamiento malo o una interferencia en el corrido de bases. El asunto se puede poner muy feo y terminar con peloteros hospitalizados o expulsados por tiempo indefinido, en dependencia de quién sea víctima o victimario.
Los pelotazos duelen en cualquier liga y hay eventos aislados de violencia que son exacerbados por la rivalidades históricas entre los equipos. Pero ser un jugador profesional y de paso una figura pública implica un comportamiento, cuando menos, civilizado. En países con campeonatos de primer nivel suele ser muy alto el precio que hay que pagar por faltar a esta regla básica, que lo es no sólo del deporte.
Sin embargo, dentro de lo que puede definirse como el declive del béisbol cubano, la violencia en el terreno constituye uno de los rasgos más evidentes de la relación que guarda la calle –la realidad cotidiana– con el juego nacional. ¿Por qué esa mala vibra, esa agresividad en un evento que debería ser sano? ¿Algo que ver con esa inseguridad ciudadana, esa falta de derechos?
Quizá. Aunque también se pudiese incluir esa beligerancia inculcada desde hace años, el convertir a los peloteros en policías encargados de apagar cualquier manifestación anticastrista. Como ejemplo, está aquel partido Cuba vs. Baltimore o el incidente de Winnipeg, pocos meses después.
En ambas ocasiones, tanto la actitud de los deportistas como de los árbitros –¡los árbitros!–cubanos implicados en los “actos de repudio” en suelo ajeno, fueron celebradas por el alto mando de casa.
Por lo tanto, no se puede esperar más de los que salen a jugar hoy en los estadios de la nación. Pertenecen a generaciones que han heredado a la agresión física como primera opción , así como han heredado la falta de libertad para pensar y expresarse. No se le pueden pedir peras al olmo.
Esa violencia no se limita sólo a lo físico. También es verbal. No sólo es en la grama, sino que el público la multiplica y casi que la adora. A veces se puede escuchar a miles de habaneros gritar al unísono, en el Estadio del Cerro, los peores improperios a un umpire que supuestamente se equivoca al sentenciar una jugada. Ni hablar de los despelotes que se forman cuando hay un clásico Industriales-Santiago, ocasión en que casi se ven más policías que público en los graderíos.
Como suele suceder, hoy la prensa oficial habla del problema como si hubiese salido de la nada, cuando lo cierto es que el mal se ha instalado desde hace tiempo. La violencia no es ni nueva, ni inexplicable. Aunque sirve a las autoridades para justificar su más reciente discurso a modo de regaño: la población “se ha vuelto” maleducada y chabacana.
Para los organizadores del béisbol cubano, no obstante, ese deslucido de batazos y lesiones graves no constituye su más temible demonio. Claro, ése es el que se permiten mostrar; pero la creciente huida de jóvenes prospectos hacia Grandes Ligas es el mayor quebradero de cabeza de los jeques beisboleros. Los más recientes contratos de novatos como Abreu o Castillo han sido como catalizadores para una desbandada que no cesa. Por cierto, que en EE.UU. a ninguno de estos cubanos se les ocurre estarse fajando. ¿Por qué será?

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