Castro, el ébola y 'The New York Times'
'Denunciar a Fidel por lo que es realmente: un títere del 'establishment', un instrumento de la política colonial, un lacayo del imperialismo, otra máscara de la penetración ideológica.'
Por si quedaban dudas, los últimos dos bombazos de The New York Timesdejaron claro quiénes son los verdaderos enemigos del pueblo cubano. También en eso Fidel "tiene toda la razón". Solo la disidencia no se da cuenta de que… ¡se trata de los yanquis, idiotas! El programa de la oposición adolece de un gravísimo déficit: el antiguo, mañoso, indispensable antiamericanismo.
La disidencia no se ha enterado de que el enemigo de la sociedad civil cubana es el establishment liberal gringo, no Fidel Castro. Cuando aprenda a ver a Fidel como una creación del imaginario norteamericano podrá dirigir sus esfuerzos en la dirección correcta; cuando entienda que Fidel gobierna por y para los yanquis, y que en momentos de crisis —Girón, Elián, Mariel, Ébola— actúa desde dentro del Sistema, con más autoridad e influencia que un senador o un representante.
En lo que respecta a la política interna norteamericana, Cuba tiene más peso que Puerto Rico o Hawai. Su situación de facto es la de un Estado Libre Asociado, aunque en realidad esté más cerca de ser una colonia. Las funciones de Castro son las de un gobernador y Capitán General (ahora también Surgeon General) cuyo mandato excede hoy el de cualquier político cubanoamericano.
Al enfrentarnos a Fidel encaramos a un espejismo, un gigante español que aparece como un molino de viento. Sin embargo, el engranaje que sostiene esa fantasmagoría, el motor que le da cranque al gigante, es el complejo político-cultural gringo. Si queremos ver resultados debemos atacar el engranaje, no al gigante. Denunciar a Fidel por lo que es realmente: un títere del establishment, un instrumento de la política colonial, un lacayo del imperialismo, otra máscara de la penetración ideológica.
¿Qué cubano no se sintió penetrado ideológicamente por los editoriales de The New York Times? ¿Hacen falta más pruebas de la capacidad penetradora, invasora e injerencista de un periódico gringo? Somos nosotros y no su socio quienes deberíamos levantar cartelones a las puertas de la Pequeña Habana: "¡Señores editorialistas del New York Times, les tenemos más miedo que a Fidel Castro!"
Los últimos que entendieron el asunto correctamente fueron aquellos dulces guerreros traicionados que hoy llegan al fin de sus días en el más total abandono, los luchadores de las brigadas de asalto, los saboteadores y comecandelas de la época heroica. Ellos le viraron los cañones a los gringos. Pero la nueva oposición no está en condiciones de asumir la lucha en los términos del antimperialismo, acaso por haber sido educada dentro de un programa diversionista que le hizo ver el conflicto como diferendo. He ahí el engañabobos: una oposición entrenada en no embestir al enemigo, programada para no ofender al contrincante.
Un virus a la medida de Robin Hood
Hace poco supimos de un pelotón de espías castristas que se hacía pasar por una cátedra de académicos. ¿Necesitábamos esa mala noticia para saber que el castrismo es asignatura de cualquier currículo, o aún peor, que es parte de la praxis docente y la visión escolástica del mundo? Lo que revelan los recientes editoriales de The New York Times no es más que la presencia profunda del castrismo, su irrupción en los programas posgraduados, la popularización de sus tergiversaciones.
Pero el castrismo es mucho más que un simple caso de infiltración y espionaje: opera desde adentro, es un bodysnatcher, un zombi filosófico metido en el cuerpo de un millón de egresados de la Liga Ivy. Ana Belén Montes, producto de John Hopkins University, no era un elemento foráneo en el cerebro de la Central de Inteligencia, sino otra chica idealista que pudo haber aterrizado en la redacción de un gran periódico. Si el caso de los "Cinco Espías" es indicativo de la familiaridad con que el estamento intelectual yanqui trata al fidelismo en su aspecto delictivo, entonces debemos asumir la existencia de un ejército de Anas Belén marchando a ciegas, con los brazos al frente, hacia un futuro totalitario.
The New York Times es castrista y siempre lo fue (me resulta difícil, y hasta engorroso, explicárselo a un buen amigo americano que compartió conmigo el enlace de los editoriales). En 1957 envió a Herbert Matthews, un veterano de la Guerra Civil Española, simpatizante de los comunistas, a resucitar a un forajido que el ejército constitucional había dado por muerto. Su versión de Fidel Castro, su creación de un Robin Hood en fatigues, es la causa eficiente del castrismo, y no los excesos del batistato. La incapacidad de Fulgencio Batista para imponerse al espectro que enciende un tabaco en la foto borrosa de Matthews, determinó su suerte y el destino de la República. Hoy sabemos que la batalla por Cuba se perdió en la redacción de The New York Times.
Cincuenta y siete años más tarde, Robin Hood se enfrenta al ébola. Si es cierto que Castro fue creado por los magos del Departamento de Estado y mantenido magnánimamente por 11 presidentes norteamericanos, entonces el brote de ébola debe ser falso, la perfecta epidemia fabricada por la administración Obama con el único propósito de que Raúl Castro despache un contingente de médicos: La Habana bien vale una plaga.
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