viernes, 17 de octubre de 2014

PENSAR CON EL CORAZON

PENSAR CON EL CORAZON

Por Rev. Martín N. Añorga


Se amplía el panorama del pasado a medida en que se estrechan los
límites del futuro. A mi edad, Cuba no es ya una esperanza, sino un
recuerdo. Cada amanecer en las brumas del destierro es como si le
inyectaran ritmo a una melancólica canción de despedida. Abro los ojos
y el sol me salpica con una luz llena de tristezas. A la noche, al
dormir, me voy hundiendo poco a poco en el fondo de una
lágrima.

Vine al exilio con la fortaleza de la juventud, la lozanía de mil
sueños y con la seguridad de que algún día no lejano caería feliz en
los brazos de mi patria. Han pasado décadas que como cuentas de un
collar han formado la espantosa faz de medio siglo, y hoy soy un
anciano de paso lento, cargado de presagios y huérfano de bandera.
Cuba me queda quieta y apenada como una cruz  clavada en la espalda.

Cuando se trata de Cuba se piensa con el corazón. No sabía, en los
cálidos momentos de mi adolescencia, que las claras y tibias olas de
Varadero se convertirían en látigo que mutila mi alma. Volver a Cuba,
a solas, sin hacer ruido, como un fantasma, y ver la pobreza rodando
por las calles, y los edificios trucidados como cadáveres profanados
por aves de rapiña, nos produce una absurda sensación de abismo y
desolación.

He visitado en alas de la imaginación la casa en que gasté mi niñez.
Extraños se amontonan en sus habitaciones, suciedad, miseria y despojo
bailan en sus paredes. He visto, tirados en rincones mohosos, fotos
familiares descoloridas y trapos manchados que antes fueron nuestra
ropa de gala.
Volver atrás para envolvernos en sombras es temblor en nuestras
rodillas y sudor en nuestras manos.

Mis padres, mis hermanos, mis amigos, han sido atrapados por la
muerte. En los cementerios de mi patria hay sepultados pedazos de mi
corazón. No poder tocar el mármol de una tumba, no poder besar el
rostro de una lápida, son tragedias que desfilan en marcha por mi
atribulada mente. A menudo, en mis tramos de silencio, medito en lo
que hubiera sido mi vida, y la de los seres que amo en una Cuba llena
de libertad y gozosa de paz. Probablemente no hubiera conocido las
parcelas de mundo por las que me ha tocado
transitar, ni hubiera tenido acceso al bienestar que a veces me sobra;
pero hubiera sido completamente feliz. Sin miedo a guerras ni a
extraños, sin el pensamiento agujerado de sospechas ni con la angustia
de temer que una tumba me espere en un pedazo de tierra en un país en
el que no nací. Cuba era un canto, su brisa un abrazo y su sol una
caricia. Cuba era una palma que nos sonreía, una rosa que
nos besaba y  un amigo que nos quería. Cuba era un regalo de Dios que
han ultrajado garras codiciosas y
malvadas.

A veces pienso en qué sería del niño de divertida miraba que se hundía
con cariño en el fondo de mis brazos. Residíamos en la zalamera ciudad
de Santiago de Cuba y casamos a una simpática pareja de jóvenes novios
que le habían arrancado al cielo una estrella de felicidad. ¿Dónde
estarán ahora, casi sesenta de años después? El destierro es un
deshacer de relaciones, una deserción de
nuestro natural ambiente y un olvido de rostros y cariños que nos
fueron propicios.

Suelo conversar con los pocos amigos que ya nos quedan, porque una
luctuosa función de los años es la de ir apartándonos a unos de otros,
y siempre volvemos por el achacoso camino del recuerdo a lo que
fuimos, lo que hicimos, lo que esperábamos. Me decía una meditabunda
compañera de mis años escolares, que quiso ir a Cuba para ver de nuevo
los paisajes y los amigos de los que nunca hubiera querido separarse.
No se trata de los viajeros de hoy, ávidos de vanidad y buscadores de
aventuras. Se trata
de una mujer cuyos valores no han sido distorsionados, la que me dijo
con voz enredada en sollozos: “Mi Cuba no existe, la han asesinado. Lo
que vi en mi patria fue el espectro de un cadáver insepulto. Lo peor
de este viaje es que mis recuerdos se han contaminado de frustraciones
y pesares”.

Yo soy de los que no he vuelto a Cuba, por eso puedo a menudo pensarla
como la novia engalanada que me concedió su amor; pero no siempre mi
cansada mirada se desliza sobre el terciopelo de un salón de fiestas.
Cuando pienso en Cuba con mi corazón veo la frente arrugada de una
viejecita apresada bajo un techo tembloroso; contemplo una avenida
solitaria y sin luces, con muchachas ansiosas en las esquinas
esperando la obscena propuesta del mejor postor. Cuando pienso en
Cuba, veo a jovencitos uniformados, con metralletas clavadas en los
hombros y ojos llenos de furia y rencor; veo a fornidos hombres
arrastrando a las damas de blanco hacia hacinadas camionetas, rumbo al
golpe y a la malicia de sus captores.

Sé que las bellezas naturales, autógrafo de Dios, no pueden ser
mancilladas por la malicia humana; pero hay veces  en que  pienso en
un río Cauto moribundo, en el valle de Viñales con palmas encorvadas y
en el Pico Turquino como si quisiera huir de la tierra para abrazarse
con el cielo. En una patria triste no hay paisajes que sonríen. He
visto al Pan de Matanzas como un cadáver verde y a las olas del mar
como golpes que pretenden despertar al cubano de la pesadilla de la
opresión.

Si me creen pesimista es porque lo soy. He perdido la confianza en la
victoria, y se me ha sembrado de dudas el  valle del mañana. No creo
en que mis ojos vuelvan a ver la bandera cubana ondeando amparada por
un cielo azul de aplausos. Me siento afligido por la ligereza de mis
compatriotas que piensan en Cuba como un botín y carecen de valor para
rescatarlo. Me duelen las veleidades de los cobardes que regresan a la
Cuba que dejaron por miedo a los pandilleros que la dominan, y van
cargados de lujo para
gozar de la aturdida gratitud de los pobres. Me produce tristeza ver a
los que llenan sus bolsas con el sudor de su trabajo y les entregan a
los tiranos el fruto de sus cansancios.

Muchas veces he repetido en el silencio de mis angustias este verso
sencillo del Apóstol José Martí:
“Oculto en mi pecho bravo la pena que me lo hiere. El hijo de un
pueblo esclavo Vive por êl, calla y muere”.

Ciertamente, hoy, cuando menciono a Cuba, la recuerdo con mi corazón.

1 comentario:

  1. Todo es hermoso y constante
    Todo es musica y razon
    Y todo comoel diamante
    antes que luz es carbon.

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