Cuba actualidad, Arroyo Naranjo, La Habana, (PD) Allá por 1995, Abel Prieto incursionó por un día en la crítica cinematográfica al escribir un artículo en el periódico Granma para alertar a los televidentes cubanos, a pocas horas de su estreno en la pequeña pantalla, acerca de las acechanzas ideológicas que podía tener Forrest Gump para un público no avisado.
Conocedor de los temas de la contracultura de los años 60, miembro de una generación marcada por ella, adorador de The Beatles y Janis Joplin, víctima a gusto de la pelea revolucionaria contra el diversionismo ideológico, Abel Prieto endilgó la coletilla a las aventuras, con efectos especiales y banda sonora de fiesta nostálgica, del personaje interpretado por Tom Hanks. Probablemente haya sido la tarea más fácil de las encomendadas al entonces ministro de Cultura por sus jefes.
Al menos fue más fácil que la reciente tarea que le encomendaron, ya no como ministro sino como asesor del general-presidente, no tanto de enfrentar y alertar de la nocividad del avieso “paquete” de audiovisuales con que muchos cubanos sustituyen la aburridísima programación de la TV cubana, como de convencer de las bondades de la mochila con tonalidades del verde –ya saben qué- muy similares a la de los uniformes de las FAR y el MININT, que pretenden distribuir a través de los Joven Club.
No dudo del disgusto de Abel Prieto ante tanto reguetón, series americanas, reality shows, culebrones de Univisión, concursos de belleza y otras banalidades que trae “el paquete”, pero daba grima lo poco convincente que ha lucido en su defensa de la mochila y otras contracandelas por el estilo.
Es poco probable que tenga éxito la misión de reeducar el gusto de los cubanos, luego que ha tomado por derroteros bien distantes de los de los comisarios culturales y sus jefes. En realidad, además de prohibir, no se ve claro que más pretenden. De unos malos gustos a otros, no es mucha la diferencia. Y conste que no lo digo por el gusto de Abel Prieto, que no dudo sea exquisito, a pesar de alguna que otra declaración desafortunada que haya hecho alguna vez, de dientes para afuera, para complacer a sus jefes.
De cualquier modo, no hay que compadecer a Abel Prieto por las babosadas que dice cuando pretende erigirse en árbitro cultural. Es lo suficientemente inteligente y hábil para desempeñar airosamente –hasta donde puede serlo un intelectual orgánico de una dictadura- las misiones que le encomiendan.
Abel Prieto, lo mismo como súper-ministro que de asesor presidencial en la lucha contra el reguetón y la frivolidad de los enlatados televisivos de Univisión que trae el paquete, es un tipo que se las trae. No hay tarea que le imponga el Alto Mando que no pueda cumplir a cabalidad. Aunque nadie se crea lo que dice. Ni él mismo. Como cuando asegura que “el nuevo escenario cultural cubano no excluye las disidencias”.
Se necesitaba un ministro fuera de serie para administrar la cultura de un país resquebrajado por el Período Especial. Y entonces cayó del cielo este escritor melenudo que se emocionaba con las canciones de Lennon y McCartney y que era bienvenido por casi todos sus colegas por aceptar la papa caliente que nadie quería. Era el tipo idóneo para simular la apertura que no había.
Sus tareas fueron bien complejas. Atenuó con su firma la estampida autorizada y de terciopelo de escritores y artistas, previa advertencia de que podían volver al redil, cargados de premios, pacotilla y divisas para compartir con el Estado, si se portaban bien y no hablaban de más por allá afuera. Negó que hubiese censura para los artistas e intelectuales. Intentó demostrar que la cultura cubana es una sola: la que está con la revolución. Se esforzó por trazar pautas e inexorables cánones estéticos de lo que realmente vale la pena en la literatura cubana. Incluidas las décimas de Tony Guerrero.
En los últimos 25 años, Abel Prieto ha tenido que hacer de crítico y teórico de arte, comisario cultural, domador de díscolos caniches de circo, encantador de serpientes, ilusionista, titiritero y policía bueno. Y se las arregla bien en todos los roles.
Ya sexagenario, pero forever young, ahora con barba y siempre melenudo, moderado y ortodoxo, rígido y flexible, culto y popular, Abel Prieto sigue en la brecha. Como un personaje de Bulgakov. Si cuando habla, parece que detrás se escucha el ronroneo irónico del gato Popota.
Teniendo en cuenta, tanto su incondicionalidad como su gusto por la Guayabita del Pinar, no se le debe hacer demasiado caso a lo que dice o deja de decir Abel Prieto. Es mejor leerlo. De un híbrido de intelectual, hippie de mentiritas y comisario rojo, nunca se obtendrá un sable con ojos fosforescentes, como decía Lezama. Ni siquiera un gato volador. Que le pregunten a Popota.
Foto: Abel Prieto
Para Cuba actualidad: luicino2012@gmail.com
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