jueves, 29 de enero de 2015

Habano en Cuba, imitación en Miami


Elaborados en locales clandestinos, las imitaciones de “puros habanos” se venden hasta en las tiendas oficiales de la Isla

¿Cuántos cubanos han degustado un Cohiba (fotos del autor)
¿Cuántos cubanos han degustado un Cohiba (fotos del autor)
LA HABANA, Cuba. -Cuando los gobiernos de Cuba y los Estados Unidos anunciaron el comienzo del proceso de normalización de las relaciones diplomáticas, a los pocos días circuló una foto donde se veía a Obama recibiendo como regalo un tabaco fabricado en la isla.
Para algunos, la imagen era una especie de símbolo donde el objeto de agasajo al presidente representaba lo más autóctono del pueblo cubano, sin embargo, en Cuba, el tabaco torcido a mano es un producto que hace muchísimo tiempo no identifica al pueblo sino a una pequeñísima élite conformada por altos funcionarios del gobierno, dirigentes de primer nivel, algunos cubanos radicados en el exterior y visitantes extranjeros con alto poder adquisitivo que saben cómo eludir las estafas y dónde encontrar el producto original. Para el resto de la población, los llamados “puros habanos” pertenecen a un mundo inalcanzable, por no decir “desconocido”.
El tabaco cubano ha tenido un destino similar al de otros productos que el gobierno, mediante disímiles regulaciones, ha reservado para su disfrute particular, ya sea para consumirlo o para beneficiarse directamente de su venta. Alrededor de los habanos se ha establecido un cerco prohibitivo que, paulatinamente, ha ido aniquilando la centenaria tradición del tabaco en la cultura cubana, a la par de otras costumbres.
Una simple unidad del famoso Cohiba puede superar el salario de una semana de cualquier obrero, mientras que una caja con la rúbrica de Fidel Castro, subastada por la firma Habanos S.A. en cualquiera de los eventos exclusivos que celebra frecuentemente, redobla en cientos de veces el salario anual de un médico o un ingeniero.
Ni siquiera quienes los tuercen con sus propias manos pueden disfrutarlos. En conversación con algunos trabajadores de las fábricas Romeo y Julieta y Partagás, ambas en el centro de La Habana, pude conocer del sinnúmero de restricciones que condicionan su labor. Aunque pueden fumar tabacos producidos por ellos mismos dentro de la fábrica, no les permiten extraer ni siquiera una cantidad mínima, a no ser los ejemplares que son descartados por defectuosos o porque no cumplen con los estándares de calidad. Las puertas de las industrias son custodiadas rigurosamente y todo el personal es inspeccionado de pies a cabeza al terminar cada jornada de trabajo.
Los cubanos lo trabajan pero no pueden consumirlo
Los cubanos lo trabajan pero no pueden consumirlo
Algunas veces en el año, después de ser formalmente autorizados por la administración, se les permite llevar a sus casas algunos tabacos que, a pesar de habérseles retirado las anillas previamente, se ven obligados a vender a los turistas, por un precio ínfimo, para de ese modo compensar los bajos salarios que, comparados con los pagos a otros sectores productivos, son relativamente superiores pero de igual modo abusivos.
Pero el mundo del habano en Cuba es mucho más complejo. El control de la producción es tan exhaustivo y el valor de los habanos “originales” tan elevado que con los años se ha creado una producción y un mercado clandestinos imposibles de eliminar. A pesar de que en este “mundo paralelo” se vende muy por debajo de los precios oficiales, el acceso al producto continúa siendo prohibitivo para quienes viven de un salario estatal, incluso para aquellos pocos privilegiados que cuentan con ingresos considerables. El cubano que adquiere una caja de tabacos en Cuba, solo lo hace con la finalidad de revenderlo en el exterior, jamás para consumirlo.
Elaborados con materias primas falseadas y en locales clandestinos, las imitaciones de “puros habanos” se venden en las calles de todo el país, y hasta en las tiendas oficiales, por precios “módicos” que oscilan entre los 50 y los 100 dólares, en un país donde el salario promedio no supera los 20 dólares mensuales. Un empleado de una tienda de Habanos S.A., emplazada en un hotel de La Habana, nos revela algunas “sombras” de ese negocio. Por razones obvias, no revelamos su identidad:
“Los tabacos originales son mucho más caros y la mayoría de los turistas que vienen no tienen suficiente dinero para comprarlos. Hay otros que sí pero tampoco saben mucho de tabacos y uno le vende una copia como si fuera original. Piensan que si compran en las tiendas no serán estafados pero la ganancia de nosotros [los vendedores] está en eso. ¿Si no, de qué vale trabajar aquí? La gente que sabe sí nota la diferencia pero esos no vienen hasta aquí. […] Los cubanos que compran no saben mucho, lo que quieren es llevarse tabacos para revender afuera. Otros vienen a ‘especular’, a lucirse [ostentar]. Yo compro las cajas en 25 o 30 [dólares] y las revendo en 100 y hasta en 200, en dependencia de la marca. […] Es verdad que en la calle las coges en 50 pero porque es al detalle. Aquí vienen extranjeros que saben lo que hay entonces yo se las doy en 40 o 50, las marcas buenas, porque ellos también las revenden allá en más de diez veces lo que vale, y nadie se da cuenta que son falsos […]. En cualquier tienda que vayas te vas a encontrar con lo mismo, incluso en la misma fábrica te van a vender copias”.
Que en la capital funcionan varias carpinterías dedicadas a la confección de réplicas exactas de las cajas de tabacos originales es un secreto a voces. Según testimonio de un trabajador de una de ellas, se puede ganar entre 1 y 5 dólares por cada unidad terminada, lo cual resulta mucho más rentable que producirlas para el Estado. Aun así, como nos dice un experimentado tabaquero, se trata de una producción exclusiva para “cazar ingenuos” y no para satisfacer una demanda de consumo al interior del país.
Un producto ajeno al cubano de a pie
Un producto ajeno al cubano de a pie
“Los cubanos ya no fuman habanos, ya ni saben qué cosa es eso. Fidel fumaba Cohiba, grandísimos, especialmente hechos para él, pero la gente solo podía comprar el tabaco de a peso, y ese ya ni siquiera lo pueden comprar. Todos vienen picados, viejos, durísimos. Antes, fumarse un tabaco no era cosa solo de ricos, ahora es un lujo y los que los turistas compran por ahí, en cualquier lado, son una trampa para cazar ingenuos, porque no son verdaderos”. Nos dice un torcedor con suficientes años en el oficio, y más adelante agrega: “En los años que llevo en esto, me sobran dedos de las manos para contar las veces que un cubano me ha comprado un tabaco. Todos se paran a ver lo que hago pero nada más. Es que ya ni saben disfrutarlo, no saben qué hacer con él. Es un verdadero crimen. Esto era como el tamal, el congrí, el lechón asado y ahora es tan desconocido para el cubano como el caviar y el champán”.
He recorrido las calles de La Habana tratando de encontrar una imagen de un cubano degustando un “puro habano”, uno verdadero, de esos identificados con su vitola colorida y su aroma peculiar. Ni siquiera he podido conseguir la de alguien aspirando el humo de un “tabaco de a peso”. Solo un par de mujeres en medio de la calle Obispo que piden un dólar a cambio de una foto de ellas fumando un embrollo de hojas, una parodia de aquella estampa criolla que se extinguió hace ya medio siglo. Y tal vez el tabaco sea eso para los cubanos de hoy, solo un simulacro, una representación, sin dudas algo muy lejano de un símbolo de identidad.

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