Jose llegó a un estado de desesperación tan intenso, que pensó en suicidarse. Tuvo la suerte de encontrar consuelo en los libros de la biblioteca independiente del barrio. Encontró la paz en esos libros “paganos”
jueves, febrero 5, 2015 | Frank Correa | 1 Comentario
LA HABANA, Cuba. -Conozco a una bibliotecaria comunitaria llamada Yunia, al que un vecino llamado José, pintor frustrado de Jaimanitas, le da las gracias por salvarle la vida.
Un día, a José se le rompió el televisor y no encontró piezas para repararlo en el taller del vecindario. Comprar uno nuevo le costaría una fortuna, por lo menos pintar con brocha gorda cien casas.
Apenas lo que pinta le alcanza para comer y buscar bebida, que es su única salida para el ostracismo a que está enclaustrado por su frustración de no poder realizar sus dos grandes proyectos: Dios barriendo la calle y La partición del mundo y ha tenido que especializarse en pintar agujas de abanico, que vende en diez dólares y se emborracha una semana con el ron de Crispín.
Pero aquel día, al romperse el televisor, se vio tan desesperado, tan ahogado, que pensó que palmaba y algo le reveló al oído que su única salida era el suicidio. Ahora, después que la bibliotecaria Yunia lo salvó de morir recuerda, que había una soga en un rincón amarrando una estiba de libros y aunque no encontró vigas en el techo sabía que si se esmeraba podía conseguir algo de donde colgarse.
Pero recuerda que la idea lo espantó y se sacudió y dijo que quería vivir, pero no tenía bebida y su válvula de escape era el televisor, donde se imbuía en el fútbol, en las películas americanas, o en cualquier otra película de algún país que valiera la pena verse y si estaba mala cambiaba el canal para Multivisión y se refugiaba con los animales en la selva del Serengueti, y se imaginaba ser un animal más pastando libre… o se deleitaba con las reposiciones de Tras la huella, el policíaco cubano, donde jugaba en su imaginación ser el delincuente, el rico, el corrupto, y a veces el policía recto y pulcro, libre de todo delito.
Las novelas brasileñas le encantaban, decía que le enseñaban Brasil y su gente, y qué decir del DVD, inservible ahora sin televisor, el paquete, los Casos Cerrados, los Sábados Gigantes, el show de Alexis, las películas combos, sus mujeres lujuriosas de las películas pornográficas que eran suyas, porque siempre estaban ahí, listas en el disco. Y todo eso se había ido al demonio con el clic que hizo el televisor cuando se apagó y ahora solo le quedaba la soledad de su cuarto y la penumbra, y la soga amarrando los libros.
Entonces recordó que solo una cosa podía suplir el encanto audiovisual roto: los libros. Recordó que al doblar de la esquina vivía Yunia, una mujer que sacrificó su habitación para convertirla en una bibliotecaria comunitaria, tal vez sin proponérselo para la vida de Joseses perdidos en esta gran desolación espiritual llamada Cuba.
“Cuando estuve frente a los libros me sentí salvado. Comencé fuerte, por todo Vargas Llosa y después me leí En el camino, de Jack Keruac y Ragtime, de Doctrow. Luego me leí de un tirón Como llegó la noche, de Hubert Matos, el libro de Benigno, Norberto Fuentes… Seguí con Tom Wolfe y Celestino antes del alba, de Reinaldo Arenas, que me hizo recordar mi niñez y mis brujos, y luego repasé la mitad de los libros que habían allí y dejé una reserva para después, porque encontré muchos Nuevos Heralds que me describieron el mundo cómo era y luego encontré lo mejor, las biografías de Aníbal, de Alejandro Magno, de Julio César, de Kennedy, de Martín Luther King… ya no me hace falta el televisor, y todos gracias a la bibliotecaria Yunia, que vive al doblar de la esquina.”
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