POR: GUIJE CUBA
El 24 de febrero en la Historia de Cuba
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• 1896 -
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- Antonio Maceo se dirige hacia el norte en la Provincia de Matanzas.
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- José Miró Argenter en “Cuba Crónicas de la Guerra (La Campaña de Occidente) - Tomo II: Segunda Edición” de la Editorial Lex, 1942, páginas 91-93 describe los acontecimientos del 24 de febrero de 1896 en la Historia de Cuba:
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“El lunes 24 de Febrero, aniversario de la Revolución, nos dirigimos hacia la zona de Cárdenas por las lomas pintorescas de Coliseo, sitio famoso en la historia de Cuba porque en él se ventiló el último combate contra Martínez Campos en la tarde del 23 de Diciembre de 1895, y en donde se eclipsó para siempre la fortuna del caudillo español cuando corría desolado en pos de la victoria. Siempre el viajero detendrá su paso en los umbrales de Coliseo, para contemplar el escenario del memorable episodio, si lo conoce por los relatos escritos, para contemplarlo también y reflexionar sobre aquel asunto, si tuvo la suerte de ser testigo presencial de los sucesos. En Coliseo, como en Peralejo, el entusiasmo patriótico luchó solo contra el poderío y autoridad de España, y en ambos casos el entusiasmo patriótico, hizo lo que la autoridad de la metrópoli y la opinión de los técnicos declararon absurdo. Sólo habían transcurrido dos meses. Estaban fehacientes los vestigios de la batalla: cercas hendidas, montones de escombros de los edificios calcinados, destruidas las plantaciones, acribillada la arboleda. No había ya nada que demoler, porque la guerra devastadora hizo resonar allí sus más trágicos acentos.
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“La tropa que iba con Maceo conmemoraba el primer aniversario de la Revolución en un teatro conocido por muchos conceptos memorables. Una gran parte de la misma infeste acompañó al caudillo oriental desde la Sabana de Baraguá hasta los límites occidentales de la isla, marchando a banderas desplegadas por tierras totalmente desconocidas y haciendo retumbar, de uno a otro ámbito del país, la explosión revolucionaria. La rebelión, en un año que contaba de existencia, había arrojado grandes chorros de luz en la senda de los acontecimientos' públicos y alumbrado a trechos el camino de lo porvenir; pero quedaban aún varios espacios cubiertos de sombra y de misterio. La Revolución era como un astro que al seguir su marcada ruta por el firmamento, despedía a intervalos destellos que aclaraban los espacios, y a ratos velase obscurecido por las nubes tropelosas que acumulaba el destino airado de la adversidad. Difícil era predecir el término de la discordia, aunque a juzgar por el curso de los sucesos, podía considerarse lejano. Si el esfuerzo del patriotismo había sido grandioso, ejecutándose a los impulsos de ese sentimiento las más arduas empresas y las más brillantes acciones, nunca imaginadas por el opositor, también era de apreciarse el esfuerzo llevado a cabo por el partido español, de cuya altivez no cabía esperar ninguna concesión justiciera ni cambio alguno en los métodos de hostilidad que empleaba contra los insurrectos, planteados con todo el carácter de una guerra sin cuartel desde el momento que se confiaba a un soldado de ferocidad notoria la ejecución de esos designios. Nunca han faltado durante los primeros pasos de las revoluciones advertencias y rasgos de luz que han hecho adivinar el desastre.
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“La Revolución de Febrero, iniciada por un puñado de hombres y combatida de mancomún por los partidos políticos y la acción constante de las armas, podía ostentar con orgullo los trofeos conquistados en su procelosa marcha. Lo capital de la obra revolucionaria era la enorme extensión de sus efectos, que había ocasionado un trastorno económico en las esferas mercantiles del país con la devastación de la riqueza agrícola, y por el empuje de sus parciales obligado a España a equipar miles de soldados y a gastar inútilmente millonadas de pesos. La lección no podía ser más elocuente ni. más instructiva; página grabada por la mano del destino, que mostraba a España lo infructuoso de sus esfuerzos y lo errado de su conducta al volver a caer en los procedimientos utilizados en la otra contienda, de la cual no había sacado provecho en ningún sentido, ni para mantener la paz ni para conducir la guerra.
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“Las doctrinas de la Revolución, difundidas durante un año por los pregones marciales del clarín y el estrépito incesante de la fusilería, habían penetrado con ardor en las regiones más refractarias al espíritu de libertad y obligado a reconocer sus mandamientos a los más incrédulos y obstinados. Miedosos y perplejos, los que poco antes negaban con arrogancia el empuje de las armas libertadoras, no se atrevían ahora a levantar la voz, porque habían oído muy cerca el tropel de los insurgentes y los estampidos de las descargas. Al conmemorarse el aniversario del grito de Baire, todo el país estaba perfectamente instruido de la gravedad de los sucesos y contemplaba atónito el vivac de la insurrección.”
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