UN DIA COMO HOY, EN LA HISTORIA DE CUBA: MACEO ATACA LA CANDELARIA.
POR: GUIJE CUBA
POR: GUIJE CUBA
El 4 de febrero en la Historia de Cuba
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• 1896 -
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- Antonio Maceo decide atacar Candelaria, Pinar del Río.
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José Miró Argenter en “Cuba Crónicas de la Guerra (La Campaña de Occidente) - Tomo II: Segunda Edición” de la Editorial Lex, 1942, páginas 40-42 describe los acontecimientos del 4 de febrero de 1896 en la Historia de Cuba:
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...“El mismo día 4 se unieron al Cuartel general 300 hombres de la zonas de Cabañas y el Rubí, al mando del teniente coronel Pedro Delgado. La columna de Maceo, con estos refuerzos, llegaba a 2,500 hombres de ellos 1,800 perfectamente armados, con municiones suficientes para sostener dos o tres combates de importancia. Nuestros factores de pelea atacaban al machete para ahorrar pertrechos, y utilizaban las armas de fuego después de la primera embestida. De esta manera no se desperdiciaba el plomo.
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“Salió Maceo de San Cristóbal el miércoles por la tarde, con el designio de atacar la población de Candelaria si no franqueaba las puertas al ejército libertador. El pueblo de Candelaria estaba guarnecido por cuatro compañías de voluntarios, llamados chapelgorris, dos escuadrones del mismo instituto y 50 hombres del batallón de San Quintín. Con algunas horas de anticipación, el general Maceo escribió una carta al coronel de voluntarios Remigio Humara, a las reiteradas súplicas de la familia de dicho jefe que se hallaba en San Cristóbal; de la carta fue portador un hijo del citado coronel. El mensaje de Maceo no obtuvo respuesta por escrito. Unicamente, el portador de la carta, al regresar de su misión, le dijo e Maceo que no creía fácil la capitulación de la plaza dado el temperamento belicoso de los voluntarios, los cuales esperaban ser socorridos de un momento a otro por las columnas del general Marín que se organizaban en Artemisa. Maceo comenzó el ataque de la población e las cinco de la tarde. Acometieron, primeramente, las dos fuerzas de infantería de Sotomayor y Delgado, ocuparon las trincheras del perímetro exterior, en donde se situó el cuartel general al cerrar la noche. El fuego se extendió rápidamente por todo el radio de la localidad. Bajo un aguacero de balas, nuestra gente se apoderó de algunos edificios de mampostería, desde los cuales se hizo menos peligrosa la hostilidad de los defensores. Empezó el incendio de las casas abandonadas y establecimientos de comercio: el fuego no calmaba los ímpetus de la guarnición. A media noche continuaba el ataque y la defensa, bajo el resplandor de las llamas. Algunas familias de la localidad, aterrorizadas por el espectáculo de la destrucción, acudieron presurosas al cuartel general de Maceo pidiéndole amparo y misericordia. No era ya posible contener el curso de los sucesos: flameaba la bandera española en los reductos de Candelaria, y los altivos de defensores no daban señales de flaqueza; a las imprecaciones de nuestra gente enardecida, contestaban con otros denuestos, y a los gritos de ¡Cuba libre! con vítores a España. No se arriaba la bandera. Los chapelgorris, con la boina encasquetada y el fusil en la boca de la aspillera, daban el más solemne testimonio de su fidelidad al estandarte de Castilla, resueltos a que les sirviera de mortaja si el insurrecto clavaba el pendón de Cuba libre sobre las torres de Candelaria. Hacían alarde de su fervor patriótico junto con los hijos del país, que emulaban con los vascongados en la bélica función de defender aquellos muros, que a los primeros les recordaba la heroica empresa de Bilbao, pero ningún episodio glorioso a los segundos. Entre los chapelgorris figuraban algunos negros, no con el carácter de soldados de ocasión, sino a guisa de veteranos entusiastas, dispuestos a los mayores sacrificios por el triunfo de la bandera española, no queriendo más recompensa que la de la gloria del instituto y el lustre de las armas. El ejemplo era elocuentísimo para los españoles de allende que jamás estimaron la adhesión de los hijos del país, creyéndola falaz o convencional, y por la causa de España daban la vida como el más abnegado de los patriotas; y era elocuentísima enseñanza para los militares de renombre que dejaban malparado el honor de las armas en el terreno del desafío, o simulaban extraviarse en la amplia carretera, como si fuera un laberinto en que todos los senderos multiplicaban la confusión. ¡Bello papel el de aquellas columnas perseguidoras que pasaban de largo por el pueblo de Candelaria, y a marchas forzadas se dirigían a Guanajay, buscando la vía expedita del ferrocarril! ¡vituperable conducta si se compara con la heroica y patriótica de los defensores de Candelaria!”
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