jueves, 26 de marzo de 2015

Parasitismo, mal endémico del castrismo


¿Sabremos, algún día, el daño ocasionado a nuestra economía por el colosal e improductivo aparato de administración y represión de la dictadura? ¿Comparecerán alguna vez ante los tribunales, los responsables de tanto desmadre, de tanta dilapidación, de tanto despilfarro?

Hugo coverLA HABANA, Cuba– ¿Serán capaces los historiadores del futuro de establecer con precisión el  daño ocasionado a nuestra economía por el colosal e improductivo aparato de administración y represión de la dictadura castrista? Yo creo que no. Pero tal vez sí podamos concluir desde ahora mismo que Cuba no saldrá de la crisis en que agoniza desde hace decenios si antes no logra deshacerse de ese barril sin fondo.
El parasitismo es un mal endémico del régimen. Nació apenas iniciado su dominio, en los 60, y fue creciendo incesantemente a través de los años, como la socorrida bola de nieve (o de mierda): mientras más vueltas daba, mayor era su volumen, hasta llegar a convertirse en un monstruo de insaciable apetito. Luego, para colmo, desde las entrañas de ese Polifemo tragón que es el sistema, creció otro parásito monstruoso, que es su contingente de burócratas y represores.
¿Quién podría calcular la cifra exorbitante de miembros activos del Ministerio del Interior, de sus copartícipes con sueldo y/o prebendas dentro de las instituciones estatales, y de sus agentes de plantilla, aunque encubiertos, en el exterior o interior del país? ¿Mediante qué estadística oficial sería posible consultar los enormes gastos que generan, tanto en dinero contante y sonante como en especias, los colaboradores de nuestra dictadura en Europa o en América?
¿Podremos conocer algún día el monto real de las dilapidaciones, tanto en salarios como en otros gastos, de organismos parásitos como las gigantescas FAR, o PCC, CTC, UJC, CDR, FMC…? El edificio del Ministerio de la Agricultura tiene 16 plantas de oficinas repletas de burócratas, más innúmeras delegaciones en cada provincia, pero en los agromercados cada vez hay menos viandas y frijoles. El del Ministerio de Transporte tiene 10 plantas, además de cuantiosas sucursales, pero jamás ha funcionado debidamente el transporte público en La Habana, ni aun en tiempos de la total subvención soviética.
La necesidad de importarlo todo, no obstante las muy reducidas demandas de consumo de una población acostumbrada a la pobreza extrema, es hoy una (otra) de las grandes tragedias de nuestro país. El régimen depende de las exportaciones para darle de comer migajas al pueblo. Y como no es capaz de producir ni siquiera lo mínimo indispensable, se ha visto impelido a vaciar los hospitales y los policlínicos para exportar sus recursos médicos, en una maniobra parasitaria y neo-esclavista sin precedentes en la historia del mundo moderno.
El monopolio estatal de las inútiles capacidades de producción, mediante el racionamiento del producto, en combinación onerosa con la poca demanda, le ha permitido reducir al máximo las exigencias poblacionales, de manera que pueda seguir ejerciendo su vocación de parásito que emplea a otros innumerables parásitos para mantenerse. Es la fórmula mágica del barril sin fondo.
A la hora de reducir empleos, metió la manga al codo con la gente del montón, puesto que le sobraba, luego de pasarse la vida inflando plantillas improductivas para fingir que aquí no había desempleo. Sin embargo, por cada trabajador que va a la calle, son empleados dos nuevos inspectores y por lo menos tres policías.
La cartera de ofertas para empleo en los organismos de represión es como los cementerios: su convocatoria no cierra nunca, siempre cabe otro por más que sumen.
¿Llegaremos a tener algún día pleno conocimiento de causa sobre la retranca impuesta al desarrollo de nuestro país por este barril sin fondo? ¿Nos queda al menos la esperanza de que los responsables de tanto desmadre y de tamaño crimen de lesa patria sean obligados a comparecer alguna vez ante los tribunales?
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