jueves, 30 de abril de 2015

UN DIA COMO HOY, EN LA HISTORIA DE CUBA: CACARAJICARA.

POR: GUIJE CUBA


El 30 de abril en la Historia de Cuba

• 1896 -

Antonio Maceo en Cacarajícara, Pinar del Río.

- José Miró Argenter en “Cuba Crónicas de la Guerra (La Campaña de Occidente) - Tomo II: Segunda Edición” de la Editorial Lex, 1942, páginas 226-233 describe estos acontecimientos del 30 de abril de 1896 en la Historia de Cuba:

   “Ansioso Maceo de darles la bienvenida a los expedicionarios de la Competitor, procuraba informarse por todos los medios de la dirección que tomó el coronel Juan Ducasse, con quien estaban aquéllos, y con este fin siguió por el camino real de las Pozas, guiando la marcha el teniente coronel Socarrás, que conocía el territorio palmo a palmo. Desde nuestra partida de Buenavista en la mañana del 27, habíamos recorrido un largo trayecto de la comarca de Bahía Honda, haciendo ligeras paradas en San Ignacio, Sitio Marrero y Soledad, aunque sin resultado positivo para el objeto principal de nuestra excursión. Nos hallábamos muy cerca de las Pozas cuando los confidentes de Socarrás trajeron la noticia de que una columna española hacía rancho en dicho caserío, y que la Vanguardia ocupaba los linderos de una finca más inmediata. Con estas noticias se apartó Maceo del camino real para reconocer el campo enemigo, y provocar el combate si se ofrecía oportunidad. Los guerrilleros que salieron a escudriñar las viviendas de los contornos, halláronse de sopetón con nuestros exploradores en la misma entrada de la finca de labranza; los disparos debió oírlos el jefe de la columna desde las Pozas, puesto que, transcurrida media hora, el fuego más nutrido de la tropa de línea, indicaba que Suárez Inclán tomaba parte e la función. Colocó Maceo la gente en unos matorrales contiguos y sostuvo con ardimiento la pelea, haciendo fuego personalmente; un proyectil le destrozó la caja del maüser con que disparaba. Faldeando una loma que nos ocultaba del enemigo, y después de practicados los reconocimientos indispensables, nos situamos en la finca Tres Palmas, a dos kilómetros del campamento español. Allí supimos con toda exactitud que el jefe de la columna era el general Suárez Inclán. La partida de dicho jefe desde Bahía honda, hacia el noroeste de la provincia, dejando la operación cotidiana de Tapia, obedecía sin duda a otro plan táctico, cuyo objetivo no podía colegirse en aquellos momentos. Oyendo Maceo la opinión autorizada de Socarrás, destacó al coronel Sotomayor para Cacarajícara a fin de que estuvieran apercibidos los guardianes del campamento. Suárez Inclán no podía saber que Maceo andaba por las inmediaciones de las Pozas, toda vez que el día 26 lo dejó en las lomas de Tapia y, por lo tanto, el jefe español, al moverse en dirección inversa, lo hacía con el propósito de tomar por sorpresa el campamento de Cacarajícara y darle una batida en regla al cabecilla Socarrás. Los realistas de Bahía Honda y de la Palma aconsejaban continuamente al general español que espantara a Socarrás de aquellas zonas, por ser un faccioso temible y de grande influencia entre los campesinos del término.

   “Muy temprano, el día 30 de Abril, salió Maceo con algunos oficiales a practicar un reconocimiento sobre las Pozas, en donde quedó Suárez Inclán al terminarse el combate anterior. Durante el reconocimiento se divisaron algunos grupos de soldados, retaguardia de Suárez Inclán, los cuales fueron tiroteados por la gente que iba con Maceo. El teniente coronel Socarrás hizo notar al general Maceo que la columna española no llevaba otra dirección que la del campamento de Cacarajícara; dato seguro que sirvió a Maceo para marchar con toda rapidez hacia dicho lugar, aprovechando todos los atajos a fin de ganarles la delantera a los españoles, al frente de los cuales iba Suárez Inclán, jefe experto y temerario. Con Maceo, iban José Miró y el estado mayor, Quintín Bandera, Sánchez Figueras, Benisno Ferié, Basart y una escolta de cuarenta individuos, además de Socarras y algunos oficiales del regimiento de Cacarajícara. Llevaba, pues, Maceo, un escuadrón compuesto de oficiales probados, y aun cuando no llegaban a 150 hombres los componentes de su séquito, eran bastantes para medir las armas con los aguerridos batallones de Suárez Inclán en cualquier paraje de aquellos desfiladeros. Maceo, muy impaciente, aceleraba el paso para reconocer el cuartón de Cacarajícara antes de que llegaran allí los españoles, y disponer lo necesario para que el pleito les fuera costoso. A nuestra llegada a Cacarajícara no se halló ningún indicio de que los españoles hubiesen explorado el campamento, casi desprovisto de defensa, puesto que contaba únicamente con 25 hombres de las fuerzas de Socarrás para la vigilancia de un vasto espacio. Con el refuerzo que llevó Maceo, el destacamento formaba el total de 170 hombres, ni uno más. La posición de Cacarajícara era bastante ventajosa para resistir la cometida de fuerzas mucho más superiores; pero tenía el grave inconveniente de ser accesible por tres lugares distintos, y, por lo tanto, difícil de sostener con un puñado de hombres si no quedaban cubiertas las tres entradas del campamento. Por lo demás, la posición era inmejorable por sus parapetos naturales; desde ellos, un centenar de hombres decididos, podía causar grave daño a un enemigo diez veces mayor, siempre que este acometiera por un solo acceso. Cacarajícara es una loma de dos leguas de extensión, muy feraz, por cuyo fondo serpentea el río, con algunos espacios cubiertos de bosque. Pertenece al grupo orográfico oriental, o sea la cordillera del Rosario, Sur de Bahía Honda.

   “Serían las nueve de la mañana. Maceo, que había examinado el caminó de Cacarajícara a las Pozas, se adelantó con veinte hombres hasta el retén de vanguardia, constituido por soldados de Socarrás; y a poco de encontrarse en aquel sitio, divisó el primer grupo enemigo, que avanzaba sigilosamente. Sin duda, los guías de la columna española sospecharon que allí, poco más o menos, estaría la primera guardia insurrecta, de Cacarajícara. Hizo fuego el centinela (un turco), y todo el retén disparó sus fusiles, a una indicación de Maceo: fue esta la primera emboscada. Enfiló sus fuegos la vanguardia española, aunque sin avanzar, sorprendida tal vez por la firmeza del contraste. El camino formaba una curva, y Maceo, que había observado y medido aquel tramo peligroso, desde donde los españoles podían barrer las emboscadas, dispuso acto continuo que toda la gente saliera del lugar, para reforzar la segunda emboscada, que momentos antes colocó nuestro experto General a unas cien varas de la primera, y fuera de la curva que formaba el camino. La cuestión fue más enconada al aproximarse los españoles a este paraje, porque el monte no les permitía el flanqueo y las ligeras inclinaciones de la serventía eran favorables a nuestros tiradores, que apuntaban con toda seguridad. Aunque el fuego de los españoles era estrepitoso, no les facilitaba el avance, porque recibían de frente y por los costados los fusilazos bien dirigidos de nuestra tropa, intacta todavía. La cuarta emboscada la situó Maceo en el centro del camino, amurallado de peñascos y maleza brava. Durante quince minutos dominó el silencio del bosque; de pronto, se oyó perfectamente esta frase: ¡Alto la infantería! Era, sin duda, la voz de un oficial que tenía la misión de adelantar la pieza de artillería para despejar el camino. Transcurrieron diez o doce minutos más, y bajo esta nerviosa inquietud, Maceo, cuyo temperamento no le permitía la espera, levantó la cabeza para escudriñar el campo y distinguió, a muy pocos pasos de nuestro parapeto, dos hileras de soldados con las armas prevenidas, y también escudriñadores, el cañón no estaba aun emplazado. Disparó Maceo, que era zurdo, y su hombro derecho sirvió para que en el apoyara la carabina el oficial que estaba más próximo. Los españoles contestaron con una granizada de proyectiles, parapetados a uno y otro lado del camino. En esta crisis de la refriega, Maceo y sus acompañantes echaron mano al revólver y se gritó ¡al machete! porque se habían agotado las municiones y se hacía necesario atemorizar al enemigo para que no prosiguiera el ataque; pero en estos momentos de suprema ansiedad, viendo Maceo que se le escapaba la presa, llegó al sitio de las emboscadas el coronel Juan Ducasse, con un refuerzo de 150 hombres de infantería y algunos centenares de cartuchos de la expedición de la Competitor: refuerzo tan oportuno sirvió para completar nuestra victoria y el desastre, ya iniciado, de los españoles. El general Maceo, trocando en alegría su pesadumbre, ordenó que todos los combatientes pasaran a una trinchera que guardaba la entrada del campamento de Cacarajícara, y siempre previsor, dispuso que parte de la tropa del coronel Ducasse fuese a cubrir las otras dos entradas de la sierra, para en el caso de que las fuerzas españolas efectuasen el ataque combinadas. Aquella trinchera no ofrecía grandes seguridades; construida con troncos de quiebrahacha, y cerrada por el frente y los costados, era, sin embargo, un fuerte valladar para detener el avance de uno o dos batallones de infantería, y ofrecía la ventaja de no ser accesible más que por el sendero que traía Suárez Inclán, pues a corta distancia de este reducto estaba el lecho del arroyo con sus defensas naturales. Acudieron 60 hombres a la trinchera, bien pertrechados, y otra fracción de 40 hombres quedó con el general Maceo en el ángulo del camino para que la columna española fuese batida por dos fuegos convergentes. Volvió a dominar el silencio. De pronto, una granada pasó rozando las trincheras; nadie se movió, porque Maceo había dado la orden terminante de que no se repeliera la agresión mientras los contrarios no fueran al asalto y tocaran con sus fusiles el maderaje de la trinchera. Sonó otro cañonazo, y a esta advertencia uno de los nuestros levantó el cuerpo para observar la posición del enemigo; sin poder contenerse disparó su carabina, y ya fue necesario romper la consigna porque los soldados españoles estaban allí mismo, a treinta varas del reducto, el cañón en batería, un oficial, ex táctico, junto a la pieza, y desembocaba el peonaje con los fusiles dispuestos, esperando el toque de corneta. Todo el mundo hizo fuego a su arbitrio, los que se hallaban en la trinchera y los que estaban con Maceo a un lado del camino. Cayeron los soldados como espigas segadas por la hoz; el oficial de artillería cayó redondo, y con él fueron barridos los artilleros que manejaban el cañón. En vano dos comandantes de infantería hacen esfuerzos considerables para que la tropa avance sobre la trinchera; el cañón no dispara ya, y únicamente las descargas de fusilería suenan a mayor distancia, porque la compañía que se ha desplegado por el frente de nuestro parapeto, está en cuadro, diezmada por el plomo de nuestros tiradores. Maceo exclamó: ¡Qué cáscara de jícara!... La satisfacción de nuestro caudillo se comunicó rápidamente a los subalternos, que prorrumpieron en vítores entusiastas. Maceo, ahora sin altivez, porque sentía inmenso júbilo, mandó que se dejara la trinchera para situarnos en las márgenes del arroyo, creyendo que el jefe de la columna española llegaría hasta el fondo, para complemento del desastre. Pero el general Suárez Inclán, aterrorizado tal vez por los efectos de la batida, mutilada la dotación de artillería, y exánimes los soldados que fueron al asalto, quedóse en la trinchera abandonada por los insurrectos, viendo la manera de salir del atolladero y de evitar las más graves consecuencias de la derrota. A las dos de la tarde, en vista de que el enemigo no daba señales de renovar el ataque. Maceo adelantó los destacamentos de vanguardia hasta la inmediaciones de la trinchera, a fin de que no cesara la, hostilidad mientras Suárez Inclán permaneciera en Cacarajícara. El tiroteo continuó durante toda la tarde y primeras horas de la noche. Poco antes de ponerse el sol, los españoles trataron de despejar la parte más elevada del campo insurrecto, con la manifiesta intención de colocar los retenes nocturnos. Embistieron con intrepidez, a pecho descubierto, pero con igual resolución les cayó la tropa cubana, cuesta abajo de la serventía, sin que pudieran los españoles volver por el desquite. Nuestras guardias se situaron a quinientos metros de las del enemigo.

   “A las tres de la mañana un fuego estrepitoso de fusilería alarmó nuestro campamento. Maceo montó en seguida a caballo y encaminóse al punto más avanzado, en donde obtuvo la casi seguridad de que la columna española trataba de ponerse en marcha y hacía simulacros de lucha para ganar tiempo y espacio, a fin de que los claros del día la encontraran fuera del alcance de nuestra tropa. Era de colegir que durante la noche, Suárez Inclán había dispuesto la ambulancia para que marchara con la vanguardia por el camino de Bahía Honda, evitando de esta manera el más sensible de los desastres. Tal vez adivinó que Maceo se encontraba en Cacarajícara por la clase de resistencia que halló en las diferentes emboscadas y tal vez se cercioró de ello por las aclamaciones que partieron de los insurrectos alborozados por la victoria. De todos modos, la partida del general español bajo las tinieblas de la noche fue, sin duda, la determinación más juiciosa, puesto que se hallaba a una jornada de Bahía Honda, pero de camino muy quebrado, con la necesidad de resguardar los heridos, y sin poder eludir combate si era divisado por los insurrectos. Crítica fue la situación de Suárez Inclán durante la noche del 30 de Abril, y podía ser aun más grave si la vanguardia de Maceo lograba ocupar con antelación la ceja de monte con que termina el desfiladero de Cacarajícara por el lado de Bahía Honda. No le quedaba al jefe español otro recurso que emprender la marcha de madrugada, como así lo efectuó, con singular destreza. También Maceo con algunas horas de anticipación envió correos al coronel Sotomayor a fin de que estuviera al acecho desde la madrugada, y para que no hubiera errores de orientación, le determinó el lugar de las emboscadas y el rumbo que indefectiblemente llevarían los españoles al partir de Cacarajícara, por cuanto allí no habían de quedarse.

   “Muestra gente empuñó las armas para seguir la huella del enemigo, que llevaba la dirección de Bahía Honda. Amanecía; los españoles habían dejado el campo y destruido la trinchera, pero no pudieron borrar las señales de la hoyanca. Algunos cadáveres estaban a flor de tierra, otros, debajo de los troncos que nos sirvieron de parapeto. Maceo dejó una sección para que examinara el vivac de los españoles, y él tomó resueltamente la ofensiva contra la retaguardia de Suárez Inclán. Las primeras emboscadas fueron deshechas por nuestros tiradores. Marchaba Maceo a la cabeza de sus heroicos soldados, con el rifle en la mano, a pie; a su lado, Socarrás, de guía, el Estado Mayor, el general Bandera y los demás componentes del escuadrón de vanguardia, todo el mundo a la desfilada. Poco antes de terminar el sendero, Socarrás advirtió al General que debía tomarse por uno de los travesíos de la derecha para evitar las emboscadas que, a su juicio, tendrían los españoles en un cayo de monte contiguo al desfiladero. El General desoyó la advertencia y mandó que la infantería de Ducasse flanqueara aquella posición, sin demora alguna. Los españoles, ocultos en la arboleda designada por Socarrás, nos enviaron una rociada de plomo y resistieron algunos momentos. Veíanse ya los claros de un espacio, casi limpio de maleza, por donde apresuraba el paso la retaguardia de Suárez Inclán. Más allá estaba el centro de la columna en orden de combate, en espera de la retaguardia que se defendía con denuedo de sus perseguidores. Maceo dio entonces muestras de impaciencia, porque Sotomayor no se encontraba en aquel lugar, en donde hubiera impedido el paso a la columna, o por lo menos, copado la retaguardia. Socarrás se adelantó a caballo para lidiar a brazo partido con los españoles, y recibió un balazo mortal.

   “Alcanzada de nuevo la columna en loma Redonda, tuvo necesidad de replegarse y quemar el último cartucho para defender el convoy de los heridos. Durante media hora el fragor de la pelea ensordece a los combatientes; el fuego de la infantería española es muy espeso, baña todo el frente de la línea cubana, pero no amedrenta a los soldados de la Invasión que rivalizan con los mejores de España, los que aun sostienen el honor de la bandera y afirman la valentía sobre el último reducto de la tribulación, casi todos mutilados por el plomo insurrecto. Este postrer esfuerzo es el más admirable, porque las cajas de las municiones están poco menos que exhaustas; y no hay capitanes de compañía que mantengan la cohesión y el nervio de la defensa. No hay clarines bélicos que lancen al aire sus agudas notas para inflamar los corazones de los soldados, ni comandantes de batallón que puedan apreciar la magnitud del esfuerzo; pero las escuadras y las secciones combaten con gallardía para no rendir la bandera del regimiento, de la que tratan de apoderarse los bravos soldados de Maceo, mientras tremolan la insignia de Cuba libre y la clavan sobre el muro agreste del disputado redondel. El sitio es memorable en los anales de la independencia, pues sobre estas mismas colinas enarboló el pendón de Cuba libre el bizarro general Narciso López. Después de esta gloriosa ostentación, gracias a la cual la columna española ha podido salvar los heridos, se precipita hacia los cuarteles de Bahía Honda por las inmediaciones de la playa, esquivando los parajes montuosos, y entra a retazos en el caserío, completamente quebrantada. El jefe de ella, el general Suárez Inclán, no sabe sino ya muy entrada la noche el número de soldados que ha perdido: toda la oficialidad ha quedado fuera de combate.”

- Emeterio S. Santovenia en “Un Día Como Hoy” de la Editorial Trópico, 1946, páginas 247-248 nos describe los acontecimientos del 30 de abril de 1896 en la Historia de Cuba:

   “Maceo y sus edecanes estuvieron atentos a las posibles maniobras del enemigo hasta el 30 de abril de 1896. Reconocieron al campo de Las Pozas, donde habían sostenido polémicas la víspera. Comprendieron que la columna de Suárez Inclán se encaminaba al campamento de Cacarajícara. Carlos Socarrás, el intrépido y entendido libertador, hizo notar a Maceo la probabilidad del ataque de Cacarajícara por los españoles. Y uno y otro, cada quien en su esfera de acción, se aprestaron a impedir la realización de los propósitos del adversario. En aquellos momentos Cacarajícara ara una posición magnífica para los insurrectos. Pero, si grande ara la importancia del vivaque, no la fue ciertamente en zaga al esfuerzo realizado por Maceo para oponerse a la embestida enemiga.

   “Ciento setenta hombres tan solo pudo reunir al Lugarteniente en Cacarajícara la mañana del 30 de abril de 1896. Mas bastaban ellos, entre los que se encontraban Quintín Bandera, José Miró, Silvario Sánchez Figueras y Carlos Socarrás, para convertir al campo insurrecto en valladar infranqueable. El patriotismo de los cubanos se hizo allí muralla. Se peleó con denuedo. Se infirió al enemigo grande estrago. Después de la resistencia extraordinaria de que Maceo dio muestras en las lomas de Tapia, hasta convencer a los españoles de que en vano insistirían en el ataque para ponerlo en retirada, la acometida de Cacarajícara vino a ser complemento de la prueba de que al ilustra caudillo se mantenía invicto.

   “La mañana había avanzado bastante cuando las huestes de Maceo se hallaron frente a frente de la columna de Suárez Inclán. Maceo, adelantándose por uno de los tres accesos al campamento de Cacarajícara, dispuso algunas emboscadas. A despecho de la actitud agresiva de los españoles y de lo estrepitoso de su fuego, los insurrectos los superaron, conteniéndolos e infiriéndoles pérdidas considerables.

   “El silencio de un cuarto de hora fue presagio de terrible arremetida por ambas partes. Los españoles, acercándose con desenfado a las filas insurrectas, hicieron alto a pocos pasos de éstas. Maceo, personalmente, reanudó el duelo. Pero el tiroteo duró escaso tiempo: las municiones estaban agotadas. El Lugarteniente se aprestaba a cargar al machete sobre enemigo tan temerario cuando la llegada del coronel Juan Ducasse, con ciento cincuenta hombres y parte de las municiones salvadas de la expedición de la Competitor, deparó nuevo giro a la situación. Maceo, jubiloso, reaccionó, ante refuerzo de tal naturaleza, sin dar paz a su espíritu ni descanso a los recién venidos. Estuvo presto a lograr la victoria de las armas cubanas. Aprovechó la trinchera que guardaba la entrada del campamento, la convirtió en valladar seguro, acudió a imposibilitar de antemano todo avance del adversario y, enardecidas sus tropas no menos que él, acabó por asestar costosa derrota a la columna de Suárez Inclán, cuyas bajas, tanto en oficiales como en soldados, fueron considerables. La acción de Cacarajícara constituyó una hazaña gloriosa de los libertadores.”

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