Las noticias sobre el diálogo entre Cuba y EEUU dejan en los cubanos de a pie, tan acostumbrados a llevar la peor parte, más interrogantes e inquietudes que certezas
martes, mayo 26, 2015 | Leonardo Calvo Cardenas | 4 Comentarios
LA HABANA, Cuba. – Durante los pasados días 21 y 22 de mayo, el Departamento de Estado de los Estados Unidos fue sede de una nueva ronda de conversaciones de las delegaciones de las cancillerías de ese país y Cuba, encargadas de definir todos los elementos que hagan realidad la decisión expresada por los presidentes Barack Obama y Raúl Castro de reanudar las relaciones diplomáticas rotas hace más de medio siglo. Más allá de los avances reconocidos por ambas partes este proceso, en extremo complejo, tales noticias dejan en los cubanos de a pie, tan acostumbrados a llevar la peor parte, más interrogantes e inquietudes que certezas.
La subsecretaria de Estado Roberta Jacobson y la directora de Estados Unidos en la cancillería cubana Josefina Vidal expusieron en conferencia de prensa los avances logrados en las conversaciones que se celebraron, matizadas por la exclusión de Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo que cada año emite el gobierno norteamericano y por la normalización de la situación bancaria de la Oficina de intereses de Cuba en Washington, que después de más de un año de caos y parálisis ha vuelto a encontrar una entidad bancaria que se encargue de sus trámites financieros.
Debo confesar que, a pesar de estar consciente de que los reporteros de prensa norteamericanos deben procurar para sus lectores y televidentes información estrechamente relacionada con los intereses norteamericanos en este proceso, me quedé esperando alguna referencia o interrogante acerca del delicado tema de los derechos humanos en Cuba, asunto que sin embargo no fue tocado ni de soslayo.
El caso es que el proceso avanza y se ve claro que el establecimiento de las respectivas embajadas es solo cuestión de tiempo, incluso por estos días se habló a nivel oficial sobre el deseo y la intención del presidente Obama de viajar a Cuba. Mientras todo esto sucede, no se aprecia la mínima voluntad de las autoridades cubanas de generar un clima interno de distención y tolerancia hacia los actores de la sociedad civil independiente, que luchan de manera pacífica por el respeto a los derechos humanos.
Estamos plenamente convencidos y sin lugar a equívocos del compromiso de la clase política norteamericana para con la libertad y la democracia en Cuba. Está más que probado que en política y diplomacia lo más importante es lo que no se ve a simple vista y que ante los gobernantes cubanos, provocadores y chantajistas por antonomasia genética, la administración norteamericana debe hilar muy fino para proteger el sólido avance del proceso iniciado el 17 de diciembre pasado, cuyo éxito reviste importancia estratégica para el futuro de Cuba y la región.
Sin embargo, al interior de la sociedad cubana gravita la inquietud generalizada que genera el doble discurso de las autoridades de La Habana, quienes hacia el exterior se muestran dispuestos a olvidar antiguas contradicciones y confrontaciones para adelantar diálogos sin condiciones y respetuosos de la diversidad y en Cuba recrudecen la represión y la intolerancia.
El propio presidente Raúl Castro, quien con frecuencia no parece tener mucho contacto con la realidad, no se sonroja para casi declararse devoto católico y venderse como alguien respetuoso de la opinión diferente y el pluralismo.
El papel y el viento soportan cualquier cosa que se diga, pero la realidad palpable nos confirman la persistencia del diseño de terrorismo de estado que con la mayor crueldad y violencia represiva en las calles muestra cada semana a los ciudadanos descontentos cuál es el verdadero precio de convertir el malestar en demanda y oposición, crimen que se hace costumbre sin que los corresponsales de prensa extranjera se atrevan a reportar. De igual forma, han vuelto a emitir una Ley de inversión económica solo para extranjeros, mientras los proyectos de ley para proteger los derechos civiles y legales de la comunidad LGBT (lesbianas, gais, bisexuales y transgéneros) duermen el sueño de los justos en un oscuro cajón de la Asamblea Nacional y de las leyes contra la discriminación racial ni siquiera se habla.
A nadie extrañe que, después de tantos años de extremismo estalinista la familia hegemónica se conforme con convertirse en nuevos Somozas o Duvaliers, con magníficas relaciones con sus adversarios de antaño en el mundo capitalista, mientras somete a su pueblo a todo género de injusticia, represión y sufrimiento.
La administración norteamericana, la Unión Europea, el papa y los gobiernos (¿verdaderamente democráticos?) de América Latina no deben perder de vista que en Cuba, más allá de discursos y medidas coyunturales, no existen garantías jurídico-institucionales al disfrute de los derechos y las libertades.
Los interlocutores influyentes no deben dejarse engañar por la estabilidad que puede garantizar todavía el gobierno cubano gracias a la incultura cívica, el monopolio sobre todos los espacios y una meticulosa represión, pues por debajo de esa imagen bien cuidada van ebullendo todo género de corrupciones, perversiones, miserias, rencores y traumas que en un futuro imprevisible pueden caotizar una sociedad profundamente lacerada.
Para los cubanos, huérfanos de derechos y esperanzas, sería en extremo alentador escuchar de líderes y funcionarios europeos y norteamericanos más frecuentes y explícitas declaraciones de respaldo a los derechos humanos en la Isla. Pero considero más importante que se abstengan de jugar solo la carta fallida de un gobierno que no ha demostrado voluntad real de cambio, para encontrar mecanismos efectivos de conexión con la sociedad que contribuyan a la restauración de la autoestima cívica de los ciudadanos y a la verdadera reconstrucción democrática de Cuba.
ACERCA DEL AUTOR
Leonardo Calvo Cárdenas. La Habana, 1963. Vicecoordinador Nacional del Comité Ciudadanos por la Integración Racial (CIR). Representante en Cuba de la revista Islas. Licenciado en Historia Contemporánea en la Universidad de La Habana. En 1987 comienza a trabajar como especialista principal en el Museo de Ciudad de La Habana, de donde fue expulsado en diciembre de 1991 Desde 1996 ha sido columnista y colaborador de varias publicaciones, entre las que destacan las revistas digitales Nueva Frontera, Consenso, Noticias Consenso, Encuentro en la Red, Primavera de Cuba.
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