Por: Lcdo. Sergio Ramos
El Cardenal Jaime Ortega y Alamino demostró
su verdadera faz, cuando en soberbio desprecio
rechazó y amenazó a dos opositores durante la recepción por el día de la
independencia americana en la legación de los Estados Unidos en La Habana.
Los opositores Egberto Escobedo y José Díaz
Silva abordaron al prelado con el fin de
entregarle una carta relacionada con los presos políticos en Cuba y hacerle
saber sus preocupaciones al respecto.
Este hecho irritó al purpurado,
amenazándolos con llamar a la policía política del régimen, la Seguridad del
Estado, al tiempo que los increpaba porque escuchaban “noticias
contrarrevolucionarias de Miami.”… nada más con el testigo, se le cayó la
máscara.
Su frase destaca su lealtad y compromiso
para con la tiranía castrista, lo que equivale a decir, que en el fondo
respalda las detenciones arbitrarias, las persecuciones políticas, las golpizas
y las torturas a los opositores. Su gesto fue de solidaridad, no para con los
oprimidos, sino para con los opresores del pueblo cubano, avalando el
apuntalamiento de la corrupta casta en el poder, sus lujos, sus turbios
negocios, sus mal habidos dineros depositados en multimillonarias cuentas en
paraísos fiscales, sus mansiones robadas, sus lujosos yates y riquezas
adquiridas a costa de la explotación de los trabajadores cubanos.
Su amenaza manifiesta su alianza con los
represores del pueblo cubano, condonando sus crímenes y repudiando a los que
luchan por la libertad… y deja claro que para el Cardenal Ortega, es pecado
escuchar “noticias contrarrevolucionarias”. Su irracional reacción ante el
“sacrílego” acto expresarle una preocupación por los presos políticos, destaca
su claro desprecio por aquellos que se oponen a la tiranía de los hermanos
Castro.
Su Eminencia olvidó que la bestia a la cual
ahora sirve, cerró las iglesias, los
conventos y las escuelas católicas. Encarceló a sacerdotes como fue el caso del
Padre Loredo. Expulsó del país a las monjas, seminaristas y sacerdotes como al
Monseñor Eduardo Boza Masvidal. Persiguió a los feligreses católicos y de otras
religiones, y los asesinó en al paredón a miles
mientras gritaban en un
valiente acto de fe “Viva Cristo Rey” como Virgilio Campanería y Alberto Tapia
Ruano.
Su memoria, premeditadamente borró como
este mefístofeles caribeño, al que ahora da pleitesía, convirtió en pecado el
bautismo y la comunión, so pena de ser repudiado, discriminado y hasta
encarcelado, retrotrayendo a los católicos al escondido culto del tiempo de las
catacumbas.
Su memoria parece que hizo intencional
amnesia de cuando los sacerdotes,
seminaristas y feligreses fueron llevados – incluyéndolo a él--- a los campos
de concentración de la UMAP (Unidades
Militares de Apoyo a la Producción ) donde fueron obligados a trabajos forzados
al igual que en los Gulag soviéticos o
los campos de exterminio Nazis.
Al darle la espalda a los opositores, se la
dio también a todo un pueblo sufrido, oprimido, fraccionado y esclavizado, tal
como hace veintiún siglos atrás, Judas Iscariote le dio la espalda Jesús por
treinta monedas… Y nos preguntamos, Su
Eminencia, ¿Cuáles son las prebendas
recibidas por la dictadura, para merecer tal desprecio? ¿Acaso valen más los
campanarios que la dignidad de los hombres? ¿Es que preservar la existencia
física de iglesias, conventos y ceremonias, es más importante que el respecto a
los derechos humanos de un pueblo? ¿O acaso a Cristo le importó más el bien del
prójimo que servir a los poderosos y prefirió morir en la cruz antes que
doblegarse al Sanedrín y a Poncio Pilatos, representantes de la opresión de
aquellos tiempos?
Sepa señor Cardenal que hay templo mayor, intangible, real y
superior que existe en cada ser humano oprimido que se levanta para clamar por
su libertad y la de su prójimo. Esos valen más que las piedras donde se asientan
las catedrales.
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