El precio pagado por Leal

Eusebio Leal.
En Santiago de Cuba, el historiador de La Habana desarrolló una de las piezas oratorias más lacayunas de la historia de Cuba.
Hay que reconocer que casi todos fuimos cautivados por el verbo elocuente de Eusebio Leal, en aquellos tiempos en que el historiador de La Habana aún no había escalado posiciones en la nomenklatura castrista, y sus conferencias acerca de los lugares históricos de nuestra urbe eran seguidas por un público ávido de conocimientos. Para muchos estábamos en presencia de un representante de la valiosa tradición de oradores cubanos; un émulo de Rafael Montoro, José Martí y Manuel Sanguily, entre otros.
Sin embargo, todo comenzó a cambiar una vez que el señor Leal compartió su labor de historiador con la de exitoso empresario en las tareas de restauración del Casco Histórico de la capital. De inmediato comprendió que para llevar adelante la segunda faena era menester ganarse la confianza de la cúpula gobernante, y en especial la de los hermanos Castro.
A partir de ese momento su discurso, lo mismo ante intelectuales que ante políticos, sería un compendio de loas a la revolución, "a Fidel y a Raúl". Se ganó un puesto en el Comité Central del Partido Comunista, y consiguió que el menor de la dinastía lo considerara "el dueño de La Habana Vieja".
Así las cosas, hemos arribado a este 25 de julio, al 500 cumpleaños de la ciudad de Santiago de Cuba. Los dirigentes de ese territorio le encomendaron el discurso por la efeméride, precisamente, a Eusebio Leal. Y el historiador de La Habana, ni corto ni perezoso, desarrolló una de las piezas oratorias más lacayunas que registre la historia de Cuba.
Leal no reparó en adjetivos con tal de alabar a la familia gobernante. Estos fueron solo algunos de los elogios empleados: de Fidel Castro dijo que "a él le fue entregado hoy un reconocimiento, entre tantos que merece y merecerá"; expresó que Raúl Castro "fundó en el Segundo Frente la primera utopía de la que debía ser y fue más tarde la nación". Y hasta al viejo terrateniente Ángel Castro llegaron los calificativos lisonjeros cuando apuntó que "sirvió a España por deber y a Cuba por amor, y regresó a ella para fundar una estirpe de valientes". Quizás habría que buscar en las referencias a la familia Kim, en Corea de Norte, para encontrar algo semejante.
Pero Leal no se detuvo ahí. Extendió las alabanzas hacia otros dos exponentes del aparato de poder, también presentes en Santiago de Cuba: los Comandantes de la Revolución Guillermo García y Ramiro Valdés. Acerca del primero aseveró que "fue el primer campesino que creyó en la causa de Cuba, de la Revolución y de Fidel". Y sobre el segundo declaró que "fue el compañero del Che, atravesando toda la isla de Cuba, y fue también el gran compañero de todos en la lucha".
Dos momentos del discurso de Leal ameritan una reflexión adicional. En uno de ellos afirmó que "la cubana era una de las pocas revoluciones verdaderas que habían marcado la Historia". Es indudable que la revolución cubana, a su manera, ha marcado la Historia, como también la marcaron la Revolución Francesa y la Revolución de Octubre. Mas, tanto en una como en la otra se cumplió la máxima del filósofo español José Ortega y Gasset, en el sentido de que toda revolución conduce a la restauración.
Porque estamos seguros de que habrá restauración en Cuba. Es más, ya hay pequeñas restauraciones en lo económico. Por ejemplo, tenemos los casos de descendientes de antiguos propietarios que fueron expropiados durante la Ofensiva Revolucionaria en 1968, y que ahora como cuentapropistas han reabierto, en los mismos locales, los negocios de sus predecesores.
Pero, por supuesto, no nos conformamos con eso. Aspiramos a restauraciones de mayor calado, entre ellas una que devolviera la festividad al 20 de mayo y se la quitara al 26 de julio. En la primera de las fechas, aun con imperfecciones, irrumpimos en el concierto de naciones independientes; la segunda, por su parte, debe hacernos recordar la sangre derramada inútilmente en una acción repudiada en su momento por toda la sociedad.
El otro razonamiento de Leal se relaciona con que el General-Presidente, además de su actual condición de Jefe de Estado y de Gobierno, "tiene en sus manos el destino de nuestro país". Tal vez ese sea uno de los pocos planteamientos del discurso con el que todos estemos de acuerdo. En efecto, hoy estamos a expensas de la voluntad de Raúl Castro, pues ni el Poder Popular, ni los tribunales, ni la fiscalía, ni ninguna otra institución del país se atreverían a poner en tela de juicio el parecer del General de Ejército. El señor Leal, aun sin proponérselo, ha colocado sobre el tapete lo que nos falta para acceder al Estado de Derecho.
Bueno, después de todo, el historiador de La Habana no habría hecho más que asegurar su inclusión, al menos, en el nuevo Comité Central del Partido Comunista que surja de su venidero congreso en abril del próximo año.
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