El régimen nunca aceptará críticas, perdonará ni soportará ser perdonado.
Pronto se cumplirá un año desde el anuncio del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y EEUU.
¿Diálogo? ¿Reconciliación? Estas dos palabras resumen las esperanzas mayoritarias de los cubanos al norte o al sur del estrecho de la Florida. Sin embargo, el historial de los últimos 11 meses conduce al desencanto. Cada día que pasa el Gobierno raulista se aparta aún más del pueblo que se vanagloria en representar, empeñado en "actualizar" un fracaso que jamás se atreverá a reconocer.
Para el liderazgo histórico de 1959 la política en ciernes puede resumirse así: mejorar a su favor las relaciones interestatales, nada más. Tratándose de Cuba, el mencionado objetivo significa mucho, casi todo diríamos, pues la concepción del socialismo al estilo de Fidel Castro representa un partido-estado abarcador, propietario y administrador de casi todo.
Estados Unidos es esencialmente lo contrario, desde sus orígenes y hasta el presente prevalece la menor intervención posible del Estado en la vida de las personas, de ahí su evidente insistencia en un fructífero contacto pueblo a pueblo, equivalente entre nosotros al diálogo y la reconciliación.
¿Por qué desde la Plaza de la Revolución no hay indicios de dialogar y menos aún de reconciliarse? Sencillo. Semejante camino pasa por el reconocimiento, implícito y explícito, de que existe un conflicto, habría que evaluar la historia de los últimos 56 años, aceptar críticas, autocriticarse, perdonar, ser perdonados.
Hasta hoy, en el país por excelencia de los congresos —se reúnen desde los pioneros hasta el Partido Comunista, pasando por campesinos, mujeres, sindicatos y un infinito número de gremios y agrupaciones—, nunca asistimos a una evaluación crítica del proceso revolucionario. Si se trata de evaluar la actuación de sus líderes, ni siquiera cuestionarlo es bueno.
Y es que la carencia de cuestionamientos profundos sobre las decisiones tomadas durante más de medio siglo conducen a una conclusión: no existen conflictos de importancia, no hay agraviados, la inmensa mayoría apoya alegremente la causa fidelista, ¿por qué habría de plantearse reconciliación alguna?
Desde el Palacio de la Revolución en La Habana, hacia el exterior la conclusión es aún más radical. Los equivocados son "ellos", les toca rectificar sus errores. Cualquier otra interpretación de las relaciones mutuas será rechazada bajo el cacareado "principio" de no injerencia en los asuntos internos.
Este comentario es una alerta para quienes albergan esperanzas inmediatas de cambiar las cosas en Cuba. Tratándose de los pasos adelantados en una sola dirección por la administración Obama, le asiste al menos una justificación histórica: la política anterior no dio frutos palpables a lo largo de medio siglo. Probar de otra manera es políticamente plausible.
En todo caso, de una u otra forma, será un largo camino, pues los veteranos de La Habana andan lejos de los conceptos diálogo y reconciliación.
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