El escritor Ángel Santiesteban Prats (foto de Jorge Ángel Pérez)
LA HABANA, Cuba – Angel Santiesteban es autor de una de las obras más singulares de nuestra literatura. Por ella ha recibido múltiples reconocimientos en Cuba y en el extranjero. Siendo muy joven ganó el Premio UNEAC con el libro “Sueño de una noche de verano”, y luego el Alejo Carpentier con “Los hijos que nadie quiso”. Este título le sirvió también para nombrar su blog, con el que ha venido expresándose en los últimos años. “Dichosos los que lloran” fue distinguido con el premio Casa de las Américas.
Después de este brevísimo recuento, cualquier desconocedor de su obra diría que es un
LA HABANA, Cuba – Angel Santiesteban es autor de una de las obras más singulares de nuestra literatura. Por ella ha recibido múltiples reconocimientos en Cuba y en el extranjero. Siendo muy joven ganó el Premio UNEAC con el libro “Sueño de una noche de verano”, y luego el Alejo Carpentier con “Los hijos que nadie quiso”. Este título le sirvió también para nombrar su blog, con el que ha venido expresándose en los últimos años. “Dichosos los que lloran” fue distinguido con el premio Casa de las Américas.
Después de este brevísimo recuento, cualquier desconocedor de su obra diría que es un “suertudo”, pero la mayor verdad es que consigue siempre lo que es más importante: el laurel de sus lectores. La vida en la cárcel es uno de sus temas recurrentes. Quien se inicie en la lectura de sus textos lo descubrirá desde la primera línea de muchas de sus piezas narrativas. Resulta que ya estuvo dos veces en la cárcel, y en un montón en estaciones de policía. Sobre la prisión y su obra hablamos durante largo rato, en mi casa, hace unos días. Y ahora, mientras transcribo nuestra conversación, me entero de que fue nominado por Reporteros Sin Fronteras para recibir el premio Reportero ciudadano que acaban de entregar a un grupo de blogueros etíopes.
Ángel, no son muchos los escritores cubanos que vivieron el infierno de la cárcel durante dos temporadas. ¿Sirvieron para algo al escritor esas dos estancias?
La prisión ha sido una rara fuente de alimentación, contar los sucesos que viví, que presencié, me han servido de coraza. Gracias a la escritura no perdí la cabeza. Creo que vivir intensamente esos instantes dotó a mi escritura de gran espontaneidad. Un escritor de gran imaginación puede hacer un gran libro sin que precise estar encerrado, pero no se podrá negar que quien estuvo allí podrá contar con más franqueza…
Eso lo prueban tus libros, y “Hombres sin mujer”, de Montenegro…
Creo que sí. Estar en la cárcel me ayudó a contar con la espontaneidad y con la sinceridad que precisa la literatura. Esa franqueza va a quedar siempre. Por eso mientras caminaba esas dos veces hacia aquel infierno, pensaba en las historias que podría encontrar, en lo que servirían a mi obra. Pensar que iba en busca de material para escribir me salvó, hizo menos duras esas estancias.
Encontrando esas historias…
Allí las encontré y fueron ellas las que me salvaron. Ir a la cárcel es como ir a la guerra. El preso y el soldado tienen muchas coincidencias. Los dos están lejos de su hogar. Los dos están incomunicados. Ambos tienen deseos sexuales que no pueden cumplir. Los dos están bajo un mando militar que puede ser abusador y que se impone, muchas veces, de manera humillante. Cada día estás en peligro de perder la vida; en la cárcel a manos de un delincuente y en la guerra te puede matar el enemigo.
Estando allí encontraste historias que te servirían luego, pero la verdad es que no fuiste voluntariamente a hurgar en la cárcel y en el comportamiento de los presos.
Fui porque me llevaron, obligado. La última vez entré a la cárcel porque antes creí, y todavía creo, que podía hacer algo para que mi país fuera mejor, para que fuera democrático. Fidel dijo alguna vez que un mundo mejor era posible, y yo salí a buscar ese mundo mejor, a buscar a esa Cuba mejor. Eso me costó la cárcel. Porque quería conseguir ese mundo comencé por mi casa, por este país que quiero. Mis maestros literarios me habían dicho que lo importante era escribir, que era mi obra lo que debía cuidar, que lo primero era escribir, y publicar, conseguir lectores. Escribir, escribir y escribir. Muchos amigos, y esos maestros, pensaban que un escritor no tiene que hacer otra cosa.
¿Y no lo crees así?
No, no lo creo. Eso es una mentira, aunque lo creí durante muchos años. Durante mucho tiempo me dediqué solo a escribir. Armé una obra, publiqué libros e hice silencio… por miedo.
¿Y en qué lugar quedó ese miedo?
Todavía me acompaña. Nunca se fue, pero aprendí a acomodarlo. Nunca me abandona el miedo a ir a la cárcel. Allí puedes morir en un instante, y eso es terrible. El miedo me llega cuando pienso que no podré estar con mis hijos y con mi familia en el instante en el que más me necesiten. Imaginar ese momento me impresiona mucho. Me asusta pensar en la posibilidad de que se enfermen y que no pueda auxiliarlos. Mi hija no fue a la universidad cuando me detuvieron la última vez y eso hizo que me sintiera responsable.
¿Y quién era el responsable?
Visto de manera simple debía ser yo, pero la verdadera culpa es de quienes me detuvieron. Fue la injusta detención lo que la angustió. Fue la posibilidad de que su padre fuera otra vez a prisión lo que la puso triste, y por eso decidió no ir al aula, por eso perdió la clase, por eso tendrá que justificar su ausencia. Imagino cuantas veces pensó en que tendría que ir de nuevo a la prisión para acompañar al padre en su encierro. ¿Quiénes son los verdaderos culpables de su angustia? ¿Soy yo? A mí me hace muy feliz que estudie. Yo quiero que se gradúe, y alimento sus deseos de estudiar, pero una joven estudiante no va sentirse muy cómoda en el aula sabiendo que su padre está preso injustamente. También me angustiaba cuando los veía llegar a la prisión. Ver a muchachos de diecisiete o dieciocho años visitando a un preso no es reconfortante. Mi primer encierro tuvo que ver con que acompañé a mi familia a la costa cuando quisieron abandonar para siempre el país. Terminé preso, pero no tenía hijos. La última vez ya eran grandes y estudiaban. El padre de ambos estaba preso por andar buscando la democracia. Y ellos sabían lo que eso podía costarme.
¿Qué es para ti la democracia?
Decir lo que pienso en voz alta y que nadie se moleste. Decir lo que quiero y que todos entiendan que ese derecho existe y que a todos nos asiste, que todos entiendan que existen ideas diferentes a las que profesan los que dirigen. ¿Es tan difícil entender eso? Creo que es bueno conversar, y que las diferencias que tienes con los que detentan el poder no te lleven a la cárcel. Eso es para mí la democracia.
¿Y estás dispuesto a conversar para conseguir esa democracia?
Por supuesto, de eso se trata. Yo puedo conversar con un comunista si es capaz de escucharme con respeto, si permite que yo actúe según mis presupuestos. Yo tengo ese derecho, aunque me lo quiten sé que lo tengo. Yo puedo conversar también con un liberal. Puedo conversar con los que están en el poder y con los que se le oponen aunque no estemos de acuerdo en todo. Únicamente me negaría a conversar con quien propicie el terrorismo. En esa mesa quiero defender mi derecho a expresarme. Si ahora tengo una actividad política es porque pretendo encontrar esa democracia donde todos puedan convivir, incluso con sus diferencias. Me encantaría que si en un futuro se habla de mí, que si en una línea me mencionan, que sea eso lo que se diga.
¿Y de tu escritura?
Prefiero que se hable antes del empeño que puse en conseguir el diálogo, de mis sueños de democracia, que se diga que me enfrenté a quienes no me dejaban expresarme. Eso quiero, y que sea dicho de forma muy breve, en solo una línea.
Hace muy poco estuviste detenido en una estación de policía. ¿Por qué?
Todo cuanto te pueda decir será una conjetura, todo estaría en el orden de lo supuesto. Yo no tengo la verdad. Creo que era algo más que una amenaza, que pretendían revocarme la condicional, que me llevarían de nuevo a la cárcel.
¿Por qué lo crees así?
Me dijeron que existía una acusación de mi ex esposa, la madre de mi hijo varón. Me la mostraron y yo reconocí su firma, pero ella le dijo a nuestro hijo que no me había acusado. Ellos pudieron falsificar su firma para intimidarme. Hace mucho que no la veo, así que no hubo esa amenaza, pero luego fue (la periodista independiente) María Matienzo a la estación queriendo averiguar, interesándose por mí, y le dijeron que estaba preso por un robo con fuerza, sin embargo a (Antonio) Rodiles le dijeron lo mismo que me habían dicho a mí; que había violado el domicilio de la madre de mi hijo. Nunca se pusieron de acuerdo entre ellos para dar las razones del encierro. Yo creo, y esto sigue siendo una suposición, que todo tuvo que ver con un texto que escribí el día antes de ser apresado donde denunciaba la prisión de Lamberto Hernandez Planas, donde comentaba su huelga de hambre, los riesgos que corría su salud, y también exigí su libertad inmediata. Todo tiene que ver con mis actividades políticas, con mi oposición. Yo no amenacé a nadie y mucho menos cometí un robo con fuerza.
¿Qué pasó después?
Después de que mi hijo me anunciara que su madre no me había acusado, lo que de seguro supieron los que me habían apresado, dejaron de mostrarme la supuesta acusación de mi ex. Al día siguiente me llevaron al Tribunal provincial. Cuando llegamos, los policías que me acompañaban quisieron saber en qué sala se celebraría el juicio y alguien indicó que me llevaran a una oficina. Allí me esperaba la presidenta de la sala y me contó que mi libertad había sido revocada. Se hizo un breve silencio y luego continuó. Dijo que a pesar de esa revocación iban a dejarme en libertad, y sugirió que me portara bien, que debía portarme muy bien.
¿Y crees que podrías ir otra vez a la cárcel?
Puede ser, pero espero que el pretexto sea menos burdo que el que me llevó a la cárcel la vez anterior. Si fueran menos torpes debían mandarme, si es que existiera una próxima vez, a una beca a París o a Berlín. Nunca a la cárcel. Eso es lo peor que pueden hacer con un escritor. ¿Te imaginas lo que podrías escribir allí?
No quiero imaginarlo, me da miedo.
Un escritor va a escribir todo lo que vea, cada cosa le servirá. Un delincuente escuchará las historias de los otros y quizá le sirve para la próxima fechoría, pero un escritor analizará cada detalle, cada gesto, cada historia, y después no va a poder resistirse, él va a escribir, y la gente va a leerlo, va a enterarse de lo que allí sucede. Estar en la cárcel es como caminar por los intestinos del país. Imagina a ese lector cuando lea esas descripciones putrefactas. Cada cosa que vi alimentó ese deseo de escribir, de publicar en mi blog, de escribir cuentos, de hacer lo que creo mejor para mí país. Allí escribí mucho. Escribí cuentos, de esa estancia en la cárcel salió una novela. De las historias que me contaron durante esas horas que estuve en la estación de policía podrían salir muchas piezas narrativas. Y ahí está también mi blog. Desde allí voy a seguir contando, sin parar, sin que consigan hacerme parar.
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