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Probablemente la Ceiba es el árbol que ha recibido mayor número de símbolos y mitos.Cargada de leyenda y misterio, con un encanto especial. Ni se corta, ni se quema. Si se interroga a un cubano sobre el misticismo que despierta este árbol originario de la América tropical, él diría que "esta bendita", que sus antecesores decían que es sagrada y es el árbol más respetuoso del mundo. Y algunos repetirán una y otra vez, como nos dice la leyenda: "Es el verdadero árbol del santísimo" "Del Poder de Dios".
"Dios está en la Ceiba, y a la Ceiba no la tumba el viento”
"La Ceiba es santa",
"Es el árbol de la Virgen María" “Madre de los árboles y del hombre”
Jose Marti:
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Oriunda de América su nombre fue asignado por los taínos y su tronco grueso era utilizado para construir los cayucos. Sus raíces fuertes y muy profundas. Puede crecer hasta varios metros de altura.
En tiempo de la esclavitud se colgaban amuletos entre sus ramas. Existía la idea de espíritus alrededor del tronco, quizás instinto religioso de los negros en tiempos de la Cuba colonial. Algún escritor dijo una vez que "... hablándole dulce a la Ceiba, cantándole y suplicándole, se llega a conmoverla y ella hace lo que uno quiere. Todo lo malo que uno quiere"... El que va a solicitar su concurso para producir un mal, se pondrá de cabeza bajo el árbol, como un murciélago, y en esa posición sentirá la acción de un espíritu que lo elevará del suelo..” |
Y quizás si al amparo de su sombra nocturna
los jefes mambises forjaban sus planes para libertar a Cuba.
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La Ceiba cubana de Bayamo
(Autor: Dr. Miguel E. Guilarte)
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Arbol muy frondoso era la Ceiba de Bayamo, M. N. Situada sobre la barranca del Río Bayamo, a unos veinticinco metros de la orilla del río. Relatan los abuelos bayameses que esta Ceiba contaba con más de ciento veinte años de existencia. Sin lugar a dudas, con su majestuosidad, dominaba todo el área, como si estuviese cuidando a los que allí se acercaban.
El Río Bayamo, en esa zona, era muy ancho y muy profundo. Bayamo no tenía playas, pero los bañistas, con rellenos de arena hicieron una playa artificial. Se decía que La ceiba era el salvavidas que cuidaba de los bañistas. Los bayameses hicieron de aquel lugar el preferido para nadar y practicar deporte acuático. Agotados por la natación y un poco quemados por el sol, salían a descansar bajo la sombra fresca, que en el fuerte verano, la Ceiba les regalaba. La tradición era "ir a La Ceiba". Así, casi todas las escuelas primarias de la ciudad, llevaban a sus estudiantes en gira, a La Ceiba, con el fin de pasar un día de recreo y descanso. Allí hacían sus barbacoas, jugaban distintos deportes y disfrutaban de la sombra y el fresco que el enorme árbol les proporcionaba. Era centro de reunión de la juventud bayamesa. Las tardes bayamesas en La Ceiba, parecían fiestas llenas de alegrías permanentes. La persona del pueblo que no hubiese visitado o, en cierta forma conocido La Ceiba, seguramente no era nativa de Bayamo. La Historia nos cuenta, que nuestros próceres de la Guerra de los Diez Años, tales como Francisco Vicente Aguilera, Maceo Osorio, Perucho Figueredo y otros, se reunían en la Logia Masónica de la ciudad a conspirar y organizar la declaración de la guerra. Pero, los que no eran masones, que no podían entrar a la logia, se reunían con los mismos fines, bajo La Ceiba, la que con la complicidad de sus ramas, los cuidaba evitando que los mismos fuesen vistos y descubiertos.
Y así, los hombres pasaban, pero la frondosa Ceiba permanecía enhiesta en su sitio. Se cuenta por nuestros viejos y veteranos, que muchas de las fiestas de celebración por la independencia e instauración de la República, se celebraron bajo la sombra y protección de La Ceiba de Bayamo.
Pero llegó el día en que un grupo de jóvenes que celebraban fiesta con fogata, bajo La Ceiba, se descuidaron del fuego y éste quemó muchas de sus raíces y parte de su tronco. La Ceiba de Bayamo enfermó de las quemaduras y, más tarde murió. Hace unos veinte años que Bayamo perdió su mejor sombra y, el Río Bayamo perdió su mejor guardián. Los bayameses jamás la han olvidado y, en muchas de sus reuniones, siempre la mencionan con un recuerdo cariñoso
La Ceiba Cubana del Templete
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Una Ceiba se encontraba situado frente al monumento Templete, desde sus inicios. Con los años enfermó y murió. Pero en su lugar fue sembrada otra que, actualmente allí crece hermosa y fuerte, enfrentándose a todas las inclemencias del tiempo, así como, a todas las vicisitudes que su Patria pudiese sufrir.
Allí espera a todo aquel que a la media noche del día 15 de noviembre, comience a dar las tres vueltas en silencio y, pedir un deseo. Es la tradición de todos los años. En esta media noche empieza el amanecer del día en que se conmemora la fundación de la Villa San Cristóbal de la Habana. Estas tres vueltas y un deseo, no en todas las personas tienen el mismo objetivo. Pero se sabe, que la gran mayoría, sobretodo las personas jóvenes, giran alrededor del árbol, inspiradas por el sublime sentimiento del amor. Aquellos que aún no se han casado, expresan el deseo de lograr un matrimonio feliz. Y los ya casados, dan gracias por haber encontrado la pareja ideal y, piden por la continuación de la feliz unión. |
Hay mucho también de inspiración religiosa. Mucho de misticismo, es decir, esta tradición crea un estado de unión entre el alma y Dios, por medio del amor.
Esta tradición ha sido tan apegada al pueblo habanero, y se ha hecho siempre con tanta devoción, que hay quienes, sin encontrarse físicamente en La Habana, la practican, todos los años en una forma simbólica, con la sostenida esperanza de que llegue el día en que se encuentren de regreso en el Templete y, dando las "tres vueltas y un deseo" alrededor de la amada y nunca olvidada Ceiba.
La Ceiba del Naranjal
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(Leovigildo Rodriguez Hernandez)
Cuentan que en el antiguo camino de lo que hoy es la Calzada del Naranjal, en la ciudad de Matanzas, existía una Ceiba de gran tamaño a la que le calculaban más de dos siglos de existencia. Al pie de su tronco, al que le atribuían poderes sobrenaturales podían verse siempre abundantes ofrendas de brujería. Decíase que en su interior vivía el Diablo, y no faltaba quien asegurase que en los días viernes, a medianoche podían verse brujas venidas de diferentes partes del mundo para bailar, tomadas de la mano, alrededor del tronco, al compás del ríspido canto de las lechuzas que revoloteaban en el alto follaje del árbol.
La fama de la Ceiba aumentó cuando en cierta ocasión, un arriero comentó que no volvería a pasar por aquel lugar después del atardecer. Decía el hombre, con el miedo reflejado en el rostro, que empezaba a oscurecer cuando vio cómo la arrugada corteza de dos muñones o nudos que el árbol tenía a cierta altura, se abrieron como párpados y aparecieron dos ojos muy grandes que irradiaban una luz intensa del color del rayo, que lo iluminaron todo. Que las mulas, asustadas, emprendieron una veloz carrera y se dispersaron a una legua a la redonda. Como siempre ocurría, el tono de veracidad que imprimían a sus palabras mientras contaban cosas de la Ceiba personas serias e instruidas, hacía exclamar a los ignorantes: ¡Fulano lo vio, y cuando él lo dice es verdad! La fama de la Ceiba trascendió a otros lugares de la provincia y se puso de moda que los jóvenes, y hasta los mayores demostraran su valor yendo hasta el árbol en las noches sin luna. También las muchachas llegaron a exigir a sus enamorados como prueba de amor, que fueran hasta la Ceiba en noches bien negras y regresaran con un pedazo de su añeja corteza al lugar donde varios testigos darían fe del acto heroico. En horas de la tarde, cuando había menos afluencia de personas por aquel lugar aparecían coches de señoras encopetadas que se detenían ante el majestuosa árbol, los que entraban al camino a la mayor velocidad posible, se detenían bruscamente ante la Ceiba, donde la criada saltaba con agilidad, del vehículo para depositar junto a las potentes raíces, un paquete que podía ser una "limpieza" un daño, el cumplimiento de una promesa u otra ofrenda por la concesión de un deseo o milagro, mientras en el coche, la señora rezaba, se santiguaba o hacía nuevas promesas.
La prueba de valentía, consistente en ir de noche hasta la Ceiba, fue interrumpida por la muerte de uno de aquellos valientes. El tiempo transcurría y el joven no regresaba.. Entonces sus compañeros, en unión de algunos vecinos, fueron hasta el árbol y allí lo encontraron muerto, con la cabeza metida en la confluencia que formaban dos grandes raíces, con los ojos casi fuera de sus órbitas y la boca deformada por una espantosa mueca.
La posición del muerto junto al árbol trajo a éste nuevos atributos satánicos. Decíase que el hueco formado por la unión de las dos raíces, era la boca del Diablo, que vivía dentro de la Ceiba, y que por allí le había chupado el alma y la vida al joven. Entonces desaparecieron por algún tiempo los valientes. Nadie deseaba tener relación alguna con el árbol todopoderoso. Cerca de la Ceiba, a unos cien metros, habitaba un montañés que alardeaba de apostar cualquier cantidad de dinero a que él iría al lugar aunque fuera de noche de viernes y más oscura que las alas de la tiñosa, y como prueba de haber estado allí, traería al regreso un pedazo de raíz. Pero nadie hacía caso al reto del montañés. En la encrucijada de dos caminos importantes para la comunicación entre Vuelta Abajo y Vuelta Arriba, existía también -próximo a la temida Ceiba-, existía un establecimiento mixto como fonda y posada, donde transeúntes y cabalgaduras encontraban alimento y descanso. De noche solían reunirse allí los vecinos, para conversar o jugar a las cartas, alumbrados por aparatos de carburo. El dueño del establecimiento era conocido como el Fondero y su mujer, la Fondera.
Una noche de viernes, de esas donde no se ve más allá de dos palmos, llegó al establecimiento un joven que, tan pronto se dio a conocer, dijo que esperaría allí a un arriero que traía un encargo de vuelta Abajo. Posteriormente llegó otro hombre, de mediana estatura, que al parecer nada tenía que ver con el que llegó primero. Ambos forasteros amarraron sus caballos debajo de una frondosa salvadera situada frente al silvestre comercio.
Algunos vecinos jugaban a las cartas mientras otros, entre ellos el montañés, observaban con interés el juego. Cuando terminó el partido, el montañés, como era habitual en él cuando se reunía allí un grupo de personas, dijo en alta voz que apostaba diez monedas a que iría a la Ceiba y traería un pedazo de su corteza, mostrando en alto una hachuela que portaba enganchada en la faja del pantalón. El forastero que había llegado primero al lugar, mostró interés por lo de la Ceiba, aunque dijo no conocer sobre el hecho porque él era de muy lejos. Estimando que el joven pudiera ser un posible apostador, el montañés contó a éste la historia de la Ceiba, exagerándolo todo y recalcando que apostaba a que él iría hasta el temido árbol y regresaría con un pedazo de su corteza. Entonces, cuando el montañés terminó de hablar, el forastero le dijo que su propuesta no tenía sentido, que lo correcto sería que los dos fueran al tenebroso lugar, uno primero y el otro después, y si ambos regresaban vivos, pagarían de mutuo acuerdo el vino a todos.. El montañés aceptó. Dijo que así debía hacerse, pero que hasta ese momento no había tenido con quien apostar.
Después de acordar la suma que iban a jugarse, el joven propuso como depositario del dinero al otro transeúnte, quien tenía apariencia de persona seria y que, al no ser amigo de ninguno de ellos, sería imparcial al decidir cualquier discrepancia que pudiera surgir. Y mientras el depositario guardaba en una bolsa de cuero el dinero apostado, la suegra del fondero le pedía a los dos hombres, que por todos los santos desistieran del empeño.
El montañés, que vivía enamorado de la mujer del fondero se abrogó el derecho, con un gesto de alardosa valentía, de ser el primero en ir hasta la Ceiba. Como quien va a jugarse la vida, el montañés, mirando de reojo a la fondera, pidió su último vaso de vino y su último tabaco. Después partió con ademanes quijotescos a enfrentarse, según dijo, con el poderoso "enemigo del más allá". El silencio era casi absoluto. Solo se escuchaba el chillido de los grillos, el ladrido de perros lejanos y el cantío de los gallos. La suegra del fondero rezaba frente a una imagen para que no ocurriera otra desgracia. Los hombres fumaban en silencio y dirigían sus miradas hacia la Ceiba. De pronto, el que tenía el dinero en depósito dijo que había escuchado un grito y que había que auxiliar a aquel hombre, por lo que partió veloz en su caballo, seguido del otro que había apostado con el montañés.
Transcurridos unos minutos apareció el montañés, pálido y desencajado. Tartamudeando, explicó cómo dos diablos a caballo habían pasado junto a la Ceiba como una exhalación. Hachuela en mano, el montañés buscaba con los ojos al apostador y al depositario del dinero.
Todos se miraron y controlaron la risa, hasta donde les fue posible. |
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-Aquí se firmó el Armisticio el 17 de julio de 1898-
Esta real Ceiba, símbolo localizado en Santiago de Cuba, provincia oriental, señala el sitio donde se firmó el armisticio; cuando las tropas coloniales al mando del General José Toral y Vázquez, Jefe de las fuerzas españolas de Santiago de Cuba, -por sustitución obligada del General Arsenio Linares que había sido herido en la batalla de la Loma de San Juan- se rindieron a las fuerzas expedicionarias norteamericanas de ocupación al mando del Mayor General William R. Shafter.
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He aquí por que esta hermosa Ceiba tiene el derecho de llamarse:
"el árbol de la paz"
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Enero 21, 2016


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