viernes, 11 de mayo de 2018

La Nueva Nación informa


MIGUEL EL ENTERRADOR
Alfredo M. Cepero
Director de www.lanuevanacion.com
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Su amo Raúl Castro no lo ha puesto a cargo de la continuidad de la revolución sino del entierro de la tiranía.
Quizás en su mentalidad obtusa de comunista fanático y de perro que sigue incondicionalmente a su amo, Miguel Díaz-Canel no se haya dado cuenta de cuál es la verdadera tarea que le han encomendado. Su amo Raúl Castro no lo ha puesto a cargo de la continuidad de la revolución sino del entierro de la tiranía. Si tomamos en cuenta la conducta de los Castro durante estos casi 60 años de opresión, corrupción y barbarie no podía ser de otra manera. Han sido más malos que el célebre "perro del hortelano que ni come ni deja comer". Al igual que el pérfido can, no han dejado comer al pueblo cubano pero, a diferencia del perro, ellos sí han comido a los dos carrillos. Peor aún, una vez desaparecida la mística revolucionaria de los primeros diez años, sus armas más eficaces para mantener el poder absoluto han sido el hambre y el terror.
Ese es el panorama alucinante que confronta el heredero sin mando pero sometido a todos los riesgos de cualquier cambio repentino o inesperado. Veamos. Díaz-Canel asume la presidencia sin experiencia previa como gobernante, huérfano de un mensaje de esperanzas, incapaz de crear condiciones de mejoramiento para la población, desnudo de todo carisma, despojado de la capacidad de intriga y de maniobra de su actual jefe y mentor, asediado por las reclamaciones de los sectores fidelistas que fueron defenestrados por los raulistas durante el cambio de guardia y sin la lealtad de los dinosaurios históricos que han usurpado el poder por más de medio siglo. Sus únicas armas son el respaldo del tirano y el terror institucionalizado que mantiene paralizado al pueblo cubano. Esa fórmula no garantiza la supervivencia de ningún sistema y mucho menos de una revolución de esperanzas devenida en una tiranía despiadada y represiva. Tarde o temprano se impone la justicia.
Surgen, por lo tanto, dos preguntas que debería hacerse Díaz-Canel y que no se hará por temor a confrontar su miserable realidad, con respecto a las probabilidades de su propia supervivencia. ¿Por cuánto tiempo estará dispuesto Raúl Castro a manejar los hilos del verdadero poder y garantizar la supervivencia de ambos? Y la otra, ¿por qué no seleccionó Raúl como heredero a Alejandro Castro Espín, el hijo que tiene su propia sangre y que comparte su conducta dictatorial y sus instintos asesinos?
La respuesta a la primera pregunta es una verdadera incógnita. Raúl Castro y sus apandillados desde el principio de la tiranía son octogenarios que ya tienen problemas hasta para ir por sí mismos al baño. Les sobran las fortunas y les faltan las energías. Si no estuvieran tan atemorizados de que les pasen la cuenta ya estarían retirados hace mucho tiempo. Por lo tanto, todo podría ser decidido por un reloj al que se le acaba la cuerda.
En el caso específico de Raúl Castro hay otros factores a considerar. Mientras su hermano mayor vivió, Raúl desempeñó a cabalidad sus funciones de represor y gobernante. Jamás habría pensado en abandonar el poder. Según confesiones de su hermano Ramón Castro, desde niño había sido abusado por Fidel. Mientras el otro vivía, quizás había en su psiquis una mezcla de admiración y terror. Ahora la situación es totalmente distinta. Él es el principio y el fin de la tiranía y puede tomar sus propias decisiones.
Por otra parte, la gente que lo conoce me ha dicho que es totalmente diferente a su hermano mayor. Que a diferencia de Fidel, Raúl no es un obseso del poder político. Me han dicho que es un sibarita a quien le deleita la buena comida y le seducen las bebidas alcohólicas. Dos cosas que son de conocimiento público. También me han dicho que es fiel a la familia, ya sea como hijo, marido, padre o hermano.
¿Quién me ha hecho estas revelaciones? Nada menos que su hermana Juanita Castro, con quién mantuve estrechos lazos de cooperación en la década de 1970 luchando contra la tiranía de sus hermanos. Un dato curioso. Juanita me dijo que Raúl la había ayudado a salir de Cuba y le había advertido que tuviera cuidado porque si Fidel se enteraba la mandaría a la cárcel. Esta aparente contradicción no debe de extrañarnos porque hasta las hienas protegen a sus familiares. Pero en el ocaso de su vida Juanita escribió un libro defendiendo a sus hermanos y yo opté por descontinuar todo contacto con ella.
Sobre la segunda pregunta de ¿por qué no seleccionó Raúl como heredero a Alejandro Castro Espín?, me siento más seguro en proporcionar una respuesta. Creo que no designó a Alejandro y optó por un tipo anodino y ajeno a la dinastía familiar como Miguel Diaz-Canel porque quería mantener la mística fidelista y el mito de la invencibilidad del castrismo. El padre como Jefe del Partido y el hijo como Jefe de los sicarios de la Dirección de Inteligencia mantienen los verdaderos hilos del poder sin presentar la cara. Son los dueños absolutos de Cuba y Díaz-Canel es sólo la careta que identifica al régimen.
 Pero eso no significa que Raúl Castro tenga la absoluta certeza de que no confrontará un reto a su autoridad omnímoda. Otros han sido tanto o más poderosos que él a través de la historia y han sucumbido a su soberbia y a las asechanzas de sus enemigos. Me vienen a la mente César, Dantón y Robespierre en tiempos remotos al igual que Hitler, Mussolini y Dessalines en tiempos más recientes. Y hace muy poco tiempo Gadafi, Hussein y Ceausescu. Lo que demuestra que no hay poder absoluto ni gobierno eterno de este lado del cielo. No importa que los opresores se crean omnipotentes ni que los oprimidos se crean incapaces de poner fin a su martirio. El bien siempre predomina sobre el mal.
Por su parte, Raúl Castro es un cobarde certificado. Ese es quizás el factor que, para vergüenza nuestra, le salvará la vida en caso de confrontar una crisis. El 26 de julio de 1953, durante el ataque al Cuartel Moncada, Raúl se mantuvo a buen resguardo en la Audiencia de Santiago de Cuba mientras otros ponían los muertos. Durante la pantomima de la fantasmagórica guerra de guerrilla jamás participó siquiera en una escaramuza. Se refugió en las montañas del Segundo Frente Oriental Frank País y nunca bajó al llano. Esa labor quedó para otros comandantes como Camilo, Guevara y Huber Matos. Por lo tanto, vaticino que si las cosas se le complican con una asonada militar o una rebelión popular Raúl optará por la fuga tal como lo hizo Fulgencio Batista. Pasarán a la historia como dos generales que corrieron como ratas para salvar la vida y no ganaron otra batalla que la de robarse el tesoro nacional.
Es probable que muchos de aquellos que lean este artículo consideren como arriesgadas elucubraciones algunos de los aspectos tratados en el mismo. A ellos les digo que no estoy haciendo vaticinios ni pretendo tener una bola de cristal que me revele el futuro con antelación. Sólo analizo los acontecimientos desde el punto de vista y con la experiencia de quien ha dedicado toda una vida a seguir los pasos e interpretar la conducta de Fidel y Raúl Castro.
Una gente formada como muchas otras personas por la crianza y por la herencia. Porque ambos fueron el binomio diabólico engendrado por un asesino de jornaleros haitianos en su finca de Birán. Un advenedizo que siempre odió a los cubanos porque combatió en un ejército que utilizó todos los medios para impedir la libertad de Cuba.
Entre ellos, la miseria y la hambruna desatadas por Valeriano Weyler durante la despiadada reconcentración de nuestros habitantes del campo. Condiciones similares a las impuestas por los nuevos Weylers sobre la totalidad del pueblo cubano en los últimos 60 años. Sin embargo, contra todo pesimismo y frente a toda resignación, insisto en que nuestro amanecer de libertad podría sorprendernos a todos y estar literalmente a la vuelta de la esquina.5-8-18

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