lunes, 3 de septiembre de 2018

McCain, el heroísmo permanece.




Los estadounidenses nunca se rinden. Nunca se dan por vencidos. Nunca nos escondemos de la historia. Hacemos historia.  J.McCain.

Ese enunciado es una de las huellas que dejó el Senador en toda persona comprometida con su comunidad y dispuesta a defender su legado, razón por la cual cuando uno se aproxima a lo que fue la vida de John McCain, triunfa el optimismo y es que se aprecia que  restan hombres capaces de luchar por sus quimeras sin concesiones a los que vulneran los derechos, por poderosos que sean.

Su obra de vida indica que creían profundamente en su país, que estaba convencido que la democracia y la libertad no tiene sustitutos, que la política era la vía más apropiada para resolver las diferencias, pero si las circunstancias lo demandaban, había que estar dispuesto a correr los riesgos que fueran necesarios. 

Batalló por sus creencias sin temer las consecuencias. Creía en el uso de la fuerza sin ser un fanático del belicismo. En su partido disintió las veces que entendió que las decisiones iban contra sus valores o normas de conducta, tal como hizo en una cárcel en Hanoi, donde rechazó ser liberado si sus compañeros no partían con él, consciente, tal y como ocurrió, que los sicarios se ensañarían en su persona.

Tranquiliza evocar héroes como McCain. Saber que subsisten personas y entidades que defienden empecinadamente conceptos y principios a riesgo de ser calificado por los oportunistas, como un demente completamente ajeno a la realidad.

Quienes defienden los valores ciudadanos disfrutan de pocas simpatías porque  son una especie de alienados en una sociedad de extrema laxitud y permisividad, compuesta básicamente por personas que se distinguen por aceptar cualquier disposición sí intentar cambiarla implica afectar sus condiciones de vida. Defender opiniones, valores en caso que los tuviere, no está en su agenda, disfrutar sin preocupaciones es su principal meta.

Es evidente que el cinismo y las componendas están en plena zafra, el hombre mediocre, ese que prefiere perder la libertad a tramos, incapaz de defender derechos y doctrinas por tal de no enfrentar riesgos que puedan afectarle, es el espécimen humano de mayor presencia en la sociedad moderna.

No obstante  la vida de McCain muestra que aunque no abundan, esperemos que sea por siempre, restan personalidades notables capaces  de emprender las conquistas de sus sueños, con voluntad y energía para luchar por sus convicciones aunque el lodo le esté llegando al cuello.

McCain fue un hombre  con la condición muy particular, de siempre defender sus ideas sin importar el costo. Enfrentó el comunismo en los campos que le deparó la vida. Lo combatió con las armas en las manos y cuando fue capturado y encerrado en la tristemente célebre prisión de Hanoi Hilton soportó estoicamente las torturas y malos tratos sin ceder en sus opiniones, conducta que determinó a uno de sus carcelero decir, “era tan testarudo, tan determinado, por ese motivo me gustaba debatir y discutir con él”.

El oficial y senador, fue un severo crítico del totalitarismo castrista por razones ideológicas, pero también porque apreció la vesania y crueldad de los esbirros fidelistas en Vietnam del Norte, uno de los cubanos torturadores fue el hoy general Fernando Vecino Alegret, a quien llamaban Fidel.

Cuando se postuló para presidente de Estados Unidos, contó con el respaldo de numerosos cubanos y prometió que si llegaba al gobierno presionaría a la dictadura castrista hasta que liberara a todos los prisioneros políticos, su compromiso era tan firme que Roberto Martín Pérez, 28 años preso, otro hombre con H mayúscula como diría el novelista español Enrique Jardiel Poncela, respaldo firmemente su candidatura.

Comentaba el escritor José Antonio Albertini que el militar, prisionero de Guerra y Senador era admirado por sus propios carceleros y respetado por sus antiguos enemigos, decía que fue una especie de arquetipo del hombre justo y respetuoso, cuya inteligencia y lucidez competían con su capacidad de riesgo y vocación de servicio, y que desgraciadamente, con él,  partía uno de los símbolos que sintetiza lo mejor de Estados Unidos.


Pedro Corzo
Periodista
(305) 498-1714

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