Si Cuba pudiera llamarse de otra forma, “Martí” se llamaría porque él como nadie, antes ni después, logró despertar en el alma del cubano la fe en un destino superior. Martí fue en aquellos años de derrota, el guía oportuno y acertado, el político conciliador y fecundo, el revolucionario razonador y pragmático que cantó a la esperanza y convocó a la magna empresa de la independencia nacional.
“Y ahora a formar filas. Con esperar allá en lo hondo del alma no se fundan pueblos… alcémonos para la república verdadera… y pongamos alrededor de su estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante. Con todos y para el bien de todos”.
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