Un día como hoy, octubre 10, en nuestra lucha contra el castrismo.
Dedicado a aquellos que dicen que en Cuba no se combatió el comunismo.
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PROHIBIDO OLVIDAR.
1868
Carlos Manuel de Céspedes, “El Padre de la Patria” libera a sus esclavos en el Ingenio La Demajagua pidiéndoles que aquellos que lo deseen se le unan en lo que sería el inicio de la primera de las tres guerras libradas por los cubanos en contra del dominio español en busca de la independencia.
1960
El dirigente obrero Gerardo Fundora se alza en la zona de Madruga y Ceiba Mocha, provincia de Matanzas sosteniendo de inmediato dos exitosos encuentros con las fuerzas de la dictadura.
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Una guerrilla que operaba en el Escambray bajo el comando del ex capitán del ejército rebelde Sinesio Walsh Ríos sostiene un encuentro con la milicia resultando apresados varios guerrilleros, entre ellos el propio Walsh Ríos.
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Se alza en la zona de Mayarí Arriba, en la Sierra Cristal el comandante del ejército rebelde Higinio “Nino” Díaz.
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En la zona de Marroquí, provincia de Camagüey se produce un alzamiento en contra del régimen comandado por el ex oficial del ejército rebelde Rolando Martín Amodia e Hilario Maceda Toledo “Negrete”. Formaron parte del alzamiento Amado Ugalde Pérez, Manuel Morejón Uruqiaga, Agustín Cabré Boshe, Ramiro Saavedra Vera,Julio Cárdenas Ayala, Antonio Martínez Robert, Orestes Valdés Vargas y Everildo Ortega Bernal. Este fue el primer alzamiento conocido en esta provincia.
1962
Rafael Álvarez Román es fusilado en Santiago de Cuba.
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Los jefes de guerrilla Luis Batista Seguí y Rafael Ramírez Saumell son fusilados en Pinar del Río. Ambos habían sido oficiales del del ejército rebelde.
1966
El opositor Horacio Hernández es asesinado en el G2 de Batabanó, provincia de La Habana.
1967
José Vargas, Eustaquio e Iraldo Navarro son fusilados en Caimanera, provincia de Oriente.
1972
Dos lanchas artilladas de la organización FLNC atacan cerca de las costas cubanas los barcos Aguja y Plataforma IV, apresan a los tripulantes y posteriormente hunden ambas embarcaciones.
1978
Mas de un centenar de presos políticos recluídos en la prisión del Combinado del Este, provincia de La Habana suscriben un documento que remiten al exilio en el que condenan cualquier diálogo o intento de negociación entre sectores del exilio y el régimen totalitario cubano. Los prisioneros demandan en el manifiesto la excarcelación de todos los presos políticos sin exclusión y exigen la libre reunificación de la familia cubana así como la libre entrada y salida del país a todo cubano que lo solicite.
A 60 años del Túnel 57
(Primera parte de dos)
Tomado de Infobae.
140 metros de largo y 12 bajo tierra para atravesar el Muro de Berlín y huir hacia la libertad
El 3 de octubre de 1964, después de cinco meses de un trabajo heroico, los topos occidentales terminaron de abrir un pasadizo por debajo del férreo control de la Stasi, la temible policía secreta de Alemania Oriental. Por allí escaparon 57 berlineses del Este. La historia de las otras huidas y la sangrienta represión
Por Alberto Amato 05 Oct, 2024
Publicado en Infobae el 10/6/2024
Cualquier método fue utilizado para huir del régimen comunista en Berlín Oriental. Hubo varios túneles. El llamado "57" fue el más renombrado
Cavaron, como topos, durante cinco meses de terror, once o doce metros bajo tierra, sin hacer ruidos que alertaran al enemigo, que estaba muy alerta, con extremos cuidados para no provocar derrumbes y morir en el intento, con un ojo puesto en las tuberías subterráneas de agua para no perforarlas y terminar todos ahogados como ratas y no como topos; cavaron y cavaron, bajo el calor agobiante del verano berlinés y el inicio amenazante del otoño; cavaron con devoción, con ahínco, con precisión, con astucia, eran muchachos jóvenes sin demasiada experiencia en túneles laberínticos, sino que estaban interesados en los laberintos de las ciencias exactas, eran estudiantes de física, de química, de ingeniería, o vivían enfrascados en otros laberintos, los de la filosofía, la metafísica, la lógica, la estética. Los unía, en cambio, un amor enorme por la libertad. Por eso cavaban. Como topos. Y por debajo del Muro de Berlín.
Lo curioso era que no escapaban del infierno hacia la libertad. Cavaban desde la libertad hacia el infierno para que otros muchos pudieran huir de ese infierno hacia la libertad. Tenían, tuvieron, el enorme coraje moral de ponerse en el lugar del otro. Y cavaron hasta que el 3 de octubre de 1964, hace ya sesenta años, lograron que cincuenta y siete berlineses del Este huyeran de aquel “paraíso comunista” al que llamaban, con cínica ironía, República Democrática Alemana, y llegaran al Berlín libre, a la República Federal de Alemania. Fue la fuga más exitosa, la más numerosa de todas las que intentaron burlas, muchas fallaron, aquel muro de la vergüenza que pervivió hasta 1989.
El Muro de Berlín fue la herida sangrante que quedó abierta en Europa después de la Segunda Guerra Mundial. La Alemania derrotada había sido dividida en dos por las potencias aliadas que ya no eran más aliadas. Una mitad del país, la mitad del Este, en manos de la URSS que hasta 1953 comandó José Stalin, y que a inicios de los años 60 estaba en manos de Nikita Khruschev; y la otra mitad, la del Oeste, bajo dominio de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y Canadá. En esa división, la antigua capital del Reich de Adolfo Hitler, Berlín, estaba también partida en dos mitades dominadas una por los soviéticos y otra por los aliados.
La división fue primero formal, casi retórica. Pero en 1961, a dieciséis años de terminada la guerra, la economía había trazado una frontera tácita pero indiscutible. El progreso económico de Alemania Occidental, impulsado por un plan de ayuda diseñado por Estados Unidos, había dejado atrás a la Alemania Oriental, sumida en la pobreza y bajo el yugo de la URSS. Desde el final de la guerra, más de cuatro millones de alemanes habían dejado el Este para pasar al Oeste. En su mayoría eran profesionales: médicos, ingenieros, maestros, abogados técnicos, científicos. La misma proporción de fugas se daba en Berlín con un singular detalle amenazador: allí regían dos economías. Los berlineses del Este que trabajaban en el Oeste cobraban un salario que duplicaba los que pagaba Berlín Oriental; los alimentos y el resto de los bienes de consumo eran más baratos en el Este, por los que los habitantes de Berlín Occidental solían comprar en el sector oriental los productos que subvencionaba la URSS. El éxodo hacia Berlín Oeste de la elite profesional alemana, cada vez mayor, amenazaba convertir a Berlín Este en un páramo. Aquella era una realidad destinada al choque: ni la economía del Este podía aguantar el vaciamiento, ni la del Oeste podía dar albergue, trabajo y salario a miles de inmigrantes internos sin verse herida de gravedad.
El Muro nació como embrión en junio de 1961, cuando Khruschev y el entonces presidente de Estados Unidos, John Kennedy, se encontraron en Viena, Austria. Mantuvieron un duelo verbal durísimo en el que Khruschev propuso una Berlín rusa e independiente (a la manera soviética), lo que implicaba el retiro de las tropas aliadas de la ciudad. Kennedy se negó. Khruschev prometió una guerra y Kennedy le dijo que habría una. No iba a haber una guerra, que de haberla, sería nuclear. Pero la URSS se impuso cerrar Berlín Este al resto del mundo. Al amanecer del domingo 13 de agosto de 1961, una fuerza soviética de quince mil hombres, armada con pilares de madera y rollos de alambres de púas plantó lo que luego serían los cimientos del muro, a lo largo de ciento cincuenta y cuatro kilómetros que dividió a Alemania en dos; de ellos, cuarenta y cuatro kilómetros de púas habían sellado la suerte de Berlín. Primero fueron alambres y torres de madera porque Khruschev pensó que si Occidente protestaba y tomaba alguna represalia, siempre había tiempo de volver atrás. Pero Occidente protestó y no hizo nada más. De modo que con los días, las púas dejaron paso al cemento.
Los topos que cavaban bajo el Muro en 1964, apenas si conocían su historia: lo habían padecido más que desentrañado. Casi todos habían nacido a finales de 1930 y principios de los años 40, cuando ya la Alemania de Adolfo Hitler se había lanzado a conquistar el mundo. Eran veinteañeros, cargaban un profundo convencimiento y también había alguna que otra pistola para ser usada en defensa propia si era necesario, pero en realidad estaban armados de palas y de idealismo. Enfrentaban a un enemigo astuto e implacable, la “Stasi”, la temida policía secreta del Este, que estaba metida hasta las cejas en la sociedad alemana bajo dominio soviético. Los topos no tenían demasiada alternativa: iban a traer hacia la libertad a parte de sus familias, a sus amigos, a sus afectos, a su propia historia. No podían arriesgarse a que el plan de fuga fuese conocido por extraños porque los “stasis” tenían miles de ojos y oídos pegados a las paredes y a las almas.
Uno de los topos de aquel túnel, que sería conocido como “Túnel 57″ por la cantidad de personas que lograron huir, era Joachim Neumann, había nacido en 1939, tenía veinticuatro años en 1964 cuando excavaba bajo el Muro, y una historia de resistencia que había empezado en 1961, a sus veintiún años. Junto a Neumann se turnaban en palear tierra a doce metros de profundidad, treinta y cinco berlineses occidentales, entre ellos, Wolfgang Fuchs, que había vivido en el Este hasta 1957 y se había mudado a Berlín Occidental para trabajar como óptico. También cavaba Reinhard Furrer, otro chico de veinticuatro años que luego sería un físico renombrado, profesor en la Universidad de Stuttgart y de la Universidad de Chicago. En 1982 fue elegido como uno de los astronautas de la primera misión alemana Spacelab, que se lanzó el 30 de octubre de 1985.
Neumann, Fuchs y Furrer fueron, de algún modo, los padres de la ingeniería de túneles bajo el Muro, que tuvo muchos intentos y pocos éxitos.
Cuando se lanzaron a construir el “Túnel 57″, los chicos ya eran casi veteranos. Neumann, estudiante de ingeniería civil, se había largado del Este en 1961 con un pasaporte suizo falso y se unió en Berlín Oeste con otros estudiantes amigos que también habían huido del Este y estudiaban en la Universidad Libre de Berlín Occidental. Armaron una banda de audaces dispuestos a jugarse el cuero y, si eso era posible, a humillar a la “Stasi” y a sus agentes soviéticos. En 1964 Neumann ya tenía experiencia en túneles. Había participado en el verano de 1962 de un grupo de jóvenes estudiantes liderados por dos italianos, Doménico Sesta y Luigi Spina, que habían abierto un pozo en un sótano del número 7 de la Schönholzer Strasse 7, y después de ciento cuarenta metros bajo tierra habían asomado la cabeza en una fábrica vacía del 79 de la Bernauer Strasse: por allí huyeron del Este veintinueve berlineses, hombres, mujeres y chicos, sin que la Stasi y los guardias del muro se dieran cuenta. Fue conocido como el “Túnel 29″, dada la cantidad de fugados al oeste.
Ahora, Neumann y sus muchachos lo intentaban otra vez. Eligieron para empezar, el sótano de una panadería abandonada en el 97 de la Bernauer Strasse. Cavaron una abertura rectangular, ancha como para que alguien pudiera deslizarse por ella a gatas. El grupo lo integraban una treintena de muchachos, divididos en turnos de doce, y el pozo empezó a transitar las honduras de la calle Bernauer, bajo el cemento del Muro, bajo los pies de las tropas soviéticas, bajo un vallado de señales que se activaban al menor roce, bajo lo que se conocía como “Franja de la Muerte” que era una especie de tierra de nadie, desmantelada por los soviéticos, y cubierta de clavos de acero para evitar en la superficie el tránsito de vehículos, una zona vigilada por torretas artilladas y focos que se encendían en la noche.
La calle Bernauer era todo un símbolo. Había sido la aorta de Berlín antes de la guerra y aun antes, cuando el Imperio. La división de Berlín la había despanzurrado: desde el número 1 al 50, el lado sur de la calle, estaba en el sector soviético. Desde el 51 hasta el 121, había quedado en el sector aliado, bajo dominio de las fuerzas francesas. La estación del subterráneo Bernauer Strasse, de la Línea D, había quedado en la frontera entre el Este y el Oeste, por lo que los soviéticos sellaron sus entradas y la convirtieron en una estación fantasma.
La calle Bernauer había sido escenario de los primeros intentos de huida de los berlineses porque las ventanas de los edificios del Este daban al Oeste, sólo había que dar un paso, peligroso y fatal: era el precio de ganar la libertad. En realidad, ni bien alzado el Muro, nacieron los intentos de fuga. El primero, a dos días de plantadas las alambradas de púas. El 15 de abril de 1961, Conrad Schumann, un soldado de la policía militarizada del Este, corrió hacia los alambres, se deshizo de su fusil y saltó hacia el oeste. Una semana después, Ida Siekmann saltó desde la ventana del tercer piso de su casa en la Bernauer Strasse y se convirtió en la primera víctima mortal del Muro.
Un mes después de la tragedia de Siekmann, el 25 de septiembre, Frieda Schulze, una anciana de setenta y siete años que vivía en el 29 de la calle Bernauer, se asomó a la ventana de su primer piso, arrojó a su gato hacia Berlín Oeste, hizo lo mismo con un par de cosas personales, ropa fotos que eran parte de su vida, ató unas sábanas y, como los presidiarios de las caricaturas, se lanzó a la calle para caer también ella en Berlín libre, como su gato. Pero se asustó, no supo cómo seguir, amarrada a las sábanas atadas, balanceada por las sábanas atadas, como el cairel de una extraña lámpara. La vieron unos jóvenes berlineses del Oeste, siempre rondaba gente por la Bernauer dispuesta a ayudar a algún fugitivo, que intentaron enseguida trepar la pared para ayudarla; mientras, la policía comunista entraba al departamento de Frieda y llegaba a su ventana para impedirle fugar. Así que durante varios minutos la anciana fue trofeo en discusión de unos y otros, hasta que llegaron los bomberos de Berlín Oeste, tendieron una red y Frieda se soltó, cayó en manos amigas y en territorio libre.
En 1961, las autoridades de Berlín Oriental empezaron vaciar y a demoler aquellas casas frontera; dejaron esa tierra de nadie, asfalto y limo, bajo la que cavaban los topos del Túnel 57.
No todos los intentos eran pasos de comedia con final feliz como el de Frida y su gato. Casi ninguno lo era. En agosto de 1961, Gunter Liftin, de veinticuatro años, fue asesinado al intentar huir del Este. Era un sastre renombrado, había sido diseñador y modisto de actores y actrices de la época. Trabajaba en Berlín Oeste y vivía en Berlín Este. Intuyó algo, vio, supo, entrevió lo que parecía inevitable y, junto a su hermano, empezó una mudanza hormiga del Este al Oeste. Llegó a llevar a su estudio de alta costura en Berlín Oeste, desarmada en piezas pequeñas, su tesoro máximo: su máquina de coser. El sábado 12 de agosto, después de una noche intensa de amigos, rock y cervezas en el lado occidental, Gunter y su hermano regresaron al Este: dormían cuando se alzó el muro de alambres de púas.
El 24 de agosto intentó cruzar al otro lado atravesando a nado las aguas del canal Spandauer. No era algo loco: para entonces, más de ciento cincuenta berlineses habían huido de igual forma por el canal Teltow; un chico más joven que Gunter él, había lanzado su Wolkswagen contra una alambrada de púas y había pasado al sector francés de Berlín Occidental, y otro muchacho le había arrebatado el fusil a un guardia para que no pudiera dispararle y había cruzado los alambres hacia Berlín Oeste. Gunter pensó por qué no. Se lanzó al canal y lo balearon los guardias fronterizos. Herido y resignado, Gunter alzó las manos y se rindió, pero los guardias se burlaron, volvieron a dispararle y lo mataron de un balazo en el cuello. Lo dejaron varias horas en el agua, a modo de escarmiento. Era una orden de la máxima autoridad de Berlín Este, el presidente del Consejo de Estado, Walter Ulbricht, un comunista fanático, que era quien había autorizado a tirar a matar contra quienes intentaran fugarse.
(Continuará)
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