jueves, 15 de mayo de 2025

Gabriela, sanus est qui lavatur


Gabriela, sanus est qui lavatur

¿Qué fuiste a hacer España?

Disculpa, rectifico la interrogante: ¿qué más fuiste a hacer a España?, porque la primera razón la conozco: huir unos días de los apagones, de las disfuncionales Guitreras y Calos Manuel de Céspedes, de las escaseces, de lo infrahumano de una isla donde el cinismo y la corrupción, de la que eres parte, son férreas políticas de gobierno. Un paseo por el Viejo Continente para reafirmar lo dicho por Jenofonte: «Solo a fuerza de favores se conquista a los espíritus mezquinos»

¿Qué más fuiste a hacer a España, Gabriela? ¿A hablar de revolucionarios y contrarrevolucionarios y a culpar a Estados Unidos de todos los lamentos existentes en la faz de la tierra? ¿A repetir la obsoleta retórica que busca ensalzar a la dictadura cubana excluyendo, siempre excluyendo, a cientos de presos políticos, en injusto encierro, enfermos, torturados, agonizantes, muchos de ellos solo acompañados por roedores y dípteros?

¿Qué más fuiste a hacer a España? ¿Defender, a golpe de sinsentidos, a rajatabla marxista —siempre de la dentadura al exterior, egregia oportunista— la prosapia del «castrocanelismo»?

En un foro digital expuse mis criterios y la pregunta fue: ¿no te dio pena lo que le sucedió a Gabriela en Málaga? Respondí escuetamente pero sin remilgos: No, y te explico por qué la negativa.

Desconozco tu edad —sinceramente, no me interesa— pero puedo asegurar, sin temor a equivocarme, que en 1980 tú no habías nacida. Yo sí, Gabriela; el 27 de junio de 1980 cumplí once años, concluí el quinto grado con excelente calificaciones, y como tengo buena memoria las imágenes de lo sucedido en la embajada de Perú en La Habana se mantienen vívidas, intactas, en mi intelecto.

Lo que un grupo de cubanos protagonizó en tu contra, lo sufrió, ¡EN SU CONTRA!, un grupo de cubanos por el solo hecho de querer abandonar la isla. Hordas de revolucionarios —llámese extremistas, aprovechados, ventajistas—, alentados por el megalómano de Fidel Castro y la cúpula del Partido Comunista de Cuba, blandiendo la impunidad como principal arma, envilecidos por la frase lastimosamente célebre de «no los queremos, no los necesitamos», golpearon, humillaron, difamaron, a todo aquel (hombre, mujer, niño sin distinción) que decidió dar la espalda a un sistema que desde el 1 de enero de 1959 mostró sus primeros signos de obsolescencia.

Una decena de tus acompañantes te protegió, los cubanos denigrados en 1980 no tuvieron tal oportunidad. La expresiones contra tu persona, sobre todo contra lo que representas, estuvieron cargadas de ira; en 1980, y no solo sucedió hace más de cuatro décadas, se constata también en los contemporáneos actos de repudio, las exclamaciones que escuchaste, ¡Y LO SABES!, se «endulzan» con graves amenazas.

Enviarte a la Madre Patria a hacer labores proselitistas fue un error mayúsculo. En el primer escrache respondiste lanzando besos a los manifestantes. Pero en Málaga tu actitud era otra. Se te vio asustada, huyendo del lugar rodeada de unos pocos —¿huyendo o corriendo al estilo de Calvin Smith, Carl Lewis o Usaint Bolt?— mientras tu sentido del oído captaba ondas sonoras poco amables.

¡Hasta fue puesto en tela de juicio el aseo de tus regiones más pudorosas!

«¿Será cierto», dudé, empero, imaginé, porque yo no estaba en lugar, que un hedor a pescado putrefacto invadió la plaza de la petit concentración. Ante la incertidumbre por tamaña afirmación me tomo la libertad de darte un consejo: Gabriela, si vas a desplaarte por el mundo imprecando bulos, recuerda: sanus est. qui lavatur


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