viernes, 22 de enero de 2010
ES UN COCO LO QUE TENGO CONTIGO
Por Oscar Mario GonzálezPublicado AyerSociedadValorar: No valorado
Oscar Mario González
Periodista independiente. osmagon@yahoo.com
Ver todo los articulos de Oscar Mario González Playa, La Habana, enero de 2010, (PD) Con la frase que sirve de titulo a esta crónica se solía piropear a una muchacha cuando yo era joven, allá por los años 50 y 60 del siglo pasado.
De haber persistido la costumbre, se habría tenido que modificar por una razón muy simple: el fruto del cocotero esta en peligro de desaparecer. Si señor, como lo oye.
No lo digo yo sino el oficialista y tendencioso periódico Juventud Rebelde cuando expresa en un reportaje del 8 de noviembre de 2009 realizado en Baracoa a propósito de la producción cocotera. “Si los números continúan confirmando la tendencia al decrecimiento de la producción de coco en esta región, donde se concentra el 85% de la cosecha nacional, no tardará el día en que la fruta comience a desaparecer de nuestros campos”, afirma el rotativo.
No creo que se llegue a tal extremo pues los cocoteros crecen portentosos a lo largo de todo nuestro litoral de más de 3500 kilómetros y, si se incluyesen todos los entrantes y salientes costeros del archipiélago completo, la cifra rondaría los 11000 kilómetros. Pero tampoco descarto ninguna posibilidad, porque en esto de obrar milagros calamitosos, el socialismo insular es infinito e impredecible.
La pregunta de por dónde le entra el agua al coco. O sea, las razones de tan oscuros pronósticos son muy variadas.
En primer lugar, casi nadie quiere ser agricultor y mucho menos dedicarse al oficio de tumbar y acopiar cocos. La fuerza de trabajo actual se compone de gente mayor pues los jóvenes prefieren emigrar a la ciudad, preferentemente a la Habana, aunque ello implique aprender a vivir del “invento”.
El precio tampoco estimula. El gobierno le paga al campesino 25 pesos por cada quintal y si lo dividimos entre el número de piezas contenidas en la unidad de medida, tendremos que por cada fruta se reciben 35 centavos. Como vemos no es nada estimulante subir y bajar la mata por tan poco dinero. Un especialista en coco recuerda que “una vez se pagó el quintal a 36 pesos y fue cuando se registraron los mayores volúmenes productivos en Baracoa”. Pues claro que sí. Los baracoenses, como cubanos al fin, no tienen un pelo de bobos y así como el amor entra por la cocina, el embullo revolucionario ha de pasar por el bolsillo y desperezar los calderos.
Otras dificultades tienen que ver con la insuficiencia de medios de trabajo, algo habitual en el “paraíso socialista” y por cuya razón, cuando no falta la soga, falta el machete, la lima, los aparejos para los mulos así como los clavos para herrarlos.
Definitivamente hay que “ponerse pal coco”, no sólo por su delicioso sabor que embriaga y deleita sino porque constituye uno de los recursos naturales más útiles y provechosos. Desde el punto de vista económico, la tonelada de manteca de coco se cotiza a altos precios en el mercado mundial pues constituye la base de muchos productos de la industria del perfume, entre ellos el jabón de baño.
Pero de un cocotero se aprovecha casi todo. Con sus fibras se rellenan colchones y con la cáscara del fruto se ejecutan obras de artesanía. Con las pencas y las tablas de su tronco nuestros campesinos levantan paredes y dotan de cobija a bohíos y cobertizos.
Pidamos pues porque el cocotero permanezca adornando la campiña al iniciarse el día con los primeros rayos de sol y, porque vista de fuego dorado los crepúsculos cuando el sol se desangra en el horizonte. Para que nunca nos falte el coquito prieto ni el agua estomacal y refrescante de su vientre. Porque sus mil propiedades terapéuticas y analgésicas capaces, según dicen, de quitar todos los dolores, incluyendo el dolor de huevos, acompañen al cubano en estos tiempos terribles e interminables de periodo especial.
osmariogon@yahoo.com
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