viernes, 22 de enero de 2010

ESPEJO PARA MIRARSE



Por Julio Antonio Aleaga PesantPublicado AyerInternacionalValorar: No valorado
Julio Antonio Aleaga Pesant

Periodista independiente. aleagapesant@yahoo.es

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El Vedado, La Habana, 21 de Enero de 2010, (PD) Cinco días después del terremoto del 12 de enero, su cadáver se mantiene a la intemperie. La frazada a cuadros coloridos que le cubre, brilla con entusiasmo ante la luz del sol, pero es incapaz de absorber la fetidez que emana de su cuerpo. Cientos de personas pasan por su lado, indiferentes. A nadie le interesa darle sepultura. Las autoridades son incapaces de organizar un servicio digno de ese nombre.

El presidente haitiano, René Preval, no tiene mejores ideas que pedir ayuda a corto y largo plazo a la comunidad internacional. La debilidad de su gobierno es proverbial. No puede impedir las acciones de saqueo a almacenes y comercios, de vándalos, sicarios, mafias regionales o simplemente las turbas. No tiene mecanismos de distribución de los pocos recursos que llegan. Mientras, las televisoras muestran a cientos de personas tiradas en las calles y aceras sin hacer nada o paseando por la ciudad destruida. El terremoto no creó el caos. El caos existía previamente.

Mientras, académicos y centros de poder internacional consideran a la República vecina como un Estado fallido por su incapacidad para organizar servicios básicos a la población como seguridad, sanidad, educación y protección al medio ambiente. La debilidad del gobierno nacional, la clase política y la sociedad civil, luego de la dictadura de los Duvalier (Francois y Jean-Claude), fortalece las opiniones de que Haití debe situarse bajo un fideicomiso internacional.

En contrapartida, las naciones de la Alianza Bolivariana, no pierden la oportunidad de responsabilizar al colonialismo y al imperialismo de la situación. No importa que Haití se independizara de Francia hace más de 200 años. El manierismo populista latinoamericano culpa al exterior de los males que nos aquejan como naciones.

Para Chávez, Castro, Ortega, Morales y otras malas yerbas presidenciales latinoamericanas, los problemas haitianos no pasan por los dictadores del siglo XIX: Louverture, Dessalines, Christophe, Petión, Boyer, Soulouque o Gefrard. Tampoco por sus homólogos del siglo XX, Dartiguenave, Vincent, Lescot, Estimé, Duvalier, Cedrás o Aristide. Todos involucrados en la profunda devaluación y degradación de ese territorio, además de la debilidad moral, productiva y organizativa de esa nación. Todos responsables de asesinatos políticos o de la eliminación de periodistas e informadores públicos. Ladrones desde el asiento de servidor público.

Las primeras elecciones libres de toda su historia se celebraron en Haití en 1990, luego de 180 años de independencia. La libertad duró poco. Un año después, Arístide fue derrocado por burócratas y militares. Restablecido el gobierno constitucional en 1994, la ruptura política regresó nuevamente contra Arístide, esta vez en 2004, por grupos armados de la oposición.

La inestabilidad política es la imagen más recurrente de la historia haitiana. La inestabilidad y las dictaduras. Las iconografías de incapacidad de un pueblo vecino para salir adelante luego de una larga dictadura, deben servir de espejo a los cubanos.
aleagapesant@yahoo.es

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