martes, 23 de marzo de 2010

The Candidate for Change

Por: Yoani Sánchez


Silvio was accompanied home with shouts of joy after the meeting to nominate the delegate from his district. He only received 15 out of a total of 120 votes, but his was the victory of the ant that manages to dig into the wall, the triumph of a small peep that can be heard over the din. Even though they had brought people not even on the voters list into the Punta Brava municipality, the official candidate enjoyed only 45 hands raised in his favor. Abstaining was how 50% of the crowd expressed their dissent – or indifference – to an election process with very little influence on real life.

I remember when Silvio Benítez spoke for the first time to introduce himself at the People’s Power elections in his district. Not even his closest friends cherished the hope that he would be nominated, or at least manage to get someone – outside his family – to publicly propose his name. The frustration, a priori, the reluctance to get our hopes up, has played too large a part in our lives. Thus, we feel defeated before even planning a way to transform our country. The raft sailing the sea, or complicit silence, remain the most common strategies for solving each individual’s problems, given that the national “problem” seems permanent.

That night in Punta Brava, however, the soap opera was less of a draw than the worn-out machinery of choosing “the best and most capable.” Curiosity filled the streets and sidewalks with people wanting to know if “the candidate of change” had managed to win. Silvio had promised them a different program, one marked not by ideology but by citizen management. Even though he did not succeed in getting his name on the list of the more than 15 thousand delegates from around the country, at least half the electors in his area felt compelled to abstain. Not daring to vote for him, many of his neighbors stuffed their hands in their pockets, stroked the heads of their children, or held their cigarette in front of their lips when they called for a show of hands. His victory was in all those folded arms, all those mouths that didn’t venture to mention his name, but that did not reject him.

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Silvio fue llevado hasta su casa entre gritos de júbilo después de la reunión para nominar al delegado de su circunscripción. Sólo obtuvo 15 votos de un total de 120, pero la suya fue la victoria de la hormiga que logra excavar en el muro, el triunfo del pío pío que se hace escuchar en medio de la algarabía. Aunque se habían movilizado hacia el municipio de Punta Brava personas que no estaban en el registro de electores, el candidato oficialista sólo pudo saborear 45 manos levantadas a su favor. La abstención fue la forma en que el 50% de los congregados manifestó su inconformidad-o su indiferencia-ante un proceso asambleario con muy poca influencia en la vida real.

Recuerdo cuando Silvio Benítez habló por primera vez de presentarse en las elecciones del poder popular de su circunscripción. Ni sus amigos más cercanos alimentamos la esperanza de que saliera nominado o al menos lograra que alguien-ajeno a su familia-lo propusiera públicamente. La frustración a prioi, el desgano por anticipado, se han introducido demasiado en nuestras vidas. De ahí que nos sintamos derrotados antes de proyectar siquiera una fórmula con la que transformar el país. La balsa surcando el mar o el silencio cómplice siguen siendo las estrategias más usadas para solucionar los problemas personales de cada cual, visto que el “el problema” nacional parece perpetuo.

Sin embargo, aquella noche en Punta Brava la telenovela no fue más atractiva que la desgastada maquinaria de optar por “el mejor y el más capaz”. La curiosidad hizo que se llenaran las calles y las aceras para saber si “el candidato del cambio” lograba la victoria. Silvio les había prometido un programa diferente, no marcado por la ideología sino por la gestión ciudadana. Aunque no logró registrar su nombre en el listado de más de 15 mil delegados de todo el país, al menos compulsó a la abstención a la mitad de los electores de su zona. Sin atreverse a optar por él, muchos de sus vecinos apretaron sus dedos dentro de los bolsillos, acariciaron la cabeza de sus hijos o aguantaron el cigarro frente a los labios cuando se les exigió que votaran a mano alzada. Su triunfo lo obtuvo del conjunto de brazos caídos, de todas aquellas bocas que no se aventuraron a mencionar su nombre, pero tampoco lo negaron.

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